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Un gran Estado

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Tomás Teijeiro
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Hace tiempo vengo reflexionando sobre esta sociedad dividida en la que el Frente Amplio nos ha hecho creer que vivimos.

Una sociedad donde según el partido de gobierno solo parece haber buenos, malos, ganadores, perdedores, víctimas, y victimarios; todos ceñidos a un inevitable destino cuya única causa son los males generados en la era pre frenteamplista, y donde la única solución es la mano dadivosa del Estado (en manos progre, claro...) repartiendo tristezas y alegrías según su ideologizada voluntad.

Escuchando la alocución "Dos bandos" del senador Lacalle Pou, y recorriendo algunos lugares de Canelones, Maldonado y Montevideo he confirmado lo que ya sabía: el FA alimenta desde su creación la dicotomía de los dos bandos, de la fractura social, pero esta existe y pesa solo en su mal intencionado discurso, en los más radicales de sus miembros, y en algunos sectores tan excluidos (por causa del propio FA) que se sienten que miran la película de afuera sin esperanza. Pero nada más.

Ese pasado que nos enorgullece del que hablaba Lacalle Pou, en el que respeto, solidaridad, y diálogo, eran valores determinantes, aún germina en nuestra sociedad en diferentes ámbitos.

Esos valores nos proyectan a un futuro mejor, construido trabajosamente (por más que le pese al FA) por individuos. Si, por individuos que con el terriblemente egoísta afán de vivir en una sociedad mejor, más justa, sin violencia, y sensible, aportan su tiempo, dedicación y amor, para construir sociedad civil ahí donde el Estado se ausentó. Algunos lo hacen en pequeños grupos, otros en emprendimientos más ambiciosos. No importa la forma.

Son personas que no comulgan en ideas, que no le rezan al mismo Dios (algunas ni siquiera creen que exista), que no se educaron en los mismos colegios, ni viven en los mismos barrios.

Algunos residen cerca de donde se esfuerzan por ayudar a otros a superarse o aliviar sus penas, otros llegan en ómnibus, en moto, o incluso en esas diabólicas camionetas cuatro por cuatro. Pero a nadie le importan las apariencias ni esos detalles externos que resultan tan relevantes para los gerifaltes que gobiernan.

Lo único que interesa es lo medular, porque como dijo Nelson en aquella batalla que solo ganó por la debilidad de los mandamases galos: se espera que cada uno cumpla con su responsabilidad. Y así lo hacen. Aportando, sumando donde falta. En un solo bando: el de los orientales, no en dos como le gustaría al gobierno.

Contra viento y marea. Contra consejeros, ministros, y jerarcas de toda clase que no ahorran insultos y retacean recursos solo con mirada política, el futuro del Uruguay esta siendo sembrado en un cúmulo de organizaciones que sobreviven como pueden, pero básicamente lo hacen por el esfuerzo de quienes les ponen ganas. Es la mano invisible en su versión posmoderna y solidaria. Si la viera el desalmado de Smith…

No las nombro, porque en este mundo donde la prensa se mira con lupa, quizá hacerlo sea causa de condena sumaria al corral de los abichados fundada en el pecado de dar a otros mejores perspectivas ahí donde Leviatán se durmió con la panza llena.

Pero créanme, que ese futuro del que hablaba Luis con esperanza y optimismo no está perdido, todo lo contrario. Esta sembrado, y en algunos lugares hasta floreciendo, pero es época de sequía, y si no llueve, es tarea nuestra regarlo. No podemos dejarle toda la carga solo a los políticos.

Por eso no debemos ser ingenuos.

Nuestra sociedad se enfrenta quizá al mayor desafío de su existencia: definir un modelo de convivencia con el consenso de todos y donde no existan dos bandos.

Y esto nunca podrá hacerse dividiendo como lo ha hecho el FA con su relato mutante, donde según la época entran y salen de escena los villanos que le conviene. Crear fractura social donde no la hay dará réditos electorales para afianzarse en el poder en lo inmediato, pero no es ético, y expone al país a un riesgo muy alto.

Es por esto que necesitamos de un gran Estado como el que alguna vez tuvimos.

Pero no se entusiasmen mis amigos colorados y frentistas, no hablo de darle carta libre al obeso Leviatán para que haga de las suyas y coma desacatado en un espeto corrido de gasto público y brillantes inversiones y así salte de inauguración en inauguración cortando cintas blanquicelestes.

Hablo de devolver a nuestro Estado su dignidad perdida. La esencial. Aquella que una vez nos definió y nos dio grandeza moral frente al concierto de naciones.

La dignidad de ser un modelo internacional reconocido por su apego al Rule of Law, de ser un ejemplo donde destaque el imperio de la ley por sobre todas las cosas, de sentirnos orgullosos porque todos los orientales puedan arrancar desde la misma línea de partida, donde prosperar no sea un estigma sino una aspiración legítima.

Donde el Estado haga lo que tiene que hacer y nada más, velando por la educación, salud, y seguridad. Y donde nos encontremos todos en un solo bando, el de los orientales.

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