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Sin discurso

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TOMÁS TEIJEIRO
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El valor de las columnas de opinión es el de compartir un modo de comprender las cosas. De eso trata esta. Leyendo la entrevista en Brecha a Gerardo Caetano, he quedado intelectualmente incómodo.

Adelanto mi respeto por el prof. Caetano, aún en la profunda discrepancia y lo que pretendo es entendimiento constructivo y no polémica per se.

De su lectura extraigo un análisis típico de la ilustrada izquierda romántico-nostálgica aún deudora de un mea culpa por los males causados. Tan así que durante todo el desarrollo de la primera parte el entrevistado lo dedica a la cuestión de la democracia en América Latina, marcándola como su probable principal preocupación.

Refiere a “dictaduras cívico militares”, “proyectos ultristas”, “prácticas represivas de terrorismo de Estado”, “apelación a los militares por parte de distintos gobiernos como el último sostén de regímenes impopulares o de deriva autoritaria”; “en muchos países ha decrecido la convicción de que todo diferendo en una democracia debe resolverse por las urnas y de acuerdo a lo que señala la Constitución”; “cómo fortalecer democracias muy amenazadas ante la crisis económica y social”; “reeducación de las fuerzas armadas que en muchos casos no parecen haber sido ganadas en profundidad por los valores democráticos luego de las dictaduras de la seguridad nacional o de regímenes con deriva autoritaria como Venezuela y Nicaragua”.

En ciencia política existen dos corrientes principales de ideas: a) el liberalismo, que contiene aquella vieja concepción basada en el derecho natural que pone la dignidad del hombre por encima de todo, englobando en ella el derecho a la vida, la libertad, y la propiedad. Y donde la regla de derecho es fundamental para marcar los límites de todos en el juego en sociedad y democracia plena, sobre todo los límites al Estado, que debe inmiscuirse lo menos posible en la vida privada de las personas.

Y, b) el voluntarismo, que contiene a todas las corrientes ideológicas de derecha a izquierda que se adjudican a sí mismas las facultades de decirle a los demás cómo deben vivir su vida. Por eso no es muy distinto un fascista, de un comunista o un socialista, todos son herederos de Rousseau y sus delirios basados en la voluntad general. Sus mesiánicos intérpretes suelen ser en la vida práctica los que nos indican que nos conviene la inclusión financiera, que destrocemos el idioma hablando “inclusivamente”, o que mucha sal es menos vida. Siempre saben lo que es bueno para todo el mundo, y mueren por regular a golpe de ley o decreto. Nos controlan Estado mediante.

También me desvela, como a Caetano, el cuidado de la democracia en el mundo, en España, en Latam y aquí. Pero es imposible hacer referencia sincera y seria de esa preocupación omitiendo (voluntariamente o no) al principal responsable de que la misma se vea amenazada en Iberoamérica: Cuba. País cuyo régimen dictatorial ha sido el más persistente violador de los derechos humanos, el más diligente exportador de violencia política y desestabilización, y que aún así goza de un lugar especial en el corazón de los intelectuales de izquierda.

Mientras el análisis no sea tal, mientras la izquierda intelectual no se pare y diga en voz alta que Cuba es una dictadura y los Castro y el Che unos salvajes, el diálogo está complicado. Habrá liberales acomplejados a quienes les cueste hablar claro de estos temas, pero las cosas para mí son evidentes: allí no hay democracia, hay terrorismo de Estado, y lo que es peor, continúan con afanes exportadores. Han contagiado en ese delirio al decadente régimen que arrasa Venezuela, al punto que hoy el padecimiento llega a Madrid de la mano bolivariana de Podemos.

Quien encuentre en el foro de San Pablo o de Puebla, una idea verdaderamente democrática, o que demuestre que han desistido de su voluntad de injerencia, que me lo cuente. Mientras tanto, la dicotomía liberalismo-voluntarismo, nos seguirá marcando con claridad de qué lado están los que verdaderamente se preocupan por la democracia y los DDHH, y quienes lo hacen en forma relativa. Los valores absolutos, no admiten medias tintas. No hay grados de democracia; la hay, o no la hay. Y los intelectuales lo saben.

Caetano embiste finalmente contra el gobierno, acusando al Presidente de actuar en materia económica “aferrado a un libreto muy dogmático”, y que un núcleo fuerte del nuevo Partido Nacional tiene como proyecto “terminar con el Uruguay batllista”.

A todas luces no parece muy dogmático que un Presidente de origen herrerista encuentre en Keynes la inspiración para instrumentar los paliativos a una crisis sin precedentes. Caetano debería pensar esto en profundidad y sin prejuicios. Desconozco cuál es el “núcleo fuerte del nuevo Partido Nacional” al que adjudica la voluntad de terminar con su preciado batllismo, pero tampoco resulta creíble. Máxime cuando es evidente que la voluntad de arrasar (¿o secuestrar?) al batllismo hace años la tiene el FA.

Lacalle Pou inauguró un gobierno con una gran coalición sin complejo de génesis. Sin ánimo refundacional. Donde se reconoce que la construcción colectiva de una nación se hace con el aporte aluvional de todos, incluida la izquierda. Los intelectuales con esta ideología deberían dejar la añoranza por las revoluciones perdidas, arrepentirse por haber sostenido posiciones no democráticas, darse cuenta que han quedado sin discurso, y sumarse a construir. Sin crear falsos enconos. Hace rato que los puentes están tendidos. Son bienvenidos.

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