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El burro ideologizado

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Tomás Teijeiro
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Confieso que dudé mucho antes de incurrir en este acto de falta de humildad, dado que mis conocimientos están muy lejos de los de Darwin como para pretender escribir sobre biología evolutiva.

Atribulado por mis carencias busqué información en cuanto manual cayó en mis manos, y huérfano de la misma, incluso confié en encontrar alguna pista sobre este espécimen en "El libro de los seres imaginarios" de Borges, y en la vasta obra del gallego Álvaro Cunqueiro.

Todo fue inútil. No hay registro de su existencia en la literatura especializada ni en la fantástica, por lo que pido disculpas al lector por la pobre aproximación que haré sobre esta especie (o subespecie) que no es nueva en política, pero que con las elecciones cerca empieza a ponerse arisca, siendo aconsejable cuidarse de sus coces y tarascones.

El burro ideologizado no es exclusivo de ninguna geografía, es más, con gran sorpresa se ha detectado últimamente su proliferación en varias zonas del mundo, algunas muy cercanas. El mismo suele tener una extraordinaria capacidad de adaptación a los cambios medioambientales y sociales, y siempre que está por extinguirse, logra resurgir con nuevos bríos. Por esta razón es fácil encontrarlo a lo largo y ancho de todo el espectro político; los hay tanto a la derecha, como a la izquierda, y también es posi-ble constatar que en algunos casos se adapta muy bien al centro, camuflándose de políticamente correcto.

Pero ¿qué es lo que lo distingue?

Primero que nada su peligrosidad, es más peligroso incluso que su primo vanidoso. El burro ideologizado es por definición un ser de cuidado. Al que no se le puede perder pisada dado que en su análisis parcial siempre falta lo esencial (lo que valida su hipótesis), no obstante lo cual, aun con esta falencia puede llegar a convencer desprevenidos y llevarlos al despeñadero.

En segundo lugar, hay que tener claro que él no diferencia ideas de ideología. Todo le da igual. Así entiende la vida, en forma simple. Como si el ser humano no fuera algo complejo.

Sin embargo, en política está bien claro que una cosa son las ideas (lo que se piensa sobre algo dando lugar a los conceptos), y otra muy distinta la ideología (punto de vista cargado de emociones que encierra un juicio de valor planteado desde la superioridad) que siempre pretende cambiarlo todo por algo teóricamente mejor (la iluminada creencia del ideologizado de turno).

Es así que cegado por la ideología, el simpático borrico (siempre sonriente) va minando y bastardeando la cultura política de cualquier sistema, y con cada adepto que gana, la institucionalidad se debilita. Para él todo está justificado, porque siempre mira desde el Olimpo de su virtual superioridad.

Como carga con ideología, cuando además percibe cierta empatía de alguna cultura o subcultura política, quiere más, agarra coraje y va por la agenda.

Al burro ideologizado le fascina marcar la agenda política, y para hacerlo necesariamente confronta, y con esto gana visibilidad. Lo que lo enaltece entre los suyos.

Pero en su agenda nunca encuentra puentes que tender, jamás acuerdos. Siempre ve una fractura, una división insalvable aunque no exista. Y se ve a sí mismo como un mesías del nosotros/ellos, en la más absoluta y necesaria obligación de ser disruptivo. Y esto lo hace muy bien. Es profesionalmente disruptivo, el tema es que solo se anima con lo accesorio, con lo relativo, o con lo mediático, nunca con lo principal, porque en el fondo es conservador. Y por esto su accionar carece de valor, no agrega nada bueno a la sociedad, simplemente la embroma porque en su devenir distorsiona la percepción de la realidad y deriva el debate de lo que importa.

Recordemos que su línea de pensamiento (sea de izquierda o derecha) parte de una falacia, de una utopía irrealizable ajena a la más básica antropología ligada a la natural dignidad del hombre.

Esto es así porque al final del día es inseguro, muy inseguro. Y siempre busca la contención de lo conocido, de ese redil llamado Estado. Le teme a la apertura, a la descentralización, al extranjero, al cambio, al éxito, al esfuerzo, a la iniciativa privada, a la religión, al librepensador, al individualismo, a la exigencia, al diferente. Le dan miedo el diálogo y el consenso, y solo reconoce como bueno aquello en lo que logra imponer su visión de las cosas. Sin matices.

Con ese objetivo, y bajo las variadas denominaciones que el marketing le facilita, obliga, incluye, libera, solidariza, levanta muros, promete hacer del país algo más grande y mejor, y para todo crea un grupo de estudio o una comisión. Así es que su intrínseca debilidad lo llena de ira y lo enceguece. Se da cuenta que su sistema hace agua, pero prefiere ignorarlo, porque así funciona, retroalimentándose entre pares en un círculo vicioso y alienante.

No es broma. La existencia de esta especie está en todos los ámbitos de todos los partidos y colores. Es por esto, que en el futuro próximo tener un programa que contenga ideas, prudencia, creatividad, y valores, sumado a un líder y un equipo sin dogmas, trabajador, con sentido común, solidario y pragmático, hará la diferencia a la hora del difícil gobierno que se viene. No hay lugar para ideologías, está en juego el porvenir.

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