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TOMÁS TEIJEIRO
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Hace aproximadamente unos veinte y tantos años, en el marco del curso de Ciencia Política que dictábamos en la Universidad Católica, mi amigo y maestro Ignacio de Posadas marcó un hito en esta especialidad al clasificar los grandes movimientos de ideas e ideologías en dos vertientes: la liberal y la voluntarista

La novedad era precisamente revelar que la vieja dicotomía izquierda-derecha resultaba absolutamente anacrónica en el mundo contemporáneo donde el debate se centra en la pugna entre dos derechos fundamentales -libertad e igualdad- y el uso que se hace de la razón en función de estos, ya sea como medio para descubrir aquello que es ley natural (y por ende anterior a la legislación), o como mecanismo para artificialmente cambiar la realidad a golpes de voluntad con la excusa de ir en pos de la igualdad material.

En esta línea subyace por supuesto la convicción acerca de la trascendencia del derecho natural y su marcada influencia en la génesis de aquellas formas de gobierno que más exitosas han sido en el respeto de la dignidad humana. Entiéndase, las que más han resguardado la libertad del hombre a través de la historia.

Ya no resulta válida entonces la distinción entre izquierda y derecha, dado que el verdadero partido se juega entre quienes defienden la libertad y las instituciones bien creadas, y quienes (desde izquierda y derecha) se consideran ungidos intérpretes de la voluntad general y así lo manifiestan, hasta en la forma conocida como populismo.

Finalizado el periplo de Donald Trump en la Casa Blanca con los visos de tragedia que durante unos cuantos días fueron la comidilla de los anti yankees globales, es bueno repasar algunos aspectos fundamentales de la principal democracia del mundo y de la historia.

Los mismos permiten concluir con facilidad en que los vaticinios de los agoreros de toda la vida, no solo se incumplieron, sino que carecían de base. Lo que vimos no fue una crisis institucional, ni la decadencia de un sistema, sino a la mejor democracia del mundo funcionando bajo mínimo estrés y salvando la prueba con nota.

El 4 de julio de 1776, el Segundo Congreso Continental aprobó la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América, donde por primera vez en la historia se consagraron los derechos humanos de vida y libertad.

Esta declaración sentó las bases democrático-republicanas que serían ratificadas en la posterior Constitución de dicho país y sus respectivas enmiendas, y que con total justicia puede ser considerada uno de los documentos fundamentales que propiciaron la sustitución del antiguo régimen, y que inspiró e inspira a las mejores constituciones liberales del mundo, entre ellas la nuestra en algunos aspectos, por más que pese a muchos.

Hace tiempo refería que siempre he pensado como Charles Beard, en cuanto es verdaderamente increíble y digno de envidia el hecho de que tantas mentes brillantes (como las del conjunto de los Padres Fundadores, Washington, Franklin, Madison, Hamilton, Jay, Jefferson, Adams, Paine, etcétera) coincidieran en un mismo momento y en un mismo lugar en la historia. Únicamente de esta manera puede concebirse la arquitectura tan perfecta del mejor sistema de gobierno que ha visto la raza humana y cuyo fundamento se traduce en una sola palabra: institucionalidad.

Siempre sostuve que Trump no iba a ser un problema, ni para su país, ni para el resto. Solo iba a ser una colorida anécdota, y vaya si lo fue. Alcanzaba con pensarlo en el contexto histórico de los Estados Unidos de América para arribar a esta conclusión. Pero basta con ver los resultados prácticos de su administración para dilucidar un hecho político aún más preocupante de esta modernidad líquida en que estamos inmersos.

Esto es la prueba empírica de que el continuo postureo mediático de un personaje puede incluso llegar a crear una realidad virtual sobre el mismo que hasta logre disimular o devaluar sus propios éxitos, según la cantidad de likes o unlikes que acumule. O en otros casos, como hemos visto, también es posible virtualmente disimular rotundos fracasos.

Doscientos cuarenta y cinco años atrás los Padres Fundadores diseñaron una ingeniería de gobierno cuyo funcionamiento ha sido tan regular y tan exacto, que un grano de arena extrovertido no podría jamás afectar a todo el engranaje. Y no lo hizo.

Joe Biden es el presidente número cuarenta y seis. ¿A cuantos recordamos? ¿La historia recordará en forma distinguida a Trump?

Creo que no, que la memoria solo se centrará en las bondades de un sistema de gobierno capaz de trabajar bajo presión, siendo esto lo principal, y el actor algo meramente accesorio. Pues de eso trata la democracia cuando es buena, va de ser un sistema de gobierno capaz de limitar los excesos, o las intenciones de pasarse de la línea.

En hacerlo bien y en forma perenne radica su éxito, no fue creado para la oportunidad sino para la posteridad. ¡Y vaya suceso que ha tenido la democracia americana!

Siempre creí que la fortaleza de las instituciones americanas relativizaban la puesta en escena del Trump candidato, e iban a asegurar y contener la gestión del Trump presidente. Así lo vimos.

La razón bien usada y con fundamentos en el derecho natural fue el elemento común y amalgamador del pensamiento de los Padres Fundadores, aún con sus diferentes creencias y con sus diversas concepciones filosóficas. Esta primó sobre lo más pasional, sobre lo más mediato, y dio sus frutos en la Declaración de Filadelfia y en la Constitución. Esta razón, base del liberalismo político, y escudo defensor de la libertad de los hombres frente al voluntarismo populista es la que ha brillado en estos días desde la tierra de los libres y siendo ejemplo para el mundo.

Es la misma que contuvo a tantos, y que de ser necesario pondrá coto a quien sea en el futuro. Resulta esperanzador saber que tal como hoy sucede aquí, la libertad siempre prevalece sobre el agobiante voluntarismo. Como dijo un periodista español, “llama la atención el afán doméstico por ver en Joe Biden a alguien distinto de un católico liberal, que es lo que es”. Hay veces en las que el voluntarismo (diestro o zurdo) provoca ceguera. Algunos deberían estar más atentos a los síntomas de la misma.

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