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Vergüenza y sospecha

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Tomás Linn
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Nicaragua sí, pero Venezuela no? Le costará mucho trabajo al gobierno y al Frente Amplio, explicar por qué tienen una postura respecto a la dictadura de Ortega y otra frente a la de Maduro. Es tan inconsistente su posición que solo se presta para la suspicacia.

En estos últimos días, en que los horrores cometidos por el régimen de Daniel Ortega en Nicaragua no hacen más que atrapar la atención del mundo y provocar un sinfín de condenas, las cosas siguieron empeorando en Venezuela pese a que, como es lógico, su situación pasó a un transitorio segundo plano en los medios, dada la virulencia de la represión sandinista.

La moción aprobada en el Senado por 29 votos en 29, terminó siendo una solución mediada. Es decir, aún pese a que en el caso de Nicaragua el Frente se pronunció en tono de condena, no quiso llegar a fondo.

La propuesta del senador por el Partido Independiente Pablo Mieres incluía el pedido de renuncia de Ortega y el llamado inmediato a elecciones libres. El resto de la oposición estuvo de acuerdo con ese pedido, pero no el Frente. Para que saliera una moción con apoyo unánime se optó por atenuar esa parte y mantener la dura condena a la flagrante violación de derechos humanos realizada por el régimen sandinista de Daniel Ortega.

Por otra parte, el gobierno uruguayo apoyó el miércoles una resolución de la OEA que condena lo que está ocurriendo y pide adelantar las elecciones.

Los discursos en el Senado fueron duros, aunque algunos se mostraron dolidos. En especial hubo referencias a la adhesión que en su momento generó la revolución sandinista cuando tumbó al régimen de Anastasio Somoza y se aludió a que ahora esa revolución había sido traicionada. Obviamente, si uno se atiene al largo proceso por el cual las principales figuras de aquella gesta heroica se fueron alejando del sandinismo, el problema que en estos días se hace tan visible y sangriento se vino gestando desde hace rato.

El problema es que muchas de estas revoluciones llevan en su ADN un elemento totalitario y dictatorial. Es el caso de la cubana y por eso hace 60 años que ejerce un poder tan autocrático. En la sandinista, sin embargo, se mezclaron varias tendencias. Si bien algunos de sus gestores quisieron imponer un régimen totalitario, otros líderes que lucharon en esa misma pelea contra Somoza, en realidad buscaban otra cosa. Para volver al poder, Daniel Ortega debió desprenderse de varios de sus viejos compañeros y aliarse con grupos de derecha.

Quizás eso explique por qué el Frente fue rápido en asumir una posición contraria al régimen de Ortega, como no lo puede hacer respecto a Venezuela, pese a tratarse de situaciones comparables. Esto confirma una vez más el sesgo fatal de la izquierda vernácula. Condena algunas dictaduras y simpatiza con otras, según el color que mejor le convenga. Su postura no está movida por un genuino rechazo a los despotismos ni por una sincera convicción democrática, sino por lo que es funcional a sus propios objetivos.

A esta altura ya nadie cree en el argumento de que determinados regímenes (el cubano, el venezolano) tal vez no se adapten al Uruguay pero, insisten, han dado resultado en sus respectivos lugares. En realidad lo que la izquierda vernácula quiere es que esos modelos se repliquen acá también. Ya no queda duda de que así piensan, aunque lo disimulen. De otro modo, ¿por qué querrían que lo que no es bueno para los uruguayos sí lo sea para los venezolanos?

Por eso se justifica la suspicacia de la gente. Hay quienes piensan que esa irracional defensa del régimen de Maduro está ligada a los negocios que se hicieron entre Uruguay y el chavismo y que eso generó compromisos. Esos negocios no fueron debidamente investigados, entre otras cosas porque no hubo votos para integrar una comisión parlamentaria. Tampoco el periodismo ha podido ahondar demasiado en ese terreno.

La otra razón podría ser Cuba. En la medida que este país está jugado a sostener el régimen de Maduro a como dé lugar, algunos sectores de izquierda uruguaya pueden sentir que lo mismo deben hacer ellos. Donde va Cuba, van todos.

Muchos uruguayos debieron sentirse avergonzados al conocer el reproche que le hizo la organización Human Rights al gobierno, por no actuar en favor de los derechos humanos, las libertades y la democracia en Venezuela. "El silencio de Uruguay sobre la dictadura de Maduro es desolador", dijo José Miguel Vivanco, director de esa organización de derechos humanos. Agregó que ese silencio era inentendible y una excepción en el continente.

Se trata de un silencio que va contra toda una tradición nacional de defensa de las libertades, de valoración de la democracia, de solidaridad con el sufrimiento de pueblos sometidos a una dictadura.

Por ese motivo mucha gente no se siente representada por el gobierno en este tema tan crucial, y sufre con dolor reproches que son justificados, pero que nunca debió darse una razón para que se hicieran.

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