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Las urnas hablan

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TOMÁS LINN
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La gente votó en Bolivia, en Chile y el martes lo hará en Estados Unidos. Sobre esta última elección hay mucha expectativa. Sobre las dos primeras, ya se conocen los resultados.

En Bolivia ganó el partido de Evo Morales, el MAS, aunque todo indica que ahora pretende ser un partido sin Evo. El tiempo dirá si lo logra. En ese caso, sería algo parecido a lo ocurrido en Ecuador en que no habiendo más reelecciones, fue votado el vice de Rafael Correa, Lenin Moreno, que una vez en el gobierno dio por concluido el nefasto período de su antecesor y mentor.

Evo Morales renunció obligado tras un proceso de escaladas golpistas que el mismo lideró. Para desconocer el referéndum que rechazó la posibilidad de una nueva reelección, buscó la validación de la Suprema Corte boliviana que sentenció que Morales tenía derecho a procurar esa enésimo período presidencial pese a no estar previsto en la Constitución. Tampoco estaba previsto que un pronunciamiento de la Corte la pudiera reformar. Al violar la Constitución, quienes debían ser sus más celosos custodios consumaron de hecho un golpe de estado. El tercer paso fue pretender ganar esas elecciones mediante fraude.

Habrá que ver si es posible un nuevo gobierno, con el partido de Morales pero sin él y con acatamiento al juego democrático.

En Chile sucedió lo que debía suceder. Una abrumadora mayoría de chilenos dio por terminada la vigencia de la constitución diseñada por el régimen de Pinochet. Presionado por un violento malestar en las calles, el presidente Sebastián Piñera hizo lo que sus antecesores, que representaban a partidos de centro y de izquierda, no se animaron: consultar a la población si consideraba necesario cambiar esa constitución. Ni siquiera propuso una reforma, simplemente preguntó si era apropiado hacerlo. O sea que esto recién empieza.

En las redes hubo ruido respecto al resultado, como si se tratara de una inesperada victoria popular. Poco honor se le haría a los chilenos si se pensara que existía la posibilidad de rechazar este consulta. Para todos, izquierda y derecha, resultaba obvio que era hora de cambiar la constitución. La verdadera puja vendrá ahora, cuando haya que discutir qué tipo de constitución quieren.

La otra gran prueba electoral será este martes, en Estados Unidos, donde Donald Trump se juega su reelección.

Si bien en la elección de cuatro años atrás las encuestas sostenían que triunfaría Hillary Clinton pero terminó ganando Trump, había algo en el clima político del país en las semanas anteriores que ponían en duda esas predicciones. Hoy, ese clima político no existe.

En vísperas de la votación, muchos hablan de sus logros, que sin duda los tuvo, y otros de sus desaciertos y contradicciones, que sobran.

Su estilo de gobernar es el del tradicional mandamás populista que juega al borde de las reglas, como hay tantos en esta época, sean de izquierda o de derecha. Quizás eso explique la llamativa seducción que ejercen sobre él los peores déspotas del mundo, del signo que sea.

Por fortuna, a diferencia de otros países más vulnerables, la solidez institucional norteamericana soportó sus embates y ejerció cierto control. Pero eso de mantener a raya a alguien que con tenaz desprecio se burla de las normas, termina siendo muy desgastante.

El problema con Trump no es ideológico, es su modo de ser: antojadizo, arbitrario, caprichoso y de mal talante. Desprecia a sus más cercanos colaboradores y todos los meses está despidiendo a alguno. Cambia de idea cada dos por tres. Miente descaradamente y lo único que le importa es su interés personal.

Quien fuera su asesor en seguridad nacional, John Bolton (un halcón de línea muy dura), no pudo soportarlo más y renunció. Escribió un libro sobre su pasaje por la Casa Blanca que pasó por la censura para evitar filtraciones en temas de seguridad de Estado (es parte del acuerdo que hacen los contratados en cargos como el suyo) y aún leyendo lo que quedó, desnuda el estilo despreciativo y egocéntrico de Trump. ¡Qué hubiera dicho el libro de no haber tenido esas restricciones!

Lo que Bolton rechaza no son las posturas ideológicas de Trump, sino su forma de ejercer con descaro e indignidad un cargo como el de presidente de los Estados Unidos.

Ese es el clima político que cambió respecto a la elección de 2016. Muchos de los propios republicanos y en especial de los que trabajaron con él, no lo quieren.

Con lo cual la elección ya no pasa a ser sobre su adversario el demócrata Joe Biden, sino sobre la personalidad de Trump, su desprecio a las instituciones democráticas y al sentido mismo de la función que ejerce. Es casi como si fuera un plebiscito: votar por Sí, es apoyar a Trump para una segundo período. Y como no hay voto por No, los que no lo quieren se volcarán a Biden.

Las urnas pues, las chilenas, las bolivianas y las norteamericanas, han captado la atención de esta región y con buenos motivos. Siempre importa saber cómo se pronuncia el soberano en países que por distintas razones, nos son cercanos.

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