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El TLC y EE.UU.

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TOMÁS LINN
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El anuncio de que Uruguay iniciaría negociaciones con China para acordar un tratado de libre comercio sacudió al país. Fue una señal de que el gobierno está decidido a empujar su agenda, pese a los obstáculos que puedan surgir.

Para un país de escasa población, exportar es clave para garantizar la calidad de vida de sus habitantes. Hacerlo en las mejores condiciones es, por lo tanto, prioritario.

Este posible acuerdo permite diferentes enfoques: su impacto sobre el Mercosur y los países vecinos y sobre países que compiten al exportar similares productos, su impacto sobre la industria y el comercio uruguayo y sobre cómo estos se acomodarán a una nueva realidad, y la posibilidad de que se abran puertas para acuerdos similares con otros países. Poco a poco habrá que ir analizando cada uno de esos aspectos.

Otro efecto previsible es el que tendrá sobre la relaciones uruguayas con Estados Unidos, país que a su vez tiene una relación extremadamente crítica con China.

En julio de este año un informe publicado por El País hablaba sobre ese efecto lateral. El título de la nota era elocuente: “El gobierno se acerca a China y despierta “celos” en Estados Unidos”. Allí contaba como desde el gobierno norteamericano se trasmitió (en “conversaciones informales, y con especial diplomacia”) preocupación por el acercamiento con China. Un enviado del presidente Joe Biden, Juan González, se reunió con Luis Lacalle Pou para plantear el tema. En conversación con El País, González discrepó con la política china de comercializar vacunas por ser “un mercantilismo de vacunas para conseguir beneficios políticos”. Recordó que terminado su propio proceso de vacunación, Estados Unidos compartiría vacunas no a cambio de acuerdos políticos, sino para lograr que se vacune la mayor cantidad posible de gente en el mundo.

Meses después Uruguay recibió una partida importante, pero para entonces ya se había embarcado en su acelerada campaña de vacunación, con inmediato efecto en la disminución de casos, gracias a la compra de vacunas chinas y también de la norteamericana Pfizer.

Sobre esos presuntos “celos” habló el encargado de negocios de la embajada de Estados Unidos, Eric Geelan, en una entrevista publicada en julio por el semanario Búsqueda: “Pensar que Estados Unidos se ha retirado de la región es leer mal la situación. No lo hicimos ni físicamente, ni económicamente, ni políticamente” y sostuvo que su país no se siente amenazado por el aumento de la presencia china.

Si tales celos existen, sería de esperar que Estados Unidos reaccione con más acercamiento comercial. Sin embargo pesa su tradición proteccionista, que ha sido más fuerte con gobiernos demócratas y aunque no lo era con los republicanos, empezó a serlo con la presidencia de Donald Trump. Como bien dijo Geelan “El tema de los tratados de libre comercio se ha convertido en un tema político bastante controvertido dentro de Estados Unidos”. Eso complica las cosas. Tenga Estados Unidos celos o no, está limitado a expresarlos a causa de su realidad interna.

Geelan de todos modos entiende que si bien no se nota por ser algo que fluye desde hace años, la relación entre los dos países es buena: “en 2019 la fuente de inversión extranjera numero uno fue Estados Unidos con 1.300 millones de dólares. (...) Estados Unidos tiene un stock de inversión en Uruguay de 3.600 millones de dólares, hay 120 empresas americanas trabajando aquí y son responsables de 20.000 trabajos”.

El gobierno uruguayo ha sido claro en que estas decisiones no responden a afinidades ideológicas y que su objetivo es negociar con quien esté dispuesto a hacerlo: China, Estados Unidos, Dubai, Japón. Incluso deberá pensar en el Reino Unido como próximo objetivo. “Tenemos un interés superlativo de buenos vínculos con Estados Unidos. Pero esos vínculos están basados en el interés nacional y eso tiene que quedar muy claro”, dijo el presidente en julio, citado por El País.

Ya aparecieron los que marcan una contradicción entre esta postura con China y la que hay con Venezuela. La discusión respecto a Venezuela no es si comerciar o no (hasta ahora, de todos modos, no fue buen negocio), sino como definir su régimen. Pese a todas las evidencias, hay gente que se niega a calificarlo de dictadura.

Eso no pasa con China. Todo el mundo sabe que es una dictadura totalitaria y de partido único. Ni siquiera los chinos lo niegan. Sus mejores clientes cuestionan su pésimo récord de derechos humanos en la ONU sin que los chinos dejen de comerciar.

Cuanto más exporte Uruguay, más divisas tendrá y eso otorgará bienestar a la población. Lo que está en juego no es el interés de China o Estados Unidos (cada uno cuidará del suyo) sino el de Uruguay.

Por eso, bien recuerda una y otra vez Lacalle Pou (ya lo hacía en plena campaña): “El lord inglés Palmerston, decía y mi bisabuelo Luis Alberto de Herrera repetía: «Los países no tienen amigos permanentes ni enemigos permanentes, tienen intereses permanentes»”.

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