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El temor a jugarse

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Es como una película repetida: los mismos protagonistas, las mismas presiones. Uruguay queda solo una y otra vez y enfrenta a Argentina y Brasil. Los motivos de la discrepancia, en cambio, ahora están invertidos. La primera vez los dos grandes se jugaron por Venezuela, la segunda contra ella. También Uruguay invirtió su rol.

Es como una película repetida: los mismos protagonistas, las mismas presiones. Uruguay queda solo una y otra vez y enfrenta a Argentina y Brasil. Los motivos de la discrepancia, en cambio, ahora están invertidos. La primera vez los dos grandes se jugaron por Venezuela, la segunda contra ella. También Uruguay invirtió su rol.

Para convencer a un decidido Tabaré Vázquez que por lo menos postergue el traspaso de la presidencia pro tempore del Mercosur al venezolano Nicolás Maduro, viajó a Montevideo esta semana el canciller brasileño José Serra. Vino acompañado por el expresidente Fernando Henrique Cardoso. El hecho revivió (aunque con signo opuesto) aquella complicada jornada de junio de 2012, cuando Dilma Rousseff y Cristina Fernández se reunieron a puerta cerrada con el entonces presidente José Mujica para convencerlo de que Paraguay debía ser suspendido del Mercosur y dar así lugar a que entre Venezuela, vedado por el parlamento paraguayo.

Mujica cedió a la presión y para explicarse, acuñó su lamentable axioma de que lo político era más importante que lo jurídico.

El entonces canciller Luis Almagro le advirtió al presidente que no tomara ese camino. En otros temas de política exterior Almagro fue fiel reflejo del pensamiento de Mujica, pero en este preciso punto, encendió una luz de alerta. Olvidó sin embargo que Mujica era un mañoso negociador en conciliábulos cerrados y sabía ceder según conveniencias ideológicas. Además se creía un viejo sabio. ¿Qué podía entender un canciller o incluso el equipo entero de profesionales del Ministerio de Relaciones Exteriores sobre sus maquinaciones? Así está hoy el país: arrastra aún aquel desaguisado y es rehén de un sector de izquierda militante que entre la libertad y el despotismo, prefiere esto último.

Venezuela entró al Mercosur escurriéndose por la ventana. Ni siquiera llegó a firmar todos los acuerdos que implica pertenecer a este grupo. Ese es el argumento usado por el canciller brasileño: Venezuela es un tembladeral político pero además nunca terminó de cumplir con los requisitos formales que lo convierten en un socio de derecho pleno. ¿Por qué entonces pasarle justamente ahora a Maduro la presidencia pro tempore de la organización?

Uruguay nunca debió haber cedido a la presión de sus vecinos en aquella oportunidad. Con Chávez aún reinando en Venezuela, ya entonces se discutía lo poco democrático de su régimen. Maduro en todo caso empeoró las cosas. Pero ellas ya eran graves. Desde los inicios del régimen, Venezuela fue perdiendo sus libertades, el Poder Judicial se puso a las ordenes del presidente, se reprimió con brutalidad cualquier disidencia y se intentó acallar a la prensa. Maduro se endureció aún más cuando hizo crisis la situación económica.

Si Uruguay no hubiera cedido en 2012, hoy no estaría enfrentando este absurdo dilema. Lo paradójico es que Almagro hoy, como secretario general de la OEA, sigue advirtiendo respecto a la realidad venezolana e insiste que no cumple con la cláusula democrática. Mujica eligió ese otro camino a sabiendas. Nunca tuvo interés en ser solidario con el pueblo y sí con el tirano.

Uruguay dice que se deben cumplir los pasos legales establecidos, cosa que no hizo en 2012. Lo jurídico fue pisoteado en ese momento, no ahora. O sea que ante aquel viciado ingreso de Venezuela, nada obliga a Vázquez a hacer lo que los otros tres socios no quieren que haga.

Es bueno tener presente los hechos. Fernando Lugo debió dejar la presidencia de Paraguay tras un voto de censura en el Congreso, como resultado de un juicio político. El procedimiento estaba previsto en la Constitución. No fue un golpe de estado, como tampoco lo fue la remoción de dos presidentes bolivianos por parte del Parlamento de dicho país, en 2003 y 2005, presionado por el entonces dirigente cocalero Evo Morales. Si fue bueno lo de Evo en su momento, ¿por qué habría de estar mal un procedimiento previsto en la carta magna paraguaya? En cambio sí era dictatorial, prepotente y represivo el régimen de Chávez. Sin embargo se optó por suspender a Paraguay y admitir a Venezuela.

¿Tiene sentido insistir una y otra vez que el gobierno de Maduro viola derechos humanos, mantiene presos a decenas de opositores, suprime la libertad de prensa y reprime con saña las legítimas protestas de quienes ganaron las últimas elecciones pero siguen sin ser escuchados?

Nade de esto le importa a los militantes fundamentalistas. Pero al final, el problema no es su fría indiferencia. Lo que alarma es que el presidente (y su canciller, que no piensa así) acepten ser rehenes de esos grupos. Quizás dominen dentro del Frente, pero no en el país. Sectores importantes de la izquierda, el propio presidente, el canciller, varios de sus ministros y legisladores ven las cosas de otra manera. Ellos, sumados a la mitad no frentista del país, alcanzan y sobran para demostrar al mundo que Uruguay no cree en el relato del “progresismo” venezolano. Y sin embargo…

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Tomás Linn

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