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¿Tantos serán los cambios?

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TOMÁS LINN
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Uno de los efectos entumecedores que tiene la cuarentena es que hace un mes vivimos hablando solo de lo mismo, al punto que todos somos expertos en temas sobre los que nada sabemos, pero opinamos con rígida intransigencia en las redes.

Se trata de una intransigencia que no tienen los genuinos expertos, ya que sobre lo referido al coronavirus recién están aprendiendo a entenderlo.

También están los profetas que auguran cambios drásticos en el mundo que vendrá tras la pandemia, al que imaginan transformado de pies a cabeza. Dicen que seremos más humildes a causa de la cuarentena universal y simultánea, provocada por una enfermedad desconocida. Dicen que cambiarán nuestros hábitos sociales. Dicen que se revolucionará la economía, tras el enorme sacudón que significó paralizar al mundo entero. Pronostican el fin del capitalismo y auguran cambios de fondo en las maneras de hacer política.

Ni tanto ni tan poco.

Por cierto muchas cosas cambiarán. Buena parte de esos cambios serán más bien circunstanciales, aunque crueles, que se irán viendo hasta que cada país empiece a funcionar a pleno otra vez.

Será una etapa dura y muchos comercios e industrias quedarán dramáticamente fuera de juego. Pero alguien tendrá que retomar lo que estas hacían. Se reacomodarán las piezas, sin duda, pero será para que todo siga funcionando. Es como volver a barajar las cartas, aunque siempre jugando sobre la misma mesa.

El fin de la cuarentena hará que todos queramos volver al mismo café para juntarnos con nuestros amigos de siempre, ver los mismos partidos de fútbol en las canchas habituales y viajar al extranjero para reencontrarnos con amigos y familiares que habían emigrado mucho antes de la pandemia.

Hay un deseo de que vuelva la normalidad, no necesariamente que venga un mundo cambiado.

No desaparecerá ni habrá derrumbe del capitalismo. Sobrevivirá y no por motivos ideológicos o políticos, sino por pura y dura necesidad. Será el motor que pondrá en marcha a los países cuyos estados quedaron con las arcas vacías al usar todos sus recursos para afrontar los crueles efectos de la cuarentena.

Ese capitalismo en su versión más sofisticada (la economía de mercado), volverá por sus fueros aun cuando para ello deba enfrentar la empecinada resistencia de quienes quieren borrarlo de la faz de la tierra, que no son pocos.

Volverá no porque el capitalismo sea bondadoso y altruista, sino simplemente porque será una herramienta inevitable y necesaria. Quizás eso sí, se presente con una mayor sensibilidad social adquirida a raíz de cómo hubo que afrontar la pandemia. Eso ya se ve hoy: gobiernos considerados como los villanos “neoliberales” y conservadores están actuando con una firme y decidida responsabilidad social, como no lo hacen aquellos gobiernos autodenominados populares y progresistas.

La que sí podría verse afectada es la democracia en varios países del mundo. Ya en las últimas dos décadas se viene dando un proceso de deterioro y de desprecio al Estado de Derecho y a sus instituciones liberales. Algunos de estos líderes autócratas creen que asumiendo roles fuertes y cercenando libertades y derechos para enfrentar la pandemia, tendrán aún más poder.

Un ejemplo es el del mandamás húngaro, Víctor Orban. Aprovechó la situación para pedir poderes absolutos aunque hace rato maneja los destinos de Hungría como un déspota. Otro caso es el del presidente filipino Rodrigo Duterte, que dio orden de tirar a matar a todo aquel que no cumpliera la cuarentena.

Por eso los países de tradición liberal han sido renuentes a imponer la cuarentena obligatoria. Para hacerlo tendrían que aplicar medidas represivas que quizás ni siquiera tengan sustento legal.

Eso se vio con la manera en que el gobierno de Luis Lacalle Pou manejó la cuarentena. Con prudencia, responsabilidad y un permanente llamado a la población. Otros países hicieron lo mismo, pero no todos.

En la República Argentina, el presidente Alberto Fernández optó por la cuarentena obligatoria aplicando sanciones a quienes no la cumplen. Pero hay allí, cuando rigen gobiernos peronistas o en su versión kirchnerista, una tendencia o vieja tradición de ponerse en la frontera misma del autoritarismo.

El dilema entonces para los gobiernos democráticos ha sido el de mantener una línea coherente, apelando al cuidado y la prudencia, pero sin aplicar métodos represivos que tampoco sirven.

Nada de eso existe en gobiernos populistas co-mo los de Jair Bolsonaro o de Donald Trump, que parecería que en los días pares afirman que la pandemia es un asunto menor y en los impares, se asustan.

No es fácil imaginar como emergerá el mundo cuando salga de la cuarentena o más aún (ya que no es exactamente lo mismo), cuando salga de la pandemia. Muchos hacen lecturas apocalípticas y otros anuncian un mundo mejor de gente buena.

Ni apocalipsis ni paraíso. Habrá cambios que se irán percibiendo de a po-co. Pero en lo inmediato, se verá un desesperado deseo de volver a la normalidad. A la de antes. Para hacer lo que hacíamos, trabajar en lo que sabíamos hacer, ir a los lugares que frecuentábamos, con familiares y amigos que queríamos.

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