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Una señal inadmisible

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Tomás Linn
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La senadora Constanza Moreira está desarrollando una fuerte carrera política. Viene del mundo académico, formada en las ciencias políticas con todos los grados posibles: licenciatura, maestría y doctorado. Es inteligente y articulada para presentar sus puntos de vista.

Adquirió notoriedad cuando los programas periodísticos televisivos la llamaban para hacerle consultas en su condición de analista. Optó luego por pasar de la academia al fragor político dentro del Frente Amplio y asumió un desafío impresionante, de esos que pocos se hubieran animado, cuando compitió por la candidatura presidencial en las elecciones internas de 2015 con Tabaré Vázquez. No tenía, por cierto, posibilidad de ganar, pero marcó su territorio, se impuso como una figura de referencia (en especial para la izquierda más radicalizada) y llegó al Senado. Pese a que en muchos temas asume posturas extremas, es amable, respetuosa y cordial hacia sus interlocutores, aunque piensen diferente. Y eso me consta.

La pregunta que cualquier persona sensata se hace en estos días es ¿para qué fue a Jujuy a saludar a Milagro Salas? ¿Por qué quiso hacer pública su solidaridad con una figura argentina denostada y acusada de delitos tan graves? Uno presumiría que la senadora está informada y conoce la real situación de esta persona. Pero no parece ser el caso.

Milagro Salas tiene varias causas penales en marcha por lo que se ordenó su prisión preventiva. Se la acusa de haber robado 29 millones de pesos argentinos (cerca de un millón y medio de dólares) al Estado, transferidos a su organización civil Túpac Amaru, para realizar obras que no se hicieron.

Está acusada de "asociación ilícita, fraude y extorsión", que podrían implicar hasta diez años de prisión. Hay testimonios de cooperativistas que trabajaron con su organización, sobre supuestos desvíos de fondos públicos originalmente destinados a la construcción de viviendas populares.

Durante ese período acumuló desde su organización tanto poder que logró montar una suerte de irregular e ilegal estado paralelo que actuaba por encima del gobierno jujeño de entonces, peronista y kirchnerista, con su complicidad, modificando y distorsionando decisiones oficiales y legislativas para ponerse por encima de las instituciones.

Asociados suyos fueron acusados ante la justicia penal provincial por episodios violentos, algunos sospechados del asesinato de un joven militante radical en unas elecciones parciales realizadas hace unos años atrás.

Cuánto de todo esto quedará finalmente comprobado, dependerá del desarrollo del juicio. Pero lo cierto es que no se trata de una angelical líder de los "pueblos originarios" que por el solo hecho de su origen étnico, es buena. Es alguien que movió recursos públicos en forma arbitraria, que condujo sus intereses en un estilo mafioso y que ejerció un poder arbitrario y abusivo.

Más allá del proceso penal iniciado, era obvio que ningún gobierno legítimo podía aceptar que ella ejerciera un poder extorsivo por encima de los demás. Es verdad que la prisión preventiva como resultado de su procesamiento, es una decisión discutible al no haber aún sentencia. Pero que está procesada, está. Eso implica que un juez deberá analizar un pesado paquete de denuncias que revelan un modus operandi de estilo K, para luego resolver.

En las elecciones de 2015, el oficialismo kirchnerista de la provincia perdió y tomó su lugar una alianza de macristas y radicales cuya aceptación popular se vio reconfirmada con las elecciones de mitad de camino del pasado octubre de 2017. El gobernador Gerardo Morales es un dirigente radical de prestigio en su país.

Los jujeños se habían cansado de Salas. Nadie se creía el cuento de que su movimiento estaba legitimado por su solo perfil indigenista. Ni siquiera los jujeños de origen colla. De eso hay sobrada evidencia.

Las marchas en favor de su liberación ocurren en la Plaza de Mayo, en Buenos Aires. La senadora Moreira seguramente comprobó que nada de eso se ve en San Salvador de Jujuy. No hay paredes pintadas, ni pasacalles reclamando por su libertad, ni piquetes. Le tenían miedo. Su propia gente a la que pretendía dirigirse, le temía.

Moreira tiene que haber visto esto. No puede ignorar los hechos. Sin embargo, al apoyarla la justifica, y de ese modo expone su propia imagen como senadora, su prestigio y el respeto que se debe a sí misma.

Este es un pecado cada vez más común, pero no por eso menos asombroso e irritante: suponer que la profesión de una misma fe ideológica, por sí sola purifica. Milagro Sala es la prueba viviente de que no es así. Pero igual se busca esa identificación solidaria, como se la busca con el régimen corrupto y violador de derechos humanos de Venezuela, o con el del expresidente brasileño sentenciado por soborno y que apañó la corrupción de sus socios.

Lo que se tolera, se acepta, se condona, se justifica y se apoya en líderes tan perniciosos de países vecinos, terminará un día apoyándose acá. Y esa es una pésima señal que no puede ser admitida.

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