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El ritual importa

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tomás linn
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Hoy la democracia está de fiesta.

Se celebra un ritual que cada cinco años pone de manifiesto la importancia que Uruguay da a la forma política que lo rige: una democracia donde el gobierno emerge del pronunciamiento de los uruguayos en las urnas, en el que su poder no es absoluto pues está controlado y equilibrado por el Poder Judicial y el Legislativo, y donde sus instituciones funcionan para garantizar la libertad plena de cada persona.

Vaya si se trata de una fiesta importante. Si bien ya pasaron 35 años desde la última dictadura, es bueno nunca dar por sentado lo que tanto costó obtener, ni subestimar las libertades y valores que definen una democracia.

Como muy pocos países en el mundo, los uruguayos sienten que esa forma de gobierno define su identidad. Es como el aire que respiran. A eso se refirió en 1980 Wilson Ferreira Aldunate, cuando habló del país como “una comunidad espiritual”.

Gobernar según las reglas de juego que establece una Constitución, significa que hay procedimientos, formas y controles que pueden a veces hacer rutinario su cotidiano funcionamiento. Por eso el expresidente Julio Sanguinetti decía, tras varios años de heroica presión para salir de la dictadura, que una democracia “no es épica”; cumple sus procesos con tensiones, sin duda, pero con cierta serenidad.

El ritual de hoy es muy simple, si bien solemne. El nuevo presidente es recibido por la Asamblea General y ante ella se compromete por su honor “a desempeñar lealmente el cargo” que se le ha confiado “y a guardar y defender la Constitución de la República”. A partir de ese exacto momento queda investido en el cargo. A renglón seguido pronuncia un discurso donde sintetiza sus planes y prioridades. Importa que el discurso ocurra en ese recinto porque habla ante la totalidad de los representantes, diputados y senadores de todos los partidos. En el pasado ocurrió que algún presidente, terminados estos actos, dio un segundo discurso dirigido a sus seguidores y a su hinchada. Es muy recordado por su espectacularidad, el pronunciado por Tabaré Vázquez en la escalinata de un Palacio Legislativo profusamente iluminado, la noche que asumió por primera vez. El que importa, sin embargo, es el que dice ante la Asamblea, porque ahí le habla a todo el país y no a una parte.

El traslado hasta la Casa de Gobierno suele ser un colorido recorrido donde presidente y vicepresidente se dan un baño de multitud. Un pequeño grupo de Blandengues a caballo los escolta. En este oportunidad, ese recorrido será aún más llamativo porque 1.500 jinetes venidos de todo el país los acompañarán vestidos con sus prendas tradicionales y mostrando sus mejores caballos, en una especial muestra de que esta es una fiesta que también le importa al interior y al campo.

El siguiente acto es cuando el nuevo presidente recibe la banda presidencial del mandatario saliente. El gesto trasmite un mensaje fuerte: hay cambio de presidente (y en este caso, además, hay cambio de partido en el gobierno) pero las instituciones democráticas que definen un Estado de Derecho permanecen. En otras palabras, hay continuidad dentro del cambio.

En ambas ocasiones estarán los representantes de diferentes gobiernos de otros países como testigos de una jornada cargada se señales.

Es una lástima que el expresidente José Mujica haya dicho que no irá a la Plaza Independencia. Es habitual que en grandes momentos todos los expresidentes concurran juntos, se ubiquen uno al lado del otro y den al país la imagen de que aún teniendo diferencias, pueden compartir un mismo espacio y mostrar que la convivencia en paz es parte de una democracia.

Mujica a veces demostró no entender la importancia de estos rituales, pero otras veces sí lo hizo. Su explicación de que cierto boato (muy mínimo en la tradición uruguaya) le recuerda a tiempos feudales resulta indescifrable y decir que participará pero que “estará con la gente”, además de tener un tono de presuntuosa demagogia, tampoco añade nada.

Tiene todos los demás días del año para hacerlo y es probable que mucha gente prefiera verlo hoy en la plaza, junto a los otros exmandatarios, para mostrar no que apoya al presidente que asume, sino a la democracia como tal.

Luis Lacalle Pou es el octavo presidente que asume desde la recuperación de las instituciones en 1985. Han sido 35 años de una democracia fluida y estable como quizás no lo fueron (al menos no a estos niveles) los otros períodos de gobiernos demócraticos, ninguno tan largo como este. Además de estabilidad hubo alternancia de partidos en el gobierno y se ha ido imponiendo, con más fuerza, el concepto de gobiernos de coalición.

Son pues tiempos de cambio, de nuevas políticas, experiencias y expectativas, pero siempre dentro de la continuidad democrática. Nadie viene a refundar el país, sí a hacerle cambios.

Las ceremonias de hoy a través de sus sencillos gestos y símbolos, están cargadas de mensajes que importa reiterarlos cada cinco años. Por eso, será una fiesta a recordar.

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