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Relatos sin escrúpulos

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TOMÁS LINN
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Una etapa está ya cumplida, que es la de mostrarle al país como quedó conformado el gabinete cuando asuma el nuevo gobierno el 1º de marzo.

El resultado es interesante. Se trata de un equipo que cuida los equilibrios políticos (cosa nada fácil al ser una coalición de cinco partidos y algunos con sub sectores internos), pero a la vez muestra presencia de personas que conocen sus temas. Hay políticos y hay expertos conviviendo en diferentes ministerios.

Esta semana, varios de los ministros entrantes se reunieron con los salientes para iniciar en cada cartera, la transición.

En general, las reuniones salieron bien aunque tras su conversación con Pablo Mieres fue innecesariamente duro el ministro Ernesto Murro. Todo indicaba que el encuentro había sido positivo pero las declaraciones posteriores de Murro, cuestionando el éxito de la gestión del futuro ministro en lo relacionado a los consejos salariales (cuando éste ni siquiera empezó) generó una preocupante sensación de incomodidad.

Al ministro no le queda claro que la elección ya pasó y que quien perdió fue su gobierno. Es evidente entonces, que el triunfador en las urnas hará su propia gestión en los próximos cinco años. Alguien podrá encogerse de hombros y decir con condescendencia, que a fin de cuentas se trata de Murro, ¿qué otra cosa puede esperarse de el?

El problema es que no es solo Murro; está muy instalada la idea que lo que se hizo en 15 años de gobierno fue tan perfecto que no importa quien venga en reemplazo, no debe hacer cosas distintas y nunca las hará mejor.

El gobierno saliente tuvo aciertos y errores. Más aciertos en los primeros años, y más errores en los últimos , como suele pasar con quien está 15 años (tres períodos consecutivos) al frente de un país. Hay desgaste, los controles internos se vuelven laxos, se cometen errores y no se los admite ni se retrocede sobre ellos, se cae en la tentación de abusar de su poder y se creen impunes, cometen irregularidades a veces graves. Sendic es un ejemplo, lo de Asse y Ancap es otro, o lo de Pluna y todo lo que aún no se sabe sobre los negocios con Venezuela.

Con estilo característico, el Frente Amplio suma a sus aciertos los que no son pero que se presentaron como tales gracias, a la pura retórica y a una jeringoza muy típica. Es lo que se ha dado en llamar “el relato” y en eso, el Frente resultó ser un genial maestro para desarrollarlo. Un ejemplo, entre muchos, es cómo con solo acomodar el lenguaje, se trasmitió la idea de haber hecho revolucionarias transformaciones. Al oficializar expresiones como “todas y todos” o más aún, “todes”, se dio la idea de que el país era totalmente inclusivo y la discriminación contra la mujer y otras minorías estaba erradicada. Sin embargo, con trueques idiomáticos no se cambia la realidad.

Como oposición, no solo se mostrarán en desacuerdo con medidas tomadas por el gobierno, lo que es esperable de cualquier oposición, sino que establecerán un inescrupuloso relato destinado a trabar, trancar y desprestigiar cada cosa bien hecha.

El nuevo gobierno enfrenta inmensos desafíos en áreas como la educación, la seguridad, la productividad, el gasto del estado (cuando recibe un déficit de casi cinco por ciento), la generación de empleos de calidad, la apertura comercial. Son muchos los frentes y algunos son complejos de abordar.

Pero aún cuando obtenga resultados positivos, debe saber que no se enfrentará sólo con una oposición clásica. El relato descalificador estará a la orden del día para horadarlo todo. Será la máquina de poner trabas. Y tomará la forma de extorsión, con la amenaza de ir a “la resistencia”. Ya hoy están instalando la idea de que uno de los socios del gobierno será muy problemático, cuando no hay indicios de que así sea. Y todos lo repiten como si fuera obvio, incluso los periodistas.

Este tipo de relato comenzó hace décadas desde el mundo de la cultura, donde se impuso una visión hegemónica que decidía quienes eran los buenos y quienes no, que estaba bien hacer y que no. Este discurso totalizador tuvo un efecto desvastador, no solo en la cultura sino para la convivencia social en general.

Aquel relato se extendió a otros terrenos y el surgimiento de las redes le aportó un formidable instrumento para expandir casi hasta el infinito su forma de contar una realidad.

El nuevo gobierno no puede ser ingenuo ante este modo de actuar. Sin duda, tendrá que mostrar con hechos la eficacia de sus cambios. Pero además deberá convencer de sus bondades con una voz fuerte y segura de si misma, que vaya más allá del ruido que provenga de relatos mal intencionados, falsos y distorsionadores. No podrá titubear, no podrá sentir culpa por ir contra una corriente impuesta por otros, cuando sabe que está haciendo lo correcto.

Tener claro que esto va a suceder exige diseñar una estrategia específica para neutralizar tantos cuentos, bolazos y hasta amenazas que ya empiezan a escucharse y provocan alarma. Será la única manera que todo lo bueno que se haga, tenga valor.

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