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Reflexiones salpicadas

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tomás linn
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El fin de la Semana Santa coloca al país en una nueva etapa para ver cómo encarar la cuarentena. La gran pregunta sigue siendo la de cuánto tiempo más acechará la pandemia y cuánto tiempo más se puede tener al país paralizado.

Por lo pronto en estos días se habló de reiniciar dos actividades, en forma pausada y con las precauciones del caso. Una es en el ramo de la construcción y la otra (aunque recién para la siguiente semana) es el reinicio de las clases en algunas escuelas rurales del país.

En lo que a las clases se refiere, la movida es mínima. No lo es tanto recomenzar con obras interrumpidas y que antes de la pandemia estaban trabajando a pleno, tanto en obras públicas como privadas. Exigirá que se cumplan las numerosas medidas sanitarias para evitar contagios.

Esto implica iniciar dichas actividades sin dejar de lado la estrategia de movimientos restringidos propios de la cuarentena.

Como era de esperarse, los correspondientes sindicatos (de la construcción y de los maestros) se opusieron al reinicio de ambas actividades. Esgrimieron sus razones pero a esta altura mucha gente tiene la sensación de que si el gobierno hubiera dicho que ni una ni otra comenzaban a funcionar, ambos sindicatos hubieran encontrado otros argumentos para reclamar lo contrario. Por lo tanto, si hay cuestionamientos a ambas decisiones, estos no lucirán muy creíbles (aún si lo fueran) ya que es sabido que su primer reflejo es siempre decir que no a lo que sea.

Parece haberse instalado en el país una falsa contraposición planteada de tal manera que la intención final, sea lo que sea, es dejar al gobierno en falsa escuadra. La contraposición es entre la salud y la economía: si se cuida lo economía se descuida la salud. Se trata de un planteo maniqueo ya que el virus puede matar tanto como lo pueden hacer sus consecuencias económicas.

Un grupo frente a la sede del gobierno en Plaza Independencia reclamó días pasados la creación de un ingreso básico para quienes trabajan por cuenta propia. Un manifestante llevaba un cartel que palabras más, palabras menos, decía que había que cuidar más a la gente que a la economía. Sin embargo, los manifestantes reclamaban un ingreso básico, que en definitiva es una clara medida económica. Pero no lo entendían así.

El cuidado de la salud, la atención a los dramas sociales que produce una cuarentena y lograr que la economía no se pare, son parte de un mismo asunto en una epidemia y lo ha sido así desde el comienzo de los tiempos. Su impacto será muy duro, muchas cosas cambiarán radicalmente, algunas para bien y otras no, pero en muchas otras se retomará el camino que se interrumpió cuando el virus se instaló en el mundo. Siempre ha sido así: cambios profundos junto con continuidad.

Eso me lleva a una reflexión puntual, casi lateral, pero vinculada a esto de los cambios y la continuidad.

En algún momento, quizás mañana mismo, la construcción retomará su actividad. Días pasados el presidente Luis Lacalle Pou firmó decretos relacionados al régimen de vivienda promovida o de interés social. En otras palabras, estimuló a la construcción. Pero la pandemia enseñó que hay algo que no debe seguir haciéndose: apartamentos de uso familiar (dos o tres dormitorios, living comedor y cocina) que a duras penas cubren los 60 o 70 metros cuadrados. Los hay por todo Montevideo, desde las zonas más cosmopolitas de Pocitos hasta los conjuntos de vivienda popular en los barrios periféricos.

Son verdaderas celdas y es imposible imaginar como una familia puede pasar su cuarentena en espacios tan reducidos. Las hay incluso en edificios que se ufanan de tener los llamados “amenities”: barbacoas comunitarias, salas para hacer ejercicios, tal vez una piscina. Nada de eso puede usarse en una cuarentena. Es decir: hay que replegarse dentro de apartamentos donde el living tiene el ancho de un pasillo en cualquier casa convencional, donde la cocina es minúscula, donde si se abre una puerta hay que cerrar otra, donde hay que andar a los codazos.

Eso tal vez explique, en parte al menos, por qué en Pocitos tanta gente sale a caminar por la rambla aunque sea contraindicado en tiempos de contagio fácil. En otros barrios donde no hay rambla, las penurias son peores.

En muchos países las viviendas “de interés social” deben cumplir ciertos requisitos y uno es el de que haya un determinado número de metros cuadrados por persona que habite ese apartamento. Eso obliga a construir con medidas que acá asombrarían y causarían envidia. Para quienes viven en apartamentos de las dimensiones cuestionadas (y los hay por todo Montevideo), la cuarentena es un castigo, un genuino y asfixiante encierro.

Lo llamativo es que la densidad de población no es tal que obligue a ese hacinamiento. Acá, sobra espacio.

No es posible que arquitectos, constructores, empresas inmobiliarias crean que tales dimensiones son normales. No lo son y sería necesario que a partir de este drama sanitario se saquen las necesarias conclusiones.

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