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Presiones y apurados

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TOMÁS LINN
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Como desde hace varios días las cifras de contagiados, fallecidos y de internados en CTI entraron en una suerte de planicie, ya aparecieron los apurados que quieren hoy mismo, levantar las restricciones.

Que la curva que venía en acelerado y dramático ascenso se haya frenado, es buena señal. Pero se frenó con cifras que son preocupantes y mientras no bajen en forma notoria, el peligro sigue ahí.

No cesa la puja entre quienes afirman que hay que cerrar aún más, quienes creen que las medidas vigentes son adecuadas y quienes presionan para abrir actividades hoy cerradas. Puja que se ha vuelto algo banal.

En Uruguay rigen medidas restrictivas, pero la pretensión de extremarlas aún más llevaría a aplicar métodos represivos cuando además nada indica que ello da resultado. Los países que no aplicaron restricciones tuvieron serios problemas con la expansión del virus, pero no queda claro que a los que sí lo hicieron les haya ido tanto mejor. Basta ver el caso argentino.

Acá muchos presionan para que las restricciones sean más severas, aunque luego saltan los que reclamando esas medidas, a su vez sostienen que justo en su rubro no es necesario hacerlo porque en su actividad no hay casos; a esta altura nadie sabe a ciencia cierta dónde se originan los contagios.

Por más que muchos proclamen la necesidad de apretar las tuercas, es evidente que son cada vez más los uruguayos que no están dispuestos a que suceda, aunque digan lo contrario. Un ejemplo claro es esto de los restaurantes repletos, donde no se cumple con aforo alguno. Hay, sí, restaurantes que anularon una mesa de cada dos, pero están los que muestran la otra cara de la realidad. Aducen que hay mucha demanda y aglomeraciones en la entrada, cosa que se evitaría con un sistema de reservas anticipadas.

Esos locales fueron multados, pero no apareció la Policía a desbandar las colas ni a espantar a los comensales que estaban apretados adentro. No hubo gente esposada ni arrestada. Sucede lo mismo con las multitudes que caminan por la rambla. No salen los coches lanzachorros de la Policía a disolver esas aglomeraciones, así como no lo han hecho con manifestaciones masivas donde a nadie le importó ni cuidarse ni cuidar al de al lado.

Eso es lo que se quiso evitar desde el comienzo. Eso y una frenada tal de la actividad, que liquide a quienes viven de ingresos ganados día a día. Ahí está el meollo de la discusión de todos estos meses. Y si bien se volcó mucho dinero para atenuar los daños causados por la detención de actividades, sin saber cuánto duraría la emergencia, ese dinero nunca compensa del todo al que se vio afectado.

Unos en tono despectivo exigen cerrar más, y otros (o a veces los mismos) reclaman lo contrario.

Los “free shops” en la frontera urgen que se les permita reabrir. La medida fue tomada como modo de cerrar de hecho la frontera al evitar que los brasileños vinieran a hacer compras en esos locales.

Protestan y reniegan los artistas tanto de teatro como de música o todo lo que es espectáculo y juran que no es en sus salas donde la gente se contagia. El carnaval tuvo que replegarse sin protestar.

El turismo pide que se le abran rendijas, allá donde no las hay. Los padres ansían desesperados que reabran las escuelas. Los gimnasios aseguran que podrían estar perfectamente en actividad. Las empresas que organizan grandes eventos (y con ellas las de “catering” y las de buses que transportan invitados a esas fiestas) no terminan de resignarse a que quedaron para el final de la lista.

Varios locales tipo pubs, cafés y restaurantes, han tenido que cerrar y los que cumplen a rajatabla con el aforo funcionan a media máquina, con horario restringido (un toque de queda informal) y temen por su futuro.

Las empresas de transporte interdepartamental debieron acatar la norma que reduce a la mitad la cantidad de pasajeros que viaja en sus vehículos. Medida que no solo garantiza distancia a los que viajan, sino que además reduce de hecho la movilidad a lo largo y ancho del país. Las fronteras siguen cerradas.

La lista podría seguir y ella muestra dos cosas. La primera es que pese a los exigencias del Frente, son varias las medidas vigentes que sí restringen la movilidad. La segunda es que hay mucha gente que le demanda al gobierno lo contrario, es decir que abra ya todo lo que hay que abrir.

El país, su gente, apostó a la vacunación masiva y pese a una no claramente explicada campaña por parte de sectores antivacunas, la población sensatamente respondió bien.

Pero más que el número de vacunados, las cifras que deben mirarse con minucia ahora son la de los fallecidos y la de los internados en CTI. Ahí está la clave y recién cuando ellas bajen drásticamente, se confirmará que el operativo de vacunación fue exitoso, que se podrá ir pensando en abrir las compuertas otra vez y que esta dramática pesadilla empezará a llegar a su fin.

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