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Populistas y déspotas

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TOMÁS LINN
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Las dramáticas escenas trasmitidas desde Washington fueron el resultado de una violenta arenga hecha por un presidente populista con clara inclinación al despotismo.

Hace rato viene actuando con caprichosa arbitrariedad, a duras penas contenida por un país donde las instituciones siguen teniendo su peso.

Los norteamericanos tienden a pensar que cada vez que les pasa algo, es la primera vez que sucede en el mundo y por lo tanto están haciendo historia. No siempre es así y con su versión “Trump” del populismo, corren muy atrás. Hace años que se instaló la tendencia a que pululen gobiernos votados en las urnas pero desvergonzadamente demagogos, personalistas y con una fuerte compulsión al autoritarismo.

Está Erdogán en Turquía, Víctor Orban en Hungría, Vladmir Putin en Rusia, subsisten gobiernos de ese signo en Polonia. Y aún antes estuvieron (o siguen estando) los Rafael Correa, Evo Morales y los Kirchner, Chávez sucedido por Maduro en Venezuela, Bolsonaro en Brasil. A algunos, Trump los admira y de cada uno algo tomó prestado.

Si bien todos tiene una misma compulsión autoritaria y un gigantesco ego, no todos llegan a ser dictadores desembozados. Algunos se frenan en el límite y haciéndole trampas a la constitución de su país.

No importa si son de derecha o izquierda. Sus conductas son las mismas y todos tienen un talento histriónico para arengar a las masas con discursos encendidos. Se ve que miraron viejos noticieros donde aparecía Mussolini.

No surgen por dar un golpe de estado o un “putsch” militar. La gente los vota y empiezan con amplio apoyo popular. Después, desde el poder amedrentan a los periodistas, manipulan elecciones, someten a la Suprema Corte, presionan parlamentos. Nada de lo cual está previsto en ninguna constitución aunque sigan apelando a ese inicial origen democrático.

No es lo mismo manipular instituciones en Venezuela que en Estados Unidos. Desde que accedió al gobierno hace más de 20 años, Hugo Chávez neutralizó con rapidez, una por una, las instituciones que podían vigilar y controlar su poder. Nicolás Maduro consolidó ese proceso.

A Trump no le fue tan fácil, y eso que hizo todo lo posible. Violó, sí, pautas no escritas que no están en leyes pero que por tradición hacen al “fair play” de una democracia.

Cada uno además, busca poner su impronta personal, por lo general basado en conductas narcisistas y caprichosas. Trump claramente se comportó así. A veces nos preguntamos como será de grande un niño mal criado al que se le hacen todos los gustos y ante un atisbo de berrinche la familia sale atemorizada a complacerlo. Cuando crecen, son como Trump.

Trump no sabe perder. Desde que asumió la presidencia coleccionó una larga lista de jerarcas, directores, ministros y asesores que despidió, tal como hacía en su programa televisivo cuando con furia gritaba “you are fired”. Pero era él quien despedía y metía miedo. A él no lo despedía nadie. Hasta que el pueblo norteamericano decidió hacerlo, quizás porque más gente comprendió que con sus crecientes desplantes se empezaba a volver peligroso.

Los testimonios más valiosos sobre su desprecio y abusiva conducta, provienen de quienes trabajaron con él y se volvió un clásico el libro “La habitación donde sucedió” de quien fue su director en seguridad nacional, John Bolton. Experto en temas internacionales y ex embajador ante la ONU, Bolton viene del sector duro del Partido Republicano, un verdadero “halcón”. Sin embargo no pudo soportar los caprichos, la arrogancia y la improvisación de Trump. Menos aún pudo aceptar su continuo desprecio a las reglas y a la manera en que le quitó dignidad a la función presidencial.

La violenta asonada del miércoles contra el Capitolio, estaba destinada a suceder en la medida que Trump no solo nunca aceptó la derrota sino que hizo todo lo posible para desconocer el veredicto de las urnas incluso exigiéndole a un funcionario que “le encuentre” los 11.800 votos que le faltaban para ganar en un estado. Presión, extorsión y escraches a su propia gente.

Sin embargo, las instituciones respondieron. Las sesiones en ambas cámaras para confirmar al candidato ganador como futuro presidente, violentamente interrumpidas por la horda exacerbada por el presidente, se reanudaron ni bien se retomó control del Capitolio. Hubo alarma, hubo miedo, hubo preocupación. Pero las instituciones demostraron su fuerza al no perder un minuto más del necesario y hacer lo que correspondía hacer.

Trump salió malherido y habrá que ver como emerge de esta. Pero como sucede en todo país donde rigió por algún tiempo un régimen populista con pretensiones autoritarias, es la democracia la que sufre fisuras. Cuesta mucho trabajo y tiempo recomponer su solidez y credibilidad. Y si bien Estados Unidos tiene una fuerte tradición, inalterada por más de dos siglos, le tomará tiempo consolidarse una vez más.

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