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La olvidada Venezuela

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TOMÁS LINN
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Este año de pandemia encerró a la gente no solo en sus casas sino en sus países. Unos se quejan de que las restricciones los perjudican (y vaya si lo hacen) como si fueran los únicos en el mundo destinados a sufrir. Si miraran a su alrededor, verían que no es así.

Pese a las medidas, pese a la expansión de la enfermedad, pese a que durante un año todo giró en torno a ese maldito virus, el mundo siguió orbitando en torno al Sol, las cosas siguieron pasando, algunas de ellas malas, y se les dejó de prestar atención.

¿Quién se acuerda de que en Venezuela sigue habiendo una dictadura? Al concentrarse cada uno en su propio ombligo, esa dictadura que hasta 2019 se sentía vigilada y criticada (aunque eso mucho no le afectaba) este año parece haberse consolidado en su nefasto poder y ante una indiferencia generalizada.

¿Alguien se acuerda de Juan Guaidó? Leopoldo López, refugiado en la embajada española, logró salir furtivamente de su país para encontrarse con el resto de su familia asilada en Madrid. No perdió las esperanzas, pero al darse cuenta de que el combate tomará más tiempo de lo deseado, optó por finalmente abandonar el país tras años de prisión y asilo diplomático. Henrique Capriles parece haber decidido que la única manera de hacer oposición es aceptar las reglas que impone el régimen, y eso termina siendo una forma perversa y fatalista de resignación.

Algunos países de la región que habían dirigido sus baterías contra el régimen chavista, como es el caso de Perú, terminaron enredados en su propios líos: tres presidentes en pocos días y un enardecido malestar popular ante la inestabilidad creada desde las propias instituciones y a pocos meses de una elección nacional.

En Estados Unidos un mandatario caprichoso y arbitrario no acepta que perdió. Dedicó su vida entera a despedir a sus colaboradores tanto cuando era empresario como desde la Casa Blanca y ahora rechaza la sola idea de que el despedido sea él.

En Argentina, el presidente al frente de un país en aguda crisis dedica su tiempo a intentar ordenar una cola de enfurecidos fans futbolistas que quieren ver a su ídolo velado en la sede de gobierno. Lo que no lograron los guerrilleros montoneros y el ERP en los convulsionados años 70 del siglo pasado, lo hicieron los barrabravas de hoy: tomar por asalto la Casa Rosada.

Todos están en sus propios rollos y vale la pena preguntarse si esa resignación a ver a Venezuela con un dictador que no tiene intención alguna de irse, no se vincula a cierto decaimiento de las convicciones democráticas en buena parte del mundo.

Los dictadores ya no dan golpes de Estado, al estilo de antaño, ahora saben que pueden sumar votos y una vez obtenido el poder, lo demás se arrasa.

Las diferentes sociedades están viviendo cambios enormes que podrían explicar la actitud actual de subestimar la democracia tal como siempre se la entendió. Se vive distinto y las prioridades cambiaron. Y más cambios vendrán cuando el fantasma de la pandemia termine de pasar. Pero nada de ello justifica que se modifique la percepción de aquello que define a una democracia liberal, constitucional y republicana que pone por delante las libertades, derechos y garantías de los individuos. Si no funciona de ese modo, lo que hay es una dictadura más allá de sus formas, capaz de violar derechos y pisotear libertades.

Cuando presidentes en ancas de los muchos votos que dicen haber obtenido, controlan y manipulan al Poder Judicial, amedrentan periodistas y cercenan libertades o persiguen opositores, se acabó esa democracia que dicen defender, por más votos que quieran mostrar a su favor.

Por eso abundan los Erdogán en Turquía, los Orbán en Hungría, o Putin en Rusia, y mucho antes que ellos los Chávez, Maduro, Correa, Ortega y tantos. En la indiferencia hacia esos regímenes hay también indiferencia hacia el destino de quienes viven ahí.

En la medida que una dictadura no siente que tambalea, se consolida no importa las penurias que pase el pueblo. La de Cuba es una prueba clara de ello. Y como los cubanos son estrechos colaboradores y asesores del régimen chavista, no es de sorprender que Maduro siga aferrado al poder contra viento y marea. Resultó ser un buen discípulo de sus mentores, para desgracia de los venezolanos.

Para aquellos países que siguen considerando la democracia en su formulación más clásica, estar atentos a lo que sucede en Venezuela es crucial. No solo discuten su relación como nación frente a otra que desprecia valores tan fundamentales. Discute también su propia identidad, sus convicciones, una forma de entender la vida y su necesidad de defender un modelo de convivencia que permite enfrentar ideas con respeto y tolerancia, construir la paz social y dejar espacio para la libertad de cada uno en su derecho a construir su vida.

Que la lógica preocupación por la pandemia y sus efectos no nos distraiga de otros temas que también importan.

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