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Un nuevo ministro

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tomás linn
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La pretensión de navegar por la Cancillería llevando adelante una “renuncia en cuotas”, como alguna vez la calificó el periodista Martín Aguirre, estaba destinada a terminar mal.

No se renuncia “en cuotas” y menos de la Cancillería. O se está o no se está. Pero a medias las cosas no funcionan.

La actitud de Ernesto Talvi sigue desconcertando. Es demasiado inteligente y formado para pensar que actúa con ingenuidad. Pero lo cierto es que en su confusión se enredó él mismo, enredó al gobierno y enredó al país.

Desde el momento en que se supo que tarde o temprano Talvi se iría, su cargo perdió el peso que debería tener. ¿Qué sentido tiene que otros países y organismos internacionales interactúen con Uruguay cuando saben con certeza que no es ese el canciller con el que deben hablar? Un ministro que está en la puerta de salida ya no cuenta.

Corrieron diversas versiones de cuándo pensaba irse. Por un lado se habló de seguir hasta fin de año para concretar los acuerdos del Mercosur con la Unión Europea y retomar las negociaciones comerciales con Canadá, Singapur y Corea. Además coincidía con que Uruguay ejercía la presidencia pro tempore de Mercosur. Por otra parte se dijo que quería irse antes de las elecciones municipales o tal vez una vez aprobada la ley de urgente consideración. El tema es que nunca quedó clara una fecha.

En ese contexto era obvio que el presidente buscaría un sustituto. Que ya hubiera un nombre en la vuelta (cualquiera fuera) no podía sorprender a Talvi ni hacer que eso acelerara su tan anunciada renuncia.

Renuncia que además hizo pública el día antes de la cumbre (virtual) del Mercosur en que Uruguay asumía la presidencia pro tempore. Anunciarla en ese particular momento, responderá o no a intenciones políticas o personales, pero ciertamente pareció pasar por alto que debió considerar el interés coyuntural del país.

La propia carta de renuncia está redactada en forma extraña. Sostiene que “los tiempos en el gabinete los marca el presidente de la República”. El problema es que el tiempo no lo marcó el presidente, lo marcó el propio Talvi. Fue él quien dijo que se quería ir: no se le pidió la renuncia.

Lo mismo vale cuando afirma que nada más lejos de su intención es “ser un obstáculo” para que el presidente nombre al sucesor. ¿Por qué “un obs- táculo”? Si el canciller decide irse tras estar solo tres meses en el cargo, es obvio que no está en condiciones ni de influir ni de obstaculizar la designación de su sucesor.

En medio de toda este entrevero y ya sabiendo que se iba, Talvi anunció cómo sería su gestión como ministro, su “nueva diplomacia”. Ello provocó discrepancias y roces dentro de la Cancillería. ¿Para qué anunció su plan si sabía que se iba, o que quien tomara su lugar podría no aprobarlo?

El sucesor será Francisco Bustillo, un diplomático de carrera y hombre de confianza del presidente Luis Lacalle Pou. En realidad, ha sido hombre de confianza de más de un presidente y más allá de partidos.

Al sondear qué se piensa de Bustillo en círculos políticos y de Cancillería, las opiniones son variadas y encontradas. Algunas podrían hacer arquear las cejas ante la decisión tomada.

Sin embargo en algún punto hay coincidencias. Es un diplomático fogueado, de buen talante para las relaciones personales y conoce bien la realidad de la Cancillería. Un perfil así, ayuda a evitar gestos que podrían dar rédito político pero generan cortocircuitos diplomáticos. Lo más importante es que habrá una clara sintonía con el presidente en los asuntos grandes y chicos. “Serán uno solo”, me explicó un conocedor de estos temas.

Es que en materia de política exterior no puede haber ni siquiera la apariencia de una fisura entre el presidente y el canciller. Uruguay ya tuvo una mala experiencia durante la primera presidencia de Tabaré Vázquez, cuando su ministro en forma casi explícita le llevó la contra a muchas de sus posturas. Eso terminó siendo, ante todo, un problema para el país.

Debe haber entre ambos sintonía en todos los asuntos; temas que hoy pasan por una clara postura ante la realidad venezolana, en cómo manejar el Mercosur, en impulsar acuerdos comerciales abiertos y beneficiosos para el país. En algunos de estos aspectos Talvi y el presidente se entendían bien, pero no en todos.

La diferencia respecto a Venezuela hizo ruido. Cuando ella quedó en evidencia, se conoció la intención de Talvi de querer renunciar. Muchos analistas entendieron que sus motivos para irse no tenían que ver con esa visión diferente de cómo abordar la dictadura venezolana. Sin embargo, en ese momento sostuve que dicha diferencia era importante, haya sido o no decisiva para que Talvi optara por alejarse. En temas como el venezolano, el presidente y el canciller no pueden tener diferencias, ni siquiera por matices.

Este apresurado cambio de canciller ha sido un traspié para el gobierno. Un traspié confuso y desconcertante, donde las aspiraciones políticas tal vez hayan jugado un rol, pero también lo hicieron las modalidades personales.

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