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El nuevo concepto

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tomás linn

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Ni se levantó la emergencia sanitaria ni terminó la cuarentena.

La consigna de “quedarse en casa” sigue tan vigente como el primer día. Si es así, ¿a qué se refirió el presidente Luis Lacalle Pou al definir el concepto de una “nueva normalidad”? A una inevitable y necesaria etapa que vendrá siempre y cuando la población, en uso de su libertad, asuma pautas de conductas y de socialización totalmente diferentes a las acostumbradas y que regirán mientras la pandemia siga.

Hay gente que entiende bien a que se refiere ese concepto, otra no. Algunos simplemente porque no lo entienden, otros porque no quieren entenderlo y otros se rehúsan deliberadamente a hacerlo. Es como si quisieran marcar su disidencia en una conducta que tiene visos de sabotaje y que, claro, perjudica a otros.

La apertura paulatina de diferentes actividades que reanimen la economía, forma parte del modelo que el gobierno diseña, pero sin cronograma. Se tiene una idea clara de dónde ir soltando los cabos, pero no cuándo. Ese cuándo no depende del gobierno, sino de cómo reaccione la población a la hora de adoptar nuevos hábitos. Para eso el presidente le pidió al director de la OPP Isaac Alfie y a un pequeño grupo de científicos que vayan diseñando una estrategia de paulatina apertura.

Por ahora lo que funciona es lo indispensable: la salud, supermercados, farmacias, transporte y algunos locales barriales. A ello empezaron a sumarse algunas escuelas rurales y la construcción. En las escuelas rurales, en la medida que es voluntario, el proceso se inició con lentitud y cautela, pero se puso en marcha. Hubo una discusión previa respecto a cómo guardar distancia, a cómo cuidar la higiene y al uso de tapabocas. El cumplimiento de esas pautas y su incorporación como formas de conducta, deberán prevalecer por mucho tiempo.

A más de una semana de lanzada la consigna del uso generalizado de tapabocas, se supone que cerca de un 50 por ciento de la población lo está cumpliendo. Podrá decirse que es un porcentaje alto, pero es insuficiente.

Por eso importa insistir en un punto. Es verdad que los mayores de 65 años son población de riesgo porque de contagiarse, la pueden pasar muy mal. Pero eso no los hace peligrosos. Peligrosos son los que siendo más jóvenes pueden estar infectados sin saberlo. Si ellos no usan tapabocas, contagian. Es así de simple. Pasan a ser entonces victimarios y se vuelven, insisto, peligrosos. Por lo tanto si bien parece ser un buen indicio que un 50 por ciento esté usando tapabocas, lejos está de ser suficiente.

En un supermercado el personal trabaja con tapabocas, pero quizás (al menos hasta que se hizo obligatorio) no necesariamente en el sector separado donde se venden electrodomésticos y aparatos tecnológicos. Estos pueden no parecer esenciales, pero en tiempos de encierro siempre se necesitan dispositivos para usar la computadora o una máquina para cortarse el pelo. Si en ese lugar no todo el personal y no siempre usa tapabocas, el cliente está en problemas. El tapaboca no nos protege de los otros: se usa para proteger a los otros. Por lo tanto por más que un cliente lo esté usando, si no lo hace quien lo atiende, ese cliente corre un riesgo. Sucede incluso en centros de salud. Va de suyo que en consultorios y servicios médicos directos, el personal lo usa. Pero con igual firmeza deben usarlo los administrativos, los que manejan la farmacia y otros servicios laterales.

Similar reflexión corresponde para cuidar la distancia. Al mantenerla, se protegen todos. Uno puede ser considerado y guardarla respecto al que está adelante. ¿Pero el que está atrás? ¿Corresponde que quien se sienta invadido, se lo haga saber al que se acercó demasiado? Todo indica que sí. Que el ridículo, el que está en falsa escuadra, el que queda mal, es el que no se cubre la cara o no toma distancia. Esta es, en definitiva, la “nueva normalidad”. Que lo común sea cuidar esos aspectos y que el irresponsable sea el transgresor, que no lo será de normas y leyes sino de una elemental convivencia.

Hubo un modelo de conducta que recorrió el mundo: las imágenes de una manifestación política en Israel que fue numerosa y quienes participaron en ella mantuvieron meticulosa distancia entre sí y con los barbijos puestos.

A eso debe ir Uruguay que, como tantos otros países necesita ir abriendo las tan mentadas “perillas” a las que se refiere el presidente para recobrar un necesario ritmo de actividad en medio de una pandemia que no desaparecerá así nomás.

Si esto no se entiende, los indiferentes, los que les da lo mismo, los que creen que no da para tanto, se convertirán en los sujetos peligrosos de la sociedad. Son los que sin saberlo (aunque entiendan que la posibilidad existe) van repartiendo el virus como si fuera un arma mortal, por no tomar recaudos tan elementales. Y mientras ellos se resistan a aceptar esa nueva normalidad, el país seguirá metido en este limbo que perjudica a todos, pero más aún a aquellos que son social y económicamente vulnerables.

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