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Un ministro peculiar

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TOMAS LINN
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Ernesto Talvi ha tenido al país desconcertado en estos días. Empezó por darle la razón a su antecesor, Rodolfo Nin Novoa, al no querer calificar al régimen chavista de Venezuela como una dictadura.

La reacción ante esa postura no había sido aún asimilada, cuando trascendió que había acordado con el presidente, su eventual salida del cargo.

No es fácil entender a Talvi ni en el primer episodio ni en el segundo. Ni tampoco en sus explicaciones posteriores. La pregunta que queda planteada es si continuará desconcertando, haga lo que haga en el futuro como dirigente político.

En estos dos días es mucho lo que se especuló, más que nada porque el propio Talvi no fue claro. Lo que en resumidas cuentas se sabe es que está todo bien con el presidente, está todo bien con la coalición, busca un lugar donde tener más incidencia dentro de su partido y en la coalición, tal vez se va, sí, pero todavía no, ni sabe cuando.

Y si bien por el momento es difícil definir al canciller en lo que intenta explicar con sus idas y venidas, sin embargo parece ir conformando lo que podría ser a esta altura, su peculiar modus operandi.

Los analistas insisten en que si bien lo de Venezuela tuvo relevancia, no fue decisivo en la decisión de Talvi. Es posible que así sea. Sin embargo no me animaría a restarle importancia al episodio. Su definición de días pasados contrasta con lo que los cinco partidos de la coalición dijeron durante la campaña y más aún, con lo que el propio Talvi venía diciendo con rotunda firmeza.

Sobre ese tema había clara unanimidad en los votantes de la coalición. Hasta algunos frentistas (no los más militantes) sentían vergüenza de que un país como Uruguay titubeara tanto en decir que una dictadura era una dictadura y no otra cosa.

Si bien Talvi aclara que en este tema las diferencias con el presidente se deben a la función que cada uno ocupa, pero nada más, es difícil entender porque sería grave que un canciller reconozca la existencia de una dictadura y no que lo haga el mismísimo presidente

Esas diferencia, aunque se intente hacerla pasar como una cuestión de mera estrategia, hace recordar a la complicada relación que tuvo el presidente Tabaré Vázquez en su primer período, con quien entonces fue su canciller, Reinaldo Gargano.

Por varios motivos importa que Uruguay tenga una posición clara respecto a Venezuela. Al decir que hay una dictadura se trasmite un mensaje, tanto para adentro como para afuera, sobre el modo en que este país valora la democracia. Durante períodos importantes de su historia vivió con esa forma de gobierno, pero cuando hubo interrupciones y soportó la opresión de una dictadura, aprendió a entender lo que otros pueblos sufren cuando a ellos les toca semejante desgracia.

Reconocer que Venezuela es una dictadura es imprescindible pero está lejos de ser la más radical de las posturas. Uruguay no se plantea, al menos no por ahora, ni reconocer a Juan Guaidó como presidente (como sí han hecho unos 50 países) ni romper relaciones con Venezuela. Eso no quiere decir que un día no vaya a ocurrir. La ilusión que Talvi recoge de Nin Novoa, sobre la necesidad de una salida negociada sería ideal si el régimen del dictador Nicolás Maduro tuviera la voluntad de hacerlo. Pero no es el caso. Quizás la referencia que Uruguay tiene en mente sea la salida negociada de la dictadura militar acá. Pero ella fue posible porque los dictadores querían irse. Ni Maduro ni sus secuaces tienen tal pretensión. Es deseable apostar a una salida negociada pero cada vez que se intentó, el régimen chavista aprovechó para ganar tiempo y endurecerse aún más. Con esa gente las buenas intenciones terminan siendo caras. Basta recordar cuan mal parado quedó el Papa Francisco.

Cuando se califica al régimen de dictadura, la manera de leer los hechos es otra y eso es lo que no entendió (o no quiso entender) Nin Novoa cuando se preguntó en qué cambiaba a los venezolanos que Uruguay dijera que era una dictadura. En lo cotidiano, quizás nada. Pero cambia al interpretar las multitudinarias manifestaciones de protesta: si son contra una dictadura no son insurrecciones sediciosas sino una genuina y legítima expresión contra la opresión que sufren. Y en la medida que el régimen siga cerrándose a negociar su propio fin, las vías no convencionales pasan a ser consideradas. No se derroca a un gobierno democrático. A una dictadura sí.

Talvi insiste en que su diferencia con Nin es que él siempre condenó la violación de derechos humanos y el autoritarismo en Venezuela, lo cual es verdad. ¿Entonces porqué este giro, por pequeño y formal que el lo entienda? Es que no es ni tan pequeño ni tan formal.

Es una lástima que se haya llegado a esta situación entreverada (tanto por las definiciones respecto a Venezuela como a su propia situación y destino). En estos 100 días el canciller tuvo un extraordinario desempeño y ello ayudó mucho a poner a Uruguay en el centro de la atención mundial, que no es poco cosa en este complejo panorama. Entonces, ¿qué le está pasando?

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