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Maldición y pesadilla

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TOMÁS LINN
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Carolina Cosse lleva cuatro meses al frente de la Intendencia de Montevideo. Si bien estuvo muy activa en diferentes asuntos, y eso se refleja en la popularidad marcada por alguna encuesta, hay un tema crucial que no abordó. El de la suciedad.

Ni siquiera propuso un plan alternativo para sustituir de una buena vez el mecanismo pesadillesco y maldito de los contenedores de residuos.

Sí: pesadillesco y maldito. Todos los que tienen uno frente a su casa saben bien que es así. Me cuento entre ellos, y lo aclaro para que quede claro que la descripción de cómo funciona, no es inventada ni fruto de mi fantasía, sino algo que he vivido desde que el sistema se instaló en 2003.

En 1989 Tabaré Vázquez ganó las elecciones para Intendente de Montevideo con la promesa de erradicar los basurales endémicos que había por todo Montevideo. Una esquina elegida al azar, un baldío, una calle cualquiera era usada para arrojar los residuos y convertirlo en un auténtico basural sin que nadie, por mucho tiempo, viniera a limpiarlo. El sistema, si sistema puede llamárselo, era salvaje y primitivo.

Vázquez eliminó aquellos basurales apenas en apariencia, porque tanto él como los intendentes siguientes solo consiguieron que cada solución dada terminara siendo una nueva forma de basural.

La peor fue la instalación de los contenedores, que terminó creando unos 13.000 basurales, dado que ese es el número aproximado de contenedores que se supone hay en todo Montevideo.

Si cada contenedor afecta a unas cinco casas en un determinado vecindario (las que están del mismo lado de la vereda y las de enfrente), se verá que el número de afectados es enorme, más cuando hay viviendas que tienen una casa en planta baja y otra de altos. Esto implica que cada contenedor afecta como mínimo a 65.000 casas. La cifra sube si se cuentan los edificios de apartamentos.

Más difícil de calcular es la cantidad de personas afectadas y ello depende de cuanta gente vive en una casa. De hecho, bastaría que uno solo sea el perjudicado para que esto sea un problema grave.

Todas estas personas forman parte de lo que llamo el “Vertedero Municipal de Basura”. Son socios de la intendencia en este peculiar negocio. Sus casas y veredas, lo que se ve, escucha y huele en cada vivienda, es parte de un servicio municipal pensado para que todo el mundo arroje a cualquier hora del día y la noche, sus residuos. Algunos lo harán con más o menos puntería, y luego, claro, estarán los que revuelven y tiran todo afuera para llevarse solo lo que les viene bien.

Para ser parte de este Vertedero hay dos cosas a tener en cuenta que son cruciales. Los vecinos que conviven allí no recibirán un peso por la función que cumplen ni tampoco se les exonerará un céntimo de la Contribución Inmobiliaria o de los llamados impuestos de puerta, entre ellos el conocido con el irónico nombre de “barrido y limpieza”. Pagan y conviven con una mugre institucionalizada.

¿Qué ventajas tiene ser parte de ese Vertedero de Basura? Si el contenedor está ubicado en una vereda ancha, frente a una casa con un frente enjardinado amplio que hace que la vivienda esté retirada, esos vecinos sufrirán los mismos perjuicios que cualquiera, solo que levemente (y tan solo levemente) más atenuados.

Si los miembros del Vertedero Municipal viven en casas que no tienen frente y con ventanas que dan a la vereda (y vaya si hay muchas casas así en Montevideo), el perjuicio se agudiza. Y si la vereda es angosta, mejor ni hablar.

¿Con qué conviven los miembros de este Vertedero Municipal de Basura? Primero y antes que nada, con la mugre. Cuando pasa el camión que vacía el contenedor, hace una limpieza en el entorno, es cierto, pero en pocas horas se vuelve a formar el basural.

El mal olor es constante. Entra a cada rincón de la casa que además se llena de moscas. Cada vez que un vecino tira su bolsa, el golpe de la tapa que cae retumba dentro de la vivienda. Día y noche. Los hurgadores revuelven todo, sacan lo que hay adentro y luego de seleccionar lo que necesitan, dejan lo demás sobre la vereda, justo frente a la ventana de la casa “asignada” (vaya honor) para soportar un contenedor. En algunas zonas, el camión municipal recoge la basura de madrugada y el ruidaje lo debe soportar el vecindario. Cuando hay mudanza en el barrio, lo que ya no se usa va a dar allí: placares, camas, calefones. A tal punto que a veces es imposible transitar por la vereda.

A veces la Intendencia cambia los contenedores de lugar. Según mi experiencia, usan un criterio sencillo. De estar frente a la ventana de un dormitorio lo pasan a la puerta de entrada. Y si uno protesta mucho, vienen y lo cambian ante otra ventana de la misma casa. El cinismo es asombroso.

Carolina Cosse recién empezó. Tiene todo el crédito a su favor. Es de esperar que en forma rápida y expeditiva ponga fin a un sistema que se burla y castiga a los vecinos. Habrá que esperar y ver. En realidad ni siquiera eso. Esperar no. Ya no se puede esperar más.

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