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Líderes y candidatos

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tomás linn
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Es muy pronto para hablar de candidaturas” dicen los que saben como si esto fuera una novedad. En cada período de gobierno, desde que retornó la democracia, por estas fechas siempre pasa lo mismo.

Será muy pronto, pero ya se acepta que el tema se instale, que haya encuestas y los políticos se preparen.

La diferencia es que en esta ocasión hablar de candidaturas implica hablar de los liderazgos de la nueva generación, en un tiempo que cambió con la elección del 19 y donde las expectativas ciudadanas son otras. El “cambio de época” y el surgimiento de una camada distinta de líderes sigue su marcha tal como lo vaticiné en mi reciente libro “Tiempos de cambio”.

Se están dando dos desarrollos simultáneos. Por un lado, algunos partidos aún necesitan definir sus liderazgos. Por otro, aunque con menos apuro deberán definir sus candidatos. A veces los caminos coinciden, otras no.

En el Frente Amplio se habla de candidatos pero no de líderes. Las tres figuras que rigieron hasta 2019 (Tabaré Vázquez, José Mujica y Danilo Astori) ya no están. Vázquez falleció, los otros dos están en retirada. Y nadie los sustituyó.

Suenan los nombres de Yamandú Orsi y de Carolina Cosse para ser candidatos, lo cual es natural porque desde sus respectivas intendencias pueden mostrar su gestión. Pero eso no los convierte en líderes. El Frente Amplio hoy está dominado por sus grupos más radicales (el Partido Comunista y el MPP), pero sin figuras visibles. Su discurso se reduce a oponerse a todo, con un fuerte resentimiento tras la derrota del 2019, y con mucha llegada a una militancia fiel. Por ahora no propone proyectos para el caso de volver al gobierno.

Lo llamativo es su sumisión a la central sindical. Quien preside el Frente, Fernando Pereira, antes presidía el Pit-Cnt. La agenda de la izquierda no la lleva el Frente como grupo político, sino el sindicalismo.

Para los otros partidos, el tironeo también es complicado. El Partido Colorado no termina de completar su recambio de líderes y el Partido Nacional tiene un líder muy definido, pero debe eventualmente buscar un candidato presidencial como algo distinto al liderazgo. Por eso algunos piensan en Álvaro Delgado, carente del poderoso carisma de Lacalle Pou, pero eficiente y buen ejecutor.

No tiene problemas de liderazgo el Partido Independiente con una destacada gestión desde los cargos que ocupa y no solo del ministerio de Trabajo, aunque con eso solo sería suficiente. De todos los socios, es quien mejor entiende cómo funciona la coalición. La pregunta es si esos méritos redundarán en votos.

Cabildo Abierto no parecería tener problemas de liderazgo: Guido Manini Ríos sigue siendo su referente. Su problema está en su dificultad para mostrarse cohesionado y lógico.

Lo que ya se impuso es la necesidad de actuar como coalición. Los votantes (más que los militantes) se definirán por uno u otro partido, pero en el entendido que la coalición importa.

Hay sondeos que colocan mejor, en filas coloradas, a los coalicionistas más firmes. Ocurre con Pedro Bordaberry (que nadie sabe si vuelve) y Andrés Ojeda. Este último es, entre las promesas que emergían en 2019, el que se consolida con más vigor.

Su afirmación, muy “coalicionista”, de que Lacalle Pou es su principal referente político provocó resquemor en su propio partido.

Está claro que el “cambio de época” y el surgimiento de una camada distinta de líderes sigue su marcha.

Lo paradójico es que los colorados tuvieron su propia, pero frustrada, versión de un Lacalle en las elecciones pasadas, con Ernesto Talvi. Tampoco lograron superar la valla del 12 por ciento, fundamental para consolidar un mejor equilibrio dentro de la coalición.

Por eso, es probable que muchos votantes silenciosos estén más de acuerdo con Ojeda que con sus detractores. Y eso explica por qué las encuestas empiezan a registrarlo.

Hay una situación delicada para dos dirigentes que aspirarían a la candidatura y que tienen derecho a ello. El tema es que en origen estaban destinados a cumplir otra función y si la abandonan, su trabajo quedaría a medio hacer con la consiguiente frustración para sus partidos y para el país.

Uno es el colorado Robert Silva, que aspira legítimamente a ser el sucesor de Talvi, pero que eso afectaría su misión de avanzar con una profunda reforma en la educación. Que se vaya antes condiciona la ejecución de su tarea y la sola aspiración presidencial podría obligarlo a ser más cauto de lo necesario.

La otra es la blanca Laura Raffo que hizo una rápida carrera ascendente. La idea era fortalecerla para apostar a Montevideo, pero si se afirma en el escenario nacional, la coalición volvería al mismo casillero cero en que ha estado en la capital durante más de tres décadas.

La danza de nombres seguirá. Tanto para reforzar liderazgos que algunos sectores siguen careciendo, como reforzar eventuales candidaturas. Importa recordar que para la coalición, la primera vuelta será como una interna.

Todo indica que el país seguirá funcionando con lógica de un bi-coalicionismo. Si alguien dentro del actual oficialismo no lo ve así, está apostando al suicidio político: al suyo y al de la coalición.

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