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Nos hará falta

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Tomás Linn
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Hablar de Claudio Paolillo es hablar de periodistas. De esos que llevan la vocación en el alma y para quienes su profesión y su vida son una misma cosa. Por eso su muerte produjo tanto impacto y dolor.

Como formidable exponente del periodismo uruguayo, su partida deja un inmenso vacío. Y más aún para quienes lo conocimos y trabajamos con él, codo con codo, durante tantos años. Estaba demasiado presente y tenía aún mucho más que dar, para irse tan de golpe.

Claudio fue una de las figuras más representativas de aquella generación de periodistas que se inició y fogueó en la época de los semanarios opositores, a comienzos de la década de los 80, buscando espacios de libertad de prensa en tiempos sofocados, cuando el país buscaba salir de la dictadura. Generación que moldeó el periodismo que se hizo después, una vez retornada la democracia.

Desde sus comienzos, fue muy consecuente con dos ideas rectoras. La de defender la libertad de prensa en todo lugar y todo momento, y la de consolidar la democracia en su país, una democracia de clara impronta republicana y liberal. La manera de encarar su profesión, de entender el periodismo, de escribir, estuvo siempre impulsada por esos dos principios.

Fue cronista, reportero, editor, columnista y director. Trabajó en semanarios, diarios (se inició en El Día donde antes había trabajado su padre), fue corresponsal de la Agencia France Presse e incursionó en la radio como uno de los fundadores del programa "En Perspectiva" (junto con Emiliano Cotelo). Fue activo y arriesgado militante por la libertad de prensa cuando ella no existía en Uruguay, y extendió esa lucha a todos los rincones de América, hasta el final de sus días, como presidente de la Comisión de Libertad de Prensa de la SIP.

La última vez que lo vi fue cuando ambos presentamos un libro en que dos jóvenes y audaces periodistas publicaban los resultados de una molesta investigación. Mientras hurgaban fuentes y archivos sintieron lo que era la presión del poder y por eso los dos sentimos que era nuestro deber apoyarlas. Claudio, como siempre, fue explícito en defender la libertad de expresarse y la importancia de que lo investigado se hiciera público.

En todos esos terrenos, en todos esos espacios, compartí experiencias con él y pude conocerlo bien como periodista y como persona.

En Búsqueda recorrió todo el camino, desde que entró como reportero hasta que llegó a director. Me tocó trabajar junto a él durante 27 de esos años.

Desplegó siempre una energía formidable ante los desafíos que se le planteaban. Era minucioso y obsesivo, en la búsqueda y verificación de cada dato que investigaba. El rigor era su causa y sen- tía que toda nota podía siempre quedar un poco mejor.

Su franqueza era proverbial y genuina. Casi tosca. Y obligaba a que los demás fueran francos con él. Se podía discrepar y discutir, pero no era alguien que generaba rencores ni enojos. Prevalecía su innegable honestidad. Por eso fue escuchado y respetado por todos, en todas las actividades del país, compartieran o no sus puntos de vista.

Cuando tuvo que enfrentar la miseria y la mezquindad de otros, mezquindad incluso dirigida a amigos que mucho apreciaba, supo hacerlo con valentía y claridad en los tribunales. Tenía coraje y era leal.

Fue profesor de periodismo, también una tarea que compartí con Claudio, aunque en distintos momentos y universidades. Lo consideraba una misión y se destacó en esa actividad. Era exigente, riguroso; su objetivo era formar buenos profesionales porque eso necesitaba el país. Los formó en el aula (en especial en la Universidad ORT) pero también en la redacción. Y quienes aprendieron de él, lo reconocen y agradecen.

La sala de redacción era su vida, el mundo sobre el cual todo giraba. Los contactos con sus fuentes, el intercambio con sus colegas formaban parte de un modo natural de entender esa vida. Leía puntillosamente todo lo que le llegaba y sentía una gran pasión por seguir el devenir político del país. Le interesaba, le preocupaba, se sentía comprometido.

Por eso fue también un notable columnista. De estilo directo y claro, de esos que no andaban con vueltas, duro por momentos, áspero, pero convencido siempre. Escribía con notable calidad: despojado, cortante, al grano.

Contagiaba periodismo por todos los lados. Y para quienes éramos sus colegas y compañeros de tareas, eso lo valía todo. Entusiasmaba a los demás. Compartió y enseñó. Dejó su huella en la profesión pero además en la vida política del país, tal era la agudeza con que analizaba e informaba. Todo lo cual hará que sea recordado por mucho tiempo.

Cuando publicó su ya clásico y legendario libro "Con los días contados" sobre la crisis de 2002 (una joya periodística y literaria), le pedí que autografiara mi ejemplar. Escribió una líneas muy afectuosas y remató su idea diciendo que ambos "jugábamos de taquito".

Así fue. Durante muchos años eso hicimos. Por eso, me hará falta.

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