Publicidad

Las fechas patrias

Compartir esta noticia

El doctor Sanguinetti ha lanzado la idea de superar la antigua polémica sobre la significación y la mayor o menor importancia de nuestras dos fechas patrias más tradicionales —el 25 de agosto y el 18 de julio—, estableciendo lo que dio en llamar "el feriado nacional definitivo".

Este, a su juicio, tendría que estar referido a la ejecutoria de Artigas y ser el 5 o el 13 de abril, días de comienzo y cierre del célebre Congreso de Tres Cruces, en 1813. No disiento con que se disponga su conmemoración en una fecha que pasaría a ser fiesta patria. Y que, en tal caso, tendría que ser el 6 de abril, día en que Artigas pronunció su notable oración.

Pero no comparto la idea de elevar a este nuevo feriado a un sitial emblemático dentro de la historia nacional, superior al del 25 de agosto y al del 18 de julio. Tras esta iniciativa, subyace el antiguo cuestionamiento colorado respecto de la primera de dichas fechas. Declararla, por esa vía indirecta, feriado de segunda categoría, sería la manera de reflotar la tesis de que la Asamblea de la Florida no declaró la independencia nacional.

Por otra parte, no es prudente arremeter contra tradiciones y sentimientos que están engarzados en el alma colectiva y que no responden a caprichos ni a imposiciones autoritarias sino a decisiones tomadas en el siglo XIX por nuestros mayores, algunos de los cuales —o sus padres— habían sido protagonistas o testigos de los acontecimientos estupendos de 1825, 1828 y 1830.

Para el pueblo uruguayo, desde siempre, el 25 de agosto de 1825 fue declarada "urbi et orbi" la independencia del país. Y el 18 de julio de 1830 se inició formalmente su funcionamiento institucional regular, con la jura solemne, por las autoridades y por todo el pueblo, de la Constitución que había sido sancionada el 10 de setiembre de 1829.

Salir ahora, en esta materia, con una propuesta que no encaja con el fundamento tradicional del sentir popular respecto de los máximos fastos patrios, solo puede conducir al desconcierto de los compatriotas, ya fomentado por los despistados que sostienen que nuestra independencia nos fue impuesta. O, por lo menos, obsequiada.

Ignoran, esos macaneadores, que los orientales ya habían demostrado, junto a Artigas, que no querían ser españoles (Las Piedras y el Cerrito), ni argentinos bajo la autoridad porteña (Guayabos), ni mucho menos súbditos de Portugal. Y que, junto a Lavalleja y Oribe, en 1825 habían proclamado su decisión de no ser vasallos del Imperio del Brasil. También desconocen que, en enero de 1825, el cónsul inglés en Montevideo (Hood) había informado a su gobierno que la mayoría de la población quería la independencia y era artiguista. Y el sentimiento independentista de los orientales fue señalado una y otra vez, en su correspondencia por los generales Guido y Balcarce, cuando en 1828 negociaban la paz en Río de Janeiro.

En estos días, con motivo de la idea del ex presidente, se ha vuelto a escribir que Artigas fue víctima de su cerrada intransigencia y que terminó derrotado y exiliado, como si eso desmereciera su principismo y su estatura heroica.

El infortunio jamás fue un demérito. Y expatriados —no exiliados, que Artigas jamás lo fue, pues no entró a Paraguay con la intención de pedir asilo—, terminaron sus días, entre otros grandes, San Martín en Boulogne-sur-Mer, Napoleón en Santa Elena, tras haber sido finalmente derrotado, y Rosas en Southampton. Y Dorrego, a mi juicio —después de San Martín— el más grande de los próceres de la independencia argentina, terminó sus días derrocado del poder y vilmente fusilado. Ello jamás empalideció su gloria. Más bien la enalteció.

Es de supina ignorancia sostener lo contrario. En cuanto a la intransigencia de Artigas, lo fue en defensa de principios irrenunciables: la independencia, la República, la libertad de puertos y de navegación de los ríos, así como la Federación. Era muy grande Artigas.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad