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Efectos colaterales

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TOMÁS LINN
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Durante diez meses nuestras vidas giraron sobre el mismo tema y las mismas preocupaciones: la pandemia, la cuarentena, la distancia social, el tapaboca, la vacuna. Sin embargo, la emergencia sanitaria dejó en evidencia algunas cuestiones “colaterales” que merecen ser analizadas.

Una de ellas, quizás la más evidente aunque no siempre mencionada, es cómo y dónde pasamos los períodos de confinamiento. El primero de ellos, allá por marzo, fue largo y acatado. El segundo es el que sucede ahora ante la aceleración de casos, donde mucha gente (aunque no tanta como en marzo), por su cuenta y prudentemente aplica otra vez la consigna de “quedate en casa”.

La cuestión es ¿en qué casa? Para quienes viven en apartamentos construidos en las últimas décadas, quedarse en casa fue un suplicio dadas la dimensiones de sus viviendas. No hablo de los que habitan en reducidos monoambientes y estudios (tan demandados en edificios modernos) sino en apartamentos de dos o tres dormitorios donde es imposible moverse con comodidad y, en caso de tener que pasar mucho tiempo encerrado, el lugar se vuelve asfixiante.

Esta tendencia a construir chico no es exclusiva del tipo de construcción en determinados barrios. Desde las cooperativas y los complejos de “viviendas económicas” en los barrios más alejados hasta los codiciados apartamentos en Pocitos o Malvín, las dimensiones son iguales. Unos tendrán los mentados “amenities” en la planta abajo y otros no, pero esencialmente en los lugares donde se vive y duerme, los espacios son intolerablemente reducidos.

La pandemia asimismo trajo la tendencia al teletrabajo o trabajo desde el hogar. Cuando vuelva la normalidad, habrá quienes regresen a sus oficinas, pero una parte seguirá cumpliendo sus tareas desde la casa ya que eso es más funcional. Sin embargo no es lo mismo hacerlo desde una casa que tenga alguna suerte de “búnker” al fondo o cuente con una habitación cómoda, que montar el espacio de trabajo en la mesa del comedor y tener que desmontarlo a las horas de las comidas ya que tampoco las cocinas actuales permiten lo que antes se llamaba el “comedor diario”.

Siempre me llamó la atención esta creciente tendencia al espacio reducido, a promover con bombos y platillos la venta de apartamentos de última línea y con precios acorde, pero con medidas casi surrealistas. La pandemia demostró el horror de vivir en lugares así.

Hay países (en Europa por ejemplo) que en aplicación de leyes de tipo social exigen que según la cantidad de habitantes, tantos sean los metros cuadrados de la vivienda. Y la medida es, por cierto generosa.

Los expertos dicen que el precio y el tamaño de la vivienda está relacionada a la estructura de costos que tiene la construcción. ¿Habrá llegado la hora de revisarla? Las nuevas tecnologías dan acceso a material más eficiente y de precios más bajos. Eso debería ayudar. También está la sobrecarga de aportes y tributos que seguramente inciden en el precio final de un apartamento minúsculo.

Habrá que empezar por revisar los costos. Pero es inaceptable que en medio de una pandemia tantos uruguayos se hayan confinado en apretados apartamentos en un país donde sobra espacio y falta gente. Esto no es Japón.

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