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Las dictaduras se derrocan

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TOMÁS LINN
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Las vueltas que sigue dando el Frente Amplio con el tema de Venezuela tiene ya visos de payasada. Tres de sus principales líderes súbitamente descubren, gracias al informe Bachelet, que sí hay dictadura en ese país.

Casi en el mismo momento, los delegados de ese Frente dieron su pleno apoyo al régimen de Maduro en la reunión del Foro de San Pablo realizada en Caracas. Mientras tanto acá, otras voces frentistas discreparon con la tesis de que ahora sí se trata de una dictadura.

El tema no es menor porque además de estar vinculado al padecimiento del pueblo venezolano, lo cual ya sería más que suficiente, tiene que ver con el modo con que los uruguayos definen a su democracia. Y para muchos de los que hoy están en el partido de gobierno, da lo mismo. El tema además se vincula a cómo el gobierno define su estrategia internacional. El canciller Rodolfo Nin Novoa se preguntaba en qué les cambiaba a los venezolanos que Uruguay definiera o no como dictatorial al régimen chavista.

La reflexión ministerial tuvo un tufillo casi cínico, ya que si bien lo que quería decir era que a nivel oficial no se iba a aplicar el temido mote, también insinuaba que los venezolanos la pasaban mal: ¿en qué les cambia?, se preguntaba. Para el ministro la respuesta hubiera sido, en nada. Todo seguiría igual de horrible.

Sin embargo, cambia y mucho. Con solo definir el régimen chavista como una dictadura, aunque Uruguay no haga nada más, la realidad empieza a ser entendida de otra manera. Las protestas multitudinarias dejan de ser sediciosas y adquieren legitimidad plena. Ya no se trata de que el gobierno negocie una salida sino que caiga. En una democracia los gobiernos se alternan cada tantos años, según establecen las constituciones; a una dictadura decidida a quedarse, se la derroca.

Por lo tanto, la definición importa. Más cuando en el caso de Venezuela, los que buscan el fin de la dictadura lo hacen como pueden. Muchas veces se cuestiona a Juan Guaidó por no lograr su objetivo. Pero en este caso, a diferencia de la Nicaragua de los 80, no hay una guerrilla sandinista armada hasta los dientes que acorrala al tirano Somoza. Aquí solo es población civil, desarmada, enojada, que se expresa a través de las multitudes airadas en la calle con riesgo para sus vidas. No hay mucho más. Corre en desventaja contra un gobierno déspota y represivo, que sí cuenta con una desproporcionada fuerza bruta.

El gobierno uruguayo difícilmente cambie de rumbo aunque en forma conveniente Danilo Astori, Daniel Martínez y José Mujica (este con razonamientos más sinuosos) hayan decidido calificar al régimen chavista con la palabra prohibida.

Tampoco cambiará de rumbo el resto del Frente Amplio que ya salió a cuestionar a estos tres dirigentes que se lanzaron a título personal (y para acomodarse a la realidad electoral), cosa que la férrea cultura frentista jamás permite; ni aunque lo haga su candidato a la presidencia. Un país de tradición democrática que además vivió la caída de sus instituciones y sus libertades con una dictadura que duró 12 años, sabe bien cual es la diferencia entre una cosa y otra. No necesita que nadie se lo explique y por cierto no se cree las inauditas volteretas retóricas usadas para no decir lo que hay que decir.

Sin embargo estos tres dirigentes recién se inspiraron cuando se publicó, hace apenas unas semanas, el informe Bachelet de la ONU. Por cierto, al resto del Frente ni siquiera ese informe le ha servido.

Sin embargo, la dictadura empezó muchísimo antes. Para buscar su origen hay que remontarse a los tiempos de Hugo Chávez, mentor de Maduro, tirano prepotente y patotero que se hizo una constitución a su medida y puso al Poder Judicial a su servicio. Ya ahí construyó los cimientos del régimen dictatorial. A su muerte dejó al país en una durísima e irreversible situación económica, con la empresa petrolera estatal destrozada. La idea de que la actual dramática situación se debe a la presión del “imperialismo” es insostenible. Venezuela viene haciendo todo mal desde hace años; las medidas norteamericanas se aplicaron hace solo unos meses.

Días pasados en el programa televisivo Todas las Voces hubo un debate sobre este tema y la verdad es que al final, seguir estas discusiones resulta cansador y preocupante.

Cansador porque nunca dejan de repetir los mismos irracionales argumentos. Defienden lo indefendible. Olvidan que lo de Maduro no es tan distinto a lo que sucedió en Uruguay en los años 70. Usan las mismas razones que las usadas por los dictadores uruguayos para sostener su régimen.

Preocupante (aunque a esta altura previsible) porque al defender a Maduro muestran que no creen en la democracia y más aún, no creen en los derechos y libertades de las personas. Insisten en que las prioridades del régimen (del modelo) están por encima de cualquier persona y eso autoriza a aplastar a los que piensan diferente o reclaman por sus derechos.

Asusta pensar que tanta gente piensa así en Uruguay. Es como si muchos nunca hubieran aprendido algo de lo que fue la dictadura que acá rigió de 1973 a 1985.

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