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Continuidad en el cambio

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TOMÁS LINN
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La muerte de Tabaré Vázquez impactó al país y obligó a reflexionar sobre su trayectoria y la huella que dejó. Sus logros y fracasos se evaluarán según como cada uno se ubique.

Pero es innegable que con su partida deja al país y a su propia colectividad política, un legado político nada menor: la idea de que los cambios los hacen los partidos que llegan al gobierno, pero la continuidad institucional y la permanencia democrática van más allá de lo circunstancial.

Pasará a la historia como el primer intendente frenteamplista de Montevideo y el primer presidente también frenteamplista de Uruguay. Rompió una más que centenaria tradición donde solo dos partidos se disputaban el gobierno. A eso se suma que ejerció dos veces la presidencia y la primera de ellas con mayoría absoluta.

Dejó más logros en su primera presidencia que en la segunda, aunque es verdad que en la segunda, con una bonanza que empezó a retroceder, debió hacerse cargo de la herencia dejada por la caótica gestión de su antecesor, José Mujica.

Reformó la salud con una propuesta apoyada en el sistema existente de sociedades y mutualistas a la que buena parte de los uruguayos ya estaban afiliados. La forma en que se enfrentó la pandemia muestra que ese sistema tiene sus bondades, pero también han quedado en evidencia agudas ineficacias que necesitan ser resueltas.

Puso en marcha el plan Ceibal, un cambio audaz e interesante. Fue muy mala y regresiva la ley de educación votada en su primera presidencia. No era un proyecto totalmente suyo y ahí se le vio una forma de liderar que exigía laudar con los diversos grupos del Frente que tenían entre sí diferencias a veces insalvables.

Apostó a un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos pero el Frente no lo acompañó y dejó pasar “ese tren que viene una vez en la vida”. Pese a ello demostró, al igual que Mujica, que una coalición de izquierdas integrada por socialistas, tupamaros, comunistas y socialcristianos, puede entenderse bien con “el imperio”, sea el del republicano Bush o el del demócrata Obama.

Sus presidencias y la de Mujica dejaron un nudo de regulaciones y sobrecargas en costos que afectaron seriamente la producción nacional. En su segunda presidencia, con su canciller Rodolfo Nin Novoa intentó abrir comercialmente al país pero fue secamente frenado por su propia fuerza política.

Confieso que hasta hoy me cuesta entender dónde estuvo su particular carisma, ese que lo hizo tan popular. Pero algo tenía, sin duda. Quizás, sabiendo que no era un gran orador convirtió su estilo de predicador en una marca intransferible con la cual supo llegarle a mucha gente.

Entendió, sí, el concepto de alternancia de partidos y que nadie tiene el poder total en una democracia. Jorge Batlle, con solemnidad y cordialidad le traspasó la banda cuando asumió la primera vez y de igual modo, al terminar su segunda presidencia le pasó la banda a Luis Lacalle Pou.

Hubo frentistas en 2005 que creyeron que llegar al gobierno implicaba refundar el país. Se terminaba con la hegemonía de los viejos partidos y empezaba algo revolucionario que nada tenía que ver con el pasado.

Vázquez no lo entendió así. Aplicó políticas de izquierda sin duda, celebradas por los suyos y cuestionadas por sus críticos, pero también vio que había tal cosa como políticas de Estado, donde lo que unos empiezan otros continúan.

Sucedió con la política forestal y la portuaria. Durante el primer gobierno del colorado Julio Sanguinetti se aprobó la ley forestal a la que el gobierno blanco de Luis Alberto Lacalle le dio un gran impulso y que luego el colorado Jorge Batlle alentó con la inversión finlandesa en una planta de celulosa. El Frente se opuso a ese proyecto pero una vez en el gobierno, Vázquez entendió que implicaba una transformación radical en la matriz productiva del país y la defendió a capa y espada contra una Argentina kirchnerista que virtualmente sitió al país con los cortes en los puentes.

La otra política de Estado que Vázquez continuó fue la reforma portuaria iniciada por Lacalle y continuada por los demás gobiernos. Vázquez tuvo claro que eso debía mantenerse y no se apartó de ese camino.

Cada uno tendrá su juicio sobre cómo fueron los dos gobiernos de Vázquez. En lo personal, como columnista, fui crítico a muchas de sus decisiones. Pero importa rescatar esa idea de continuidad institucional que Vázquez cuidó. Cambio sí, pero dentro de las reglas de juego de un Estado de Derecho y continuando con aquellas políticas que eran buenas para el país, por encima de partidos y gobiernos de turno.

A la hora de hacer el balance que obliga su muerte, más allá de alabanzas y reproches, que los hay, esta idea del cambio en la continuidad y la permanencia de las instituciones, sin ir a la refundación, es un legado que merece ser destacado.

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