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Caminos vecinales

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tomás linn
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Se habló mucho de la inauguración de un puente, no muy largo, que unía a dos pequeñas localidades cercanas entre sí y que juntas quizás sumaban una población de 600 personas.

Siendo candidato, en sus recorridas por el “interior profundo” Luis Lacalle Pou había estado en la zona y viendo lo que significaba vivir en un lugar donde había apenas un precario puente que ante la menor de las crecidas quedaba bajo agua y aislaba a una de las poblaciones, se comprometió a que haría algo por esa gente.

A un año de haber asumido el gobierno, Lacalle Pou volvió a ese pueblo para inaugurar el puente que se construyó durante 2020. Lo acompañaron el ministro de Obras Públicas, Luis Alberto Heber, y el intendente de Soriano, Guillermo Besozzi.

Para el presidente el sentido de su concurrencia a una inauguración de una obra que bien podría considerarse menor, fue mostrar que si se hacen promesas, estas se cumplen. Aunque sea la de construir un puente que una dos localidades muy pequeñas llamadas Lares y Perseverano. Localidades que seguramente buena parte de los uruguayos jamás escucharon nombrar y ni siquiera sabían que existían.

De todo lo ocurrido ese día en Soriano, hubo un detalle que me llamó la atención por todo lo que suponía. Fueron unas declaraciones del intendente Besozzi: “estas cosas son las que hacen que la gente se quede”.

Es que más allá de una promesa electoral cumplida, lo realmente esencial de esa obra es que por esa vía realmente se puede afianzar a la gente en el lugar que nació y creció. Que las pocas personas que viven ahí le encuentren sentido a seguir haciéndolo.

Es el viejo problema de Uruguay. Casi la mitad de la población está instalada en su capital y el resto repartido a lo largo y ancho del territorio nacional, ya sea en las capitales departamentales (que en algunos casos apenas si llegan a los 100.000 habitantes), o en ciudades y pueblos de menor población aún, o las que viven en el campo.

No se trata de un país tan inmenso que viajando por tierra tomaría días recorrerlo de punta a punta. Ni tampoco de un suelo hostil con montañas imposibles de cruzar. Como bien decían los antiguos textos escolares, es un país suavemente ondulado, fácil de recorrer y donde teóricamente nada queda demasiado apartado.

Lares y Perseverano son dos localidades muy cercanas una de otra, ubicadas al sur de Soriano, cerca del límite con Colonia. No es que estén perdidos en medio de la selva ni ocultas en los pliegues rocosos de una cordillera. Están ahí, a la vuelta de la esquina.

A raíz de la inauguración de este puente, la prensa y los informativos narraron como vivía la gente antes de su inauguración. Pasaban semanas enteras aislados por la lluvia. Hubo enfermos que por estar muy mal fueron trasladados en andas por familiares y amigos con el agua hasta la cintura y algunas personas fallecieron porque la asistencia médica no pudo cruzar el viejo puente a causa de la crecida.

Un puente puede, entonces, hacer toda la diferencia y obliga a que el país encare una política que permita que todo el territorio nacional esté debidamente comunicado. Sería un trabajo de largo plazo, pero como en todas estas cosas por más que tome tiempo, ese plazo empieza a contarse desde el momento en que se toma la decisión de empezar.

Buena parte del campo hoy está electrificado. La luz llega a casi todos lados y basta hacer un pequeño esfuerzo para dar el empujón final. La telefonía celular permite que sea mucho más fácil conectarse con gente que supuestamente vive muy aislada. Es posible recibir canales televisivos de todos lados del mundo e internet empezó a llegar a lugares que parecían vivir en el siglo pasado.

Gracias a la tecnología, no importa donde se viva en Uruguay, las posibilidades de estar conectado con lo que pasa en el mundo son cada vez más amplias.

Hasta que llueve. Ahí todo vuelve al primer casillero.

Los puentes no se pueden cruzar, los caminos vecinales se anegan y a veces se convierten en barriales. Nadie se puede mover. Y vivir en una pequeña localidad que en el mapa parece estar ahí no más, pero en los hechos es como si estuviera en el fin del mundo, se vuelve una calamidad. Por más acceso que se tenga a la tecnología de punta.

Una política, aún pensada para avanzar en etapas (pero también pensada para un día concluirse) que mejore y pavimente los caminos vecinales con mantenimiento incluido, que haga nuevos puentes en localidades como estas, que acerque lo que está lejos a la rutas principales, necesariamente terminará cambiando el mapa del país, su forma de conectarse, su productividad, la calidad de vida de la gente.

Visto hoy, parece utópico: más un sueño que una realidad. Pero algún día este país necesitará modernizarse del todo para ser más desarrollado. Y para ello, uno de los objetivos deberá ser “que la gente se quede” en sus pueblos y localidades porque vale la pena hacerlo y no está aislada de nadie.

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