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Asumir los desafíos

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TOMÁS LINN
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La discusión sobre cómo financiar una propuesta para ir erradicando los asentamientos urbanos, desnudó varias dificultades que tiene el país para procesar sus grandes problemas.

La primera: reconocer de una buena vez que los recursos son finitos y no hay suficientes como para dejar contentos a todos. La segunda: aceptar que por lo general cuando se desviste un santo para vestir al otro, es porque el primer santo ya era, desde antes, un problema de por sí. La tercera: admitir al fin que todos saben que estos problemas son reales, pero no quieren ni siquiera discutirlos.

Cuando cada año se discute la Rendición de Cuentas, los diferentes organismos del Estado reclaman más fondos en el entendido que su servicio es indispensable. Todos se creen indispensables pero el dinero que se pide no es para invertir en mejor tecnología o en infraestructura que ofrezca más eficiencia a esos servicios, sino tan solo para pagar los sueldos de una larga lista de administrativos.

Este gobierno comenzó a buscar soluciones a la vez que deja al desnudo dónde están los problemas. La pregunta es hasta dónde está dispuesto a jugarse con esa lógica de transparencia. Y más aún, hasta dónde están dispuestos a llegar cada uno de los socios de la coalición.

De la oposición poco se puede esperar, pese a que por haber sido gobierno, tiene claro dónde están los nudos pero prefiere eludir las soluciones que importan.

Hoy hay tres temas sobre la mesa que requieren una discusión honesta y una solución eficiente: Colonización, Ancap y el sistema de seguridad social. Hay más, por supuesto, pero estos tres emergieron en estas semanas y son los que ponen en evidencia que deben ser afrontados.

Al haber transparentado el precio de la nafta, el gobierno intentó mostrar por qué razones es tan cara y que para bajarla es necesario tomar medidas firmes respecto al funcionamiento de Ancap.

Todo Uruguay sabe que esto es así, que hay allí un tema pendiente que viene muy de atrás. Ya durante el segundo gobierno de Tabaré Vázquez hubo que prácticamente refundar una empresa que parecía fundida. Sin embargo, pese a esa traumática experiencia, a la hora de buscar las soluciones más sensatas, estas se entreveran.

Los frentistas parecen no haber aprendido la lección. Es como si poco les afectara aquel millonario déficit, o lo ocurrido con Pluna o luego con la regasificadora. Fueron audaces para “invertir” dinero que no era suyo e indiferentes ante el agujero que dejaron.

Lo preocupante es que dentro de la coalición hay mucha confusión. Aparecen los falsos pruritos, la idea de defender una empresa que “es de todos” con medidas que fueron probadas repetidas veces y nunca dieron resultados.

Lo mismo ocurre con Colonización. Ante una propuesta audaz del presidente de traspasar recursos de Colonización para un proyecto que apunta a erradicar asentamientos, aparecieron las resistencias tanto de la oposición como de algunos sectores de la coalición.

Todos reconocen que hay problemas en Colonización, pero cuando llega la hora de actuar, el reflejo es no tocar nada y dejar todo como está. Se trata de un instrumento creado en 1945 que ya no se ajusta a la realidad del siglo XXI. Una reciente (y excelente) columna de Juan Martín Posadas publicada la semana pasada, explica la situación con mucha precisión. Se sabe que esos problemas existen pero nadie lo dice en voz alta. Cuando ante la propuesta del gobierno el tema queda expuesto, el reflejo es dejar todo como está y no corregirlo: sí volcar dinero a la erradicación de asentamientos, pero sin quitarlo de otro lado, menos aún de Colonización. Como si los recursos sobraran.

El otro tema es el de la Seguridad Social, una verdadera bomba de tiempo. Un síntoma es que en estos días la Caja Profesional pidió al gobierno un importante préstamo para poder cumplir con sus compromisos. Pero en realidad todo el sistema está en problemas.

El gobierno anterior había advertido sobre el enorme desafío planteado pero optó por diferir la solución a su sucesor para que asuma la responsabilidad y además pague los costos políticos.

La única manera de que nadie pague costos políticos es que de una buena vez se asuma que hay una realidad complicada y que de común acuerdo todos los partidos acuerden una salida donde prime el realismo y el sentido común.

Hoy eso no parece posible.

Aun así urge tomar medidas a esta altura impostergables. La oposición las denunciará por ser “neoliberales” pese a ser falso. Pero es el cómodo verso que repiten para cuestionar todo lo que no les gusta.

Parte del oficialismo a su vez, le tendrá miedo a estos cambios. Dirá que si bien son necesarios, el camino no es ese y harán lo posible para que todo siga igual, como siempre, como toda la vida.

Hasta sentirán culpa cuando alguien los tilde de “neoliberales”, un latiguillo que no quiere decir nada pero dentro del oficialismo, algunos le temen y antes de ser calificados así prefieren la parálisis pese a que no fueron votados para dejar todo quieto.

Por ese camino, muy lejos no se irá.

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