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Se agitó la campaña

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tomás linn
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Hasta hace un mes y medio, todo hacía pensar que la campaña electoral planteaba interesantes incógnitas (a diferencia de las tres anteriores), pero que las cosas transcurrirían dentro de la razonable normalidad de cualquier proceso electoral.

De golpe, empezaron a pasar cosas. Hechos imprevistos que patean el tablero.

Por un lado, está la situación militar (y su conexión con la violación de derechos humanos durante la dictadura) que golpeó al gobierno y en especial al presidente Tabaré Vázquez. En los tiempos de la salida democrática, siendo este tema muy complejo, cada vez que se suponía que el entonces presidente Julio Sanguinetti cajoneaba alguna situación, el Frente Amplio le cobraba la cuenta sin piedad. Ahora que quien cajonea es Vázquez, el Frente Amplio organiza una marcha para apoyarlo. A ese inexplicable reflejo contradictorio se suma el tronador silencio de José Mujica.

Con este lío se conecta una nueva candidatura de esas que caen en paracaídas cada tanto: la del excomandante en jefe Guido Manini Ríos. Fue un jefe militar inteligente, sin duda, articulado y conocedor. Pero tras su renuncia, un sector de la población lo transformó en un gran caudillo nacional y pese a que nadie sabe bien qué piensa, lo quiere llevar a la presidencia.

De todos modos algo se sabe, y no es bueno. Se sabe que sus seguidores abuchean periodistas cuando estos quieren preguntar. No así Manini que calma a su gente y escucha preguntas. De todos modos, es de los que piensan que si el periodismo no informara sobre determinadas cosas, nadie estaría enterado y todos viviríamos felices. No es una buena señal de quien pretende gobernar a los uruguayos.

La candidatura de Manini se suma a un fenómeno que comenzó hace un par de años cuando Edgardo Novick formó su partido. La idea pareció entusiasmar a quienes se sentían decepcionados de los políticos en general. Sin embargo dos figuras de su muy reducido equipo ya se le fueron y una tercera quiere disputarle la candidatura en la interna. Nadie sabe cuántos votos logrará reunir, pero ya se pelean por dividirlos antes de empezar el recuento.

Mejor paracaídas tuvo Juan Sartori, que cayó limpito y sin perder su sonrisa. Promete generalidades sin ton ni son, pero parece no irle tan mal. Al menos eso dicen las encuestas. Para los que presuponen que el funcionamiento democrático exige cierta seriedad, esta es la demostración de que no siempre es así.

Otro hecho que sacudió el tablero electoral fue la entrada de Sanguinetti al centro del escenario. Con más de 80 años de edad y los últimos 15 jugando un rol discreto en el llano, Sanguinetti busca refortalecer a su debilitado Partido Colorado y tal vez también reivindicarse después de haber sufrido un duro desgaste.

Sin embargo, si no se mueve con cuidado, también puede caer en la trampa de este entuerto militar que conmovió al país en estas semanas.

Días pasados, en una entrevista filmada para El Observador, el líder colorado trastabilló al ser preguntado sobre su propio rol como presidente, en el tema de los militares y los derechos humanos. Se lo vio desconcertado y titubeante ante las incisivas preguntas de una periodista.

Quizás lo que Sanguinetti aún no percibió es que desde que dejó la presidencia en 2000 hasta ahora pasó tiempo. Una porción importante de la población no vivió los intensos debates que llevaron a la Ley de Caducidad y al referéndum que terminó manteniendo esa ley. Hay una creciente camada de votantes que ven esos episodios como parte de la historia reciente, pero no de sus propias vidas.

Si Sanguinetti quiere salir medianamente bien parado de estas situaciones, debe comprender que lo suyo hay que explicarlo de nuevo y a nuevo. Le está hablando no solo a otra generación sino a otro país.

En este sacudido contexto, los precandidatos “clásicos”, los Martínez y Cosse, los Lacalle Pou y Larrañaga, los Amorín, Sanguinetti y Talvi, deberán hilar más fino y estar más atentos.

Como dije en una anterior columna, no habrá un Bolsonaro en el horizonte político uruguayo, pero sí un cierto número de votantes que votarían a uno de haberlo. Por eso se encandilan con estos nuevos candidatos que caen en paracaídas. No importa lo que digan, si es que tienen algo para de- cir. Son lo nuevo y eso alcanza. Incluso las preferencias van pasando de uno a otro. Hubo un tiempo para Novick, luego le tocó a Sartori, ahora aparece Manini.

Están confundiendo el juego, sin duda, pero además juegan también los votantes. Al menos algunos de ellos. Por algo los buscan, por algo se acercan, por algo los van trocando.

En la medida que la campaña avance y cada parte muestre su juego, tal vez las cosas se aclaren. Algunos precandidatos habían optado por mantenerse en reserva para no exponerse al desgaste anticipado y recién ahora empezar a largarse al ruedo con todo lo que tienen.

Como sea, se trata de una campaña sin duda muy interesante, por momentos preocupante y ciertamente desconcertante.

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