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La era de la protesta

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Si visita el sitio de The Guardian en internet últimamente, puede encontrar una sección que está catalogada simplemente como “Protesta”. Así que ahora, con su café por la mañana, usted puede recibir sus noticias, clima, deportes… y protestas. Encontré artículos ahí con el encabezado: “Cinco nuevas ideas para el agitador de arte callejero en 2016”, “Mujer musulmana expulsada de mitin de Donald Trump tras protesta silenciosa” y, de manera apropiada: “Estamos viviendo en una era de protesta”.

Si visita el sitio de The Guardian en internet últimamente, puede encontrar una sección que está catalogada simplemente como “Protesta”. Así que ahora, con su café por la mañana, usted puede recibir sus noticias, clima, deportes… y protestas. Encontré artículos ahí con el encabezado: “Cinco nuevas ideas para el agitador de arte callejero en 2016”, “Mujer musulmana expulsada de mitin de Donald Trump tras protesta silenciosa” y, de manera apropiada: “Estamos viviendo en una era de protesta”.

Estamos seguros. Tan so-lo esta semana la canciller alemana, Angela Merkel, enfrentó enormes protestas luego de que su ministro de Justicia declaró que los inmigrantes árabes -cuya entrada se debió a la liberal política hacia refugiados- eran responsables en su mayoría de los ataques sexuales en contra de mujeres en Colonia en la Noche Vieja, amén que usaron redes sociales para coordinar sus ataques. El presidente Obama efectivamente lloró -esa fue su única protesta- mientras intentaba canalizar su indignación, y la de mucha gente, en corregir las locas leyes de armas de fuego de nuestra nación.

En mi opinión, esta era de protesta es parcialmente impulsada por el hecho que las tres fuerzas mayores en el planeta -globalización, la ley de Moore y Madre Naturaleza- se están acelerando en su totalidad, creando un motor de disrupción que está presionando a países fuertes y clases medias y haciendo que revienten los débiles, al tiempo que superempodera a individuos y transforma la naturaleza del trabajo, liderazgo y gobierno todo de una sola vez.

Cuando se tiene tanta agitación en un mundo en el cual todo aquel con un teléfono inteligente ahora es reportero, fotógrafo de noticias y cineasta de documentales, causa extrañeza que cada periódico no tenga una sección de “Protesta”.

Le pedí a Dov Seidman, el autor del libro How y director ejecutivo de LRN, la cual asesora a empresas por todo el mundo sobre liderazgo y la manera de formar culturas éticas, su opinión sobre esta era de protesta.

“La gente por todas partes parece estar excitada moralmente”, dijo Seidman. “El filósofo David Hume argumentó que ‘la imaginación moral disminuye con la distancia’. Seguiría que lo opuesto también es cierto: a medida que disminuye la distancia, aumenta la imaginación moral. Ahora que no tenemos distancia alguna -es como si todos estuviéramos en un teatro atestado, haciendo todo personal- estamos experimentando las aspiraciones, esperanzas, frustraciones y penurias de otros en formas directas y viscerales”.

De hecho, estamos siendo expuestos íntimamente a filmaciones de indignante brutalidad policial, víctimas de terrorismo saltando de ventanales de un teatro de París y mensajes corporativos de correo electrónico con parcialidad racista y sexista revelados por hackers. ¿Quién no se sentiría estimulado?

“Piensen en lo siguiente”, dijo Seidman: “Un dentista de Minnesota le dispara a un querido león en Zimbabue de nombre Cecil, y pocos días más tarde todo mundo se entera, desatando un tsunami de indignación moral por Twitter y Facebook. Debido a esto, algunas personas intentan cerrar su práctica odontológica publicando opiniones negativas en Yelp y escriben con pintura en aerosol “Asesino de Leones” en su residencia vacacional de Florida.

“Después, casi 40.000 personas firman una petición en un día en Change.org exigiéndole a la aerolínea Delta que cambie su política de transporte de trofeos. Delta así lo hace y otras aerolíneas siguen el ejemplo. Más adelante, cazadores que contribuyen con la industria del turismo en Zimbabue protestan por la protesta, alegando que eran objeto de discriminación”.

El que nos estemos volviendo más incitados moralmente “por lo general es algo bueno”, argumentó Seidman. El racismo institucionalizado en departamentos de policía, o en fraternidades universitarias, es real y había sido tolerado durante demasiado tiempo. El hecho que esté siendo expuesto es una señal de la salud de una sociedad y su “nuevo compromiso”.

Pero, cuando el despertar moral se manifiesta como indignación moral, agregó, “puede ya sea inspirar o reprimir una seria conversación o la verdad”. Seguramente existe una conexión entre la explosión de corrección política sobre campus universitarios -incluyendo a estudiantes de Yale exigiendo la renuncia de un administrador cuya esposa defendió normas de la libre expresión que pudieran incomodar a algunos estudiantes- y las ovaciones que Donald Trump está obteniendo por ser de una burda incorrección política.

“Si la indignación moral, con lo justificada que pudiera estar, es seguida de inmediato por demandas de despidos o renuncias”, argumentó Seidman, “eso puede resultar en un ciclo vicioso de indignación moral siendo recibida con la misma indignación, a diferencia de un ciclo virtuoso de diálogo y el duro trabajo de forjar verdadero entendimiento y acuerdos perdurables”.

Lo que es más, “cuando la indignación moral se salta la conversación moral, entonces el resultado probablemente será la aquiescencia, no soluciones inspiradas”, agregó Seidman. Esto también puede alimentar la presente epidemia de falsas disculpas, “ya que las disculpas extraídas bajo presión son como decirle a un niño: ‘Solo di que lo lamentas’, para superar el tema sin nunca enmendar las cosas”.

Con toda esta agitación moral, es como si “estuviéramos viviendo en una tormenta interminable”, comentó. Pero, ay, la resolución de disputas morales “requiere de perspectiva, de mayor contexto y la capacidad de hacer distinciones significativas”.

Eso requiere de líderes con el coraje y la empatía “para inspirar a la gente a que haga una pausa para reflexionar, para que en vez de reaccionar gritando en 140 caracteres, ellos puedan canalizar toda esta indignación moral en conversaciones profundas y honestas”. Si podemos hacerlo -un gran sí- concluyó Seidman, “podemos ser verdaderamente grandes de nuevo porque regresaremos a nuestra travesía hacia una unión más perfecta”.

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Thomas L. Friedman

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