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Síntomas y causas

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Las escenas policíaco-estudiantiles que se documentaron el martes, a 6 meses y 22 días de la administración Vázquez, no existieron bajo los gobiernos de Sanguinetti, Lacalle y Batlle: con sus sesgos personales, sabían oír, negociar, dar tono, pulsar.

Las escenas policíaco-estudiantiles que se documentaron el martes, a 6 meses y 22 días de la administración Vázquez, no existieron bajo los gobiernos de Sanguinetti, Lacalle y Batlle: con sus sesgos personales, sabían oír, negociar, dar tono, pulsar.

El frentista acendrado, ducho en justificarse cualquier cosa, podrá hurgar en su memoria: bajo las Presidencias corridas desde 1985 a 2005 no hallará en la enseñanza nada parecido a la Guardia Republicana restituyendo el edificio de la ex Pluna al Codicen y a las demás oficinas allí pensionadas, que estaban sin trabajar por rebote. (Se ha forzado la comparación con el caso del Filtro, pero este surgió del connubio tupa con criminales etarras entregados en extradición por decisión judicial: no fue estudiantil ni presupuestal.)

El frenteamplista tampoco encontrará en los anales del Ministerio de Educación ningún titular que haya tenido el desparpajo de declarar -como la ministra anteayer- que ni sabía nada ni habló con el presidente ni se interesó ante el ministro del Interior por el destino de una ocupación estudiantil montada en protesta contra un proyecto de Presupuesto que precisamente luce la firma de ella. En todo sistema democrático con vibración institucional, un secretario de Estado que así se despacha cesaría por fulmíneo decreto de un presidente con garra o se marcharía con solo oírse a sí mismo. Si tal no sucede, al militante debe quedarle claro para qué le cautivaron el voto.

Todo el Uruguay sabe a lo que llevan las escaladas y los enfrentamientos gruesos, teñidos por insultos soeces contra gobernantes. Pero todos debemos saber también que no estamos ante disloques casuales sino ante el fruto maduro de ideologías destiladas por quienes hoy están en el poder.

Dándoles a los gremios estatuto de poderes corporativos, predicando la guerra de clases y rindiendo culto al conflicto, ¿qué podía esperarse? En vez de amor al prójimo, avance de los odios. En vez de perdones y amnistías, castigos imprescriptibles hasta para octogenarios. En vez de razones discutidas en escenario grande y respetuoso, turbas e insultos a los gobernantes para doblarle el codo a la República.

El verdadero problema del azorado civismo nacional no es ya remediar los síntomas de la actual enfermedad colectiva sino enfrentar sus causas, que radican en las teorías materialistas -de izquierda y también de derecha- que han paralizado la expresión pública de las conciencias. Nuestro mayor deber es recuperar el alma de las funciones: devolverle al Estado de Derecho su misión creadora de bien común, sacándolo de los intereses que se empeñan en secuestrarlo para su bando o su oenegé y restituyéndole la idealidad, único norte liberador -personal y colectivo- que nos permite ascender desde la imperfección nuestra de cada día.

A fuerza de estudiar al hombre como mecanismo y de ver en la sociedad solo estructuras y pertenencias, muchos han perdido la cordura de la sensatez y del interés general. Acabado Mujica -tsunami cultu-ral-, el todavía nuevo Poder Ejecutivo manda la Republicana a los estudiantes; la ministra de Educación no se entera y el presidente calla. El Poder Legislativo funciona por mayoría automática. El Poder Judicial cada tanto da a luz -caso Amodio y varios más- fallos “políticamente correctos” pero jurídicamente insostenibles.

Con este panorama, síntomas y causas a la vista, todos los ciudadanos libres tenemos deberes insoslayables.

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Leonardo Guzmán

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