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Con vista al mar

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Sergio Abreu
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En la vida de toda nación existen por lo menos dos tipos de personas: las primeras son las que hacen de rectores morales; las que instaladas en la vereda de enfrente saben y opinan de todo, las que observan a distancia quiénes caminan derecho o torcido; en resumen, las que hacen política todos los días abominando de los que tienen responsabilidades públicas.

Las segundas, aunque no muestran esa antipatía causan un daño similar; son las que cuentan los votos, las que los hacen valer para conquistar posiciones, las que se sienten satisfechas teniendo una reducida cuota de poder; en otras palabras, las que viven de la política y que no se arriesgan a defender una verdad por temor a perder algunos votos; es decir, aquellas personas políticas que "barren con las dos palas" incentivando a sus compañeros a votar en sentido contrario al que ellas lo hacen para tratar de quedar bien con todos, o más bien, para no quedar mal con nadie.

Al final, la opción hace a la forma en que se encara una gestión de gobierno. ¿La oposición puede ignorar a un ministro de Economía que se autodefine como la renovación? ¿No debería afirmar conceptualmente que la renovación que representa es un déficit fiscal crónico, un desempleo de casi un 8%, una deuda externa indecente, una genuflexión permanente ante una empresa finlandesa que denuncia una infraestructura de transporte inexistente? ¿No tiene nada que decir sobre que el software "El Guardián" que compró el Ministerio del Interior llegó tarde y que el WhatsApp de los delincuentes no es alcanzado? ¿No puede cada sector desprenderse de sus intereses y dejar que las autoridades partidarias trabajen en formular propuestas de Estado en temas centrales para el país?

Es tiempo de terminar con los esquemas mentales fáciles. La renovación no es un privilegio de la edad; es una forma de hacer política, tanto, que la frescura intelectual es tan recomen-dable como intemporal, mientras los viejos vicios a veces hacen parte de la vida política de muchos dirigentes jóvenes.

La pregunta que todo ciudadano tiene derecho a plantearse es: ¿cuáles son las arrugas que más inciden en la credibilidad de la actividad política? ¿Las de la piel o las del espíritu? La diferencia es que unas no se pueden ocultar y las otras, aunque sufran de vejez prematura, se disimulan.

Un partido político no puede ser un capricho de la historia. Se integra con ideas renovadas, dirigentes modernos, valores permanentes y sensibilidad suficiente para medir la injusticia social sin ceguera política ni doble discurso.

El cambio que se debe plantear es colectivo y partidario y es fundamentalmente ¡¡de actitud!!; no es el producto de una descalificación entre compañeros o el resultado de una hiperinflación de autoestima como la que ha ganado a varios ministros y ministras que manejan los power point como fuente de una verdad revelada.

Lo más preocupante es que se contagia. La políti- ca de hoy parece no tener sentido si no se relaciona con un o una candidata; lo importante parece ser la construcción de la nada de nuevos "mesías", como si no integraran un partido político. Un candidato aislado se asimila más a un producto que la publicidad trata de vender ocultando sus propiedades reales. ¿No aprendimos nada con el Sr. Mujica?

Por otro lado, enero nos inunda de farándula turística y sin costa atlántica no se puede hacer política. Está bien, el turismo es nuestra segunda entrada de divisas al país; es bueno apoyarlo y reconocerlo; que no se tome a mal, pero para programar las actividades de los distintos sectores ¿es necesario ir a Punta del Este o a La Paloma? ¿Y los productores que salen a la ruta a protestar por los impuestos y la pérdida de competitividad no verían con mejores ojos que las reuniones fueran en Durazno, Tacuarembó o Pay-sandú? ¿Y no podría ser en Montevideo, donde tanta gente no deja su casa por temor a que la roben? ¿No sería mejor que el resultado de estas tertulias buscara también una coincidencia en denunciar a un gobierno retrógrado y populista sumergido en el clientelismo electoral y ofrecer una alternativa con sello partidario?

El mejor nacionalismo decía el ex ministro socialista de Francia Michel Rocard "es crear empleos". La mejor política social es una educación ajustada a la demanda laboral. Sin ella no habrá ni empleo ni futuro. Un Estado regulador y garante debe ser compatible con la apertura, la competencia, la revolución tecnológica y sobre todo, con la estabilidad fiscal. Y hoy que un wilsonismo de utilería sirve para todo, el mismo, puede hablar transcribiendo su posición escrita en La Democracia: "no hay veinte o cien déficit individualizables, sino uno solo, que es la diferencia entre los recursos de que el Estado dispone y la suma total de sus obligaciones".

Pero además, como legado personal y partidario el 31 de julio de 1987 Wilson en su editorial "Hasta luego", expresó: "En estas columnas no se ha escrito ni se escribirá jamás ataque alguno dirigido directa o indirectamente contra compañeros nacionalistas, cualquiera sea el sector en que militen. Nuestros adversarios andan por otro lado, y no los tenemos ni los queremos tener dentro del Partido Nacional".

Al lector corresponde analizar si se encuentra bien interpretado o no. Con autoridad podemos decir que cada vez que el Partido Nacional gobernó dejó su sello, que no es otro que la modernidad impuesta por las leyes y la visión de futuro. Y también, que cada vez que la división o el personalismo fue más allá de lo razonable, el precio que electoralmente se pagó fue tan negativo para el partido como para el país. Por tanto, si bien nada nuevo podemos experimentar, insistir en los mismos errores es sustraerle la esperanza a varias generaciones que se merecen una respuesta que les permita soñar y elegir en libertad.

En definitiva, es por esa razón que los actos y dichos de la oposición tienen que ser también de gobierno. Y eso, no significa que la diversidad de los sectores se limite porque la democracia hacia afuera se consolida desde adentro en cada colectividad. Eso siendo bueno no alcanza, porque la gente, que somos todos, esperamos una "fuerza homogénea y coherente que sin rehuir la discusión interna actúe como opción de gobierno.

Realmente ¿es mucho pedir?

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