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El socialismo se termina

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Sergio Abreu
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Colombia, Brasil, Costa Rica reciben a cientos de miles de venezolanos y nicaragüenses que huyen de sus territorios acuciados por la miseria, la inseguridad y la persecución política de los Mussolini del Caribe.

¿Cómo explicar que la riqueza de esos países se perdió, que sus pobres son cada día más pobres y que una lamentable xenofobia se ha despertado en sus fronteras? ¿Es un problema exclusivamente económico? ¿Es el resultado de una conspiración internacional? Una inflación de un millón por año ¿no es el peor impuesto que el pueblo paga en el paraíso socialista del Siglo XXI?

La respuesta tiene que ser resumida. Todos estos fracasos confirman lo inviable del proyecto socialista. Vayamos a los hechos y a los resultados del socialismo real en la región sin recurrir a la fractura del modelo madre del socialismo soviético, que podría haber servido de advertencia a nuestros activos "progresistas".

En primer lugar, en los últimos años, el populismo trató de suplantar al socialismo desfalleciente. Aprovechó los buenos precios del barril de petróleo y de algunas materias primas para armar una máquina de clientelismo electoral que funcionó hasta que los recursos se acabaron. Lo cierto es que todo lo que ingresó se gastó con una indisciplina delirante.

El déficit fiscal alcanzó niveles inmanejables, la redistribución no tuvo cambios estructurales y la corrupción pasó a ser el sello de los abanderados de la justicia social. De su mano desfilaron los Castro, Chávez, Maduro, Correa, Dirceu, Lula, Dilma, los Kirchner, y nuestros criollos Mujica, Sendic (por nombrar algunos) bajo la batuta marxista del Pit-Cnt, esos grandes capitalistas, dijera Wilson.

En segundo lugar, despotismo y pobreza se complementaron. Una posición totalitaria en Venezuela y Nicaragua lleva cientos de muertos, torturados, presos políticos; todo con el apoyo del régimen cubano especializado en exportar aparatos represivos. Eso ¿no es terrorismo de Estado? Por supuesto que sí, pero la voz de los que defienden los derechos humanos con un ojo tapado sufre de una patética afonía.

En tercer lugar, el desempleo que preocupa en muchos países. En el Uruguay registra un 8%. Lo grave es que la cifra no es una fotografía, es una tendencia. Mencionar cuatro indicadores alcanza: a) la tasa de interés que desincentiva al sector privado a invertir; b) las normas laborales que aumentan los costos internos y potencian la conflictividad; c) la presión tributaria y las tarifas públicas que restan competitividad y d) la baja escolaridad de la mano de obra sin la capacitación exigida en el mercado por la tecnología y la revolución del conocimiento.

En consecuencia, la polarización que se plantea entre izquierda y derecha como opciones excluyentes no tiene sostén; ese escenario ya no existe. El problema se resume a elegir entre la disciplina y la indisciplina; en otras palabras, cómo se encara una estabilidad macroeconómica básica, sobre todo, una austera política fiscal. ¿Qué significa esta? Pues que el que gasta más de lo que gana tiene tres posibilidades: o gasta menos, o se endeuda más corriendo la arruga de la alfombra o simplemente no paga y va al concurso.

Finalmente, un gobierno es un proyecto estratégico, el mediano plazo manda y las cuentas deben cerrar. Hemos pasado 15 años con gobiernos del Frente Amplio que para mantener el poder hicieron demagogia de la grande mientras había plata, y la continuaron haciendo cuando ya no había. En resumen: primero el voto, el futuro después. Hoy, a todos esos dirigentes, la realidad le explota en la cara; si tomaran de Marx lo mejor de su pensamiento crítico, reconocerían que fue un falso profeta y un político fracasado. Predijo la explosión del capitalismo y fue el socialismo el que se cayó, predijo la desaparición del Estado en su última fase y fueron el Estado y su burocracia los que ahogaron las economías. Predijo el empobrecimiento del proletariado y este se aburguesó (sobran los ejemplos). Para ser más gráficos, al escribir su anti- biblia "El Capital" en la que abordó todos los temas, cayó en la tentación de aterrizar su utopía y de ofrecerla como receta de cocina para alcanzar la igualdad por el socialismo internacional. El resultado está a la vista, hoy no hubiera pasado ni la primera instancia del Master Chef.

Como resultado, el sistema republicano perdió sustentabilidad. La relatividad es el instrumento de los que como Mujica piensan que lo político está por encima de lo político. Todos ellos no quieren aceptar que el socialismo no trae ni libertad política ni eficiencia económica. Y que su resultado se expresa en una distribución equitativa de la pobreza.

Las consecuencias se manifiestan según distintas realidades; en Venezuela y en Nicaragua el terrorismo de Estado es escandaloso y en otros países como Brasil, Argentina y Uruguay la estrategia es tapar poco a poco las arterias de la República y del mercado. La soberbia intelectual (madre de la intolerancia) los lleva a desconocer la Constitución y la voluntad popular (basta recordar el referido al voto de los uruguayos en el extranjero) refugiarse en las empresas públicas y defender los monopolios ejerciendo la dictadura de la economía. El ejemplo de Ancap habla por sí solo.

Digamos las cosas como son: la libertad política y el mercado son sus enemigos. Una pregunta hay que hacerle a esta izquierda fascista, ¿usted quiere, como nosotros, que la igualdad social se alcance? Pues bien, solo tiene que asegurarse que la realidad no termine siendo caótica, y que el precio a pagar por la sociedad no sean el despotismo y la miseria económica y moral.

Simplemente, hay que hablar con firmeza y seriedad. Todos gobernamos, con aciertos y errores, pero los gobiernos del Frente Amplio nos dejarán una herencia económica, política y ética que no podrá tomarse a beneficio de inventario. Nos duele la Educación que nos dejan y la tozudez con que insisten en ese discurso reaccionario vacío de resultados. Nos preocupa una realidad que el anestesiado optimismo oficial no puede ocultar, pero más aún, que la oposición todavía no comprenda que sus candidatos no pueden tener co-mo adversarios a sus compañeros de partido. Y sobre todo, que no reparen en que la mano tendida solo tiene fuerza si los partidos se preparan para gobernar.

El gobierno se puede alcanzar, pero el poder es el que facilita los cambios y los cambios tienen que ser revolucionarios. Un trabajo de todos, bajo una buena conducción que consolide las libertades.

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