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Prosperidad o recesión

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sergio abreu
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El déficit fiscal subió al 5%, la inversión sigue cayendo, la recesión se instaló y el desempleo llega al 10%.

Sin embargo, el gobierno se atribuye el mérito de haber desacoplado nuestra economía de las turbulencias vecinales y de diversificar su inserción en el mercado externo. La verdad es otra.

El mercado internacional cambió a partir del 2005 por la agresiva presencia comercial de China, una potencia que actualmente es la primera exportadora de bienes al mundo y la tercera de servicios. Es además junto con el Brasil nuestro primer socio comercial y la que demandó nuestros productos primarios como la soja y la carne bovina a precios internacionales que determinaron el crecimiento de nuestra economía.

Lamentablemente, el gobierno no tomó las precauciones debidas y mantuvo el gasto público al alza. En tiempo de las “vacas gordas” no ahorró y actualmente se enfrenta a una situación fiscal comprometida. Si a ella le agregamos el impacto que sobre el turismo tendrá la crisis argentina, las perspectivas son más preocupantes.

El único acoplamiento que registramos fue el ideológico con los compañeros del desaparecido Unasur. El populismo clientelista se guareció en un Estado ineficiente y burocrático, los cargos de confianza se multiplicaron, el delirio de la autogestión costó millones de dólares del Fondes y el endeudamiento externo se disparó a los niveles más altos de la historia. En consecuencia, la fiebre recaudadora se desató furiosamente; entre otras medidas se aprobó la tasa consular violando las obligaciones asumidas y se puso en vigencia la ley de inclusión financiera con el fin de recaudar lo máximo posible. La autoridad impositiva se transformó en “el gran hermano”, ojos y oídos de los gobernantes tendientes a controlar las conductas de todas la personas.

Por otra parte, estos 15 años nuestros gobiernos participaron en un dinámico “toma y daca” primero con el Mussolini caribeño, y luego con Maduro, un aprendiz de Stalin entrenado y dirigido por los Soviets de la Habana. Mientras tanto, el ungüento oleaginoso de Venezuela nos inundó de petrodólares, donaciones directas, valijas y subsidios disfrazados; negocios ocultos y otros no tanto. Cientos de millones de dólares ingresaron en un siniestro circuito y hasta los pequeños productores de leche fueron “clavados” por ambos gobiernos.

Como resultado el sector privado perdió más de 40.000 puestos de trabajo, en particular en el ámbito de la pequeña y mediana empresa que absorbe un porcentaje importante del PBI y del empleo nacional.

Todos los días, familias y jóvenes empresarios se plantean cerrar o trabajar en negro; ni que hablar de los comercios chicos cuyos dueños se juegan la vida cada mañana cuando abren sus puertas.

Esta es la realidad. El modelo de concentración de poder se asoció a la práctica populista de echar mano a los recursos donde estuvieren, y la política fiscal se transformó en un tenebroso mecanismo para recaudar y gastar que derivó en el indecente déficit actual. Una puñalada a la estabilidad macroeconómica.

Frente a esto la primera respuesta es que la apertura de nuestra economía es irreversible. No hay más espacio para monopolios económicos, públicos o privados ni para el proteccionismo. Las empresas públicas tendrán que ser eficientes y las unidades reguladoras deberán rescatar la autonomía funcional y técnica perdida desde el 2005, por la simple razón de que ya no es posible mantener precios y tarifas públicas que eliminan la competitividad del sector productivo. No se necesita saber mucho para reconocer que sin inversión no hay crecimiento y sin este no hay trabajo.

El candidato del Frente Amplio se equivoca al mostrar como ejemplos a seguir a países del norte de Europa, a Holanda y Alemania por citar algunos. Esos gobiernos alcanzaron una razonable eficiencia en sus políticas sociales porque son sociedades homogéneas que el buen nivel de educación, disciplina y consciencia favoreció la formación de acuerdos para solucionar problemas comunes.

Se olvida que esos sistemas políticos ya superaron las tentaciones populistas de meter la mano en el bolsillo a los primeros que aparecen con posibilidades de “pagar la cuenta”. Ahí está la diferencia con los gobiernos del FA. Estos nos dejan un Estado gastador, atrasado, segmentado, con más pozos que los que lucen las calles de Montevideo.

El próximo gobierno de-be alcanzar acuerdos con visión de mediano plazo. En pocas semanas se elige un nuevo Parlamento y 30 días después el Presidente. La opción es entre prosperidad y recesión, interés nacional e interés corporativo, despilfarro y austeridad, soberbia y firmeza, insulto y respeto, profesionalidad e improvisación. En ese contexto y a pesar de la campaña electoral, la gente debe saber quiénes están dispuestos a conformar un gobierno con respaldo popular porque los acuerdos para disponer de las mayorías parlamentarias tienen que construirse desde ahora. Solo así evitaremos que cada cinco años nos enfrentemos a la necesidad de refundar el Uruguay y la república.

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