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Las nubes pasan; el azul queda

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Sergio Abreu
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La democracia, como dijera Churchill, "es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre, con excepción de todos los demás". El diálogo es su principal instrumento, el único capaz de construir y legitimar normas y conductas a través de sus representantes.

El Partido Nacional debe fortalecer sus instituciones y el funcionamiento efectivo de sus órganos. Ello no quiere decir que los liderazgos personales o sus sectores pierdan su identidad porque hacia adentro existen discrepancias que reflejan perfiles tan diferentes como bienvenidos.

La democracia interna debe expresarse respetando las mayorías y estas deben jugar cuando el intercambio respetuoso de ideas no pudo resolver racionalmente los disensos. Esto no se ha planteado últimamente en nuestro Partido porque el Directorio, si bien se ocupa con responsabilidad de varios temas, no encara definiciones centrales puestas a votación en su seno. ¿Por qué? Simplemente porque, más allá de las dignas representaciones que se ejercen, los dirigentes principales decidieron no ser Directores y han preferido exponer sus posiciones por medio de la prensa o en reuniones de sus sectores acompañadas de conferencias de prensa.

En estos días las apariciones y declaraciones públicas de varios dirigentes referidas a la conducta de algunos de sus integrantes se han canalizado sin esperar que el Partido, a través de su Comisión de Ética, se pronuncie previamente co-mo corresponde.

En un Partido sólido lo importante es fortalecer el funcionamiento de todos sus órganos sin que ello signifique amordazar a quienes puedan opinar sobre temas tan delicados como la transparencia de las figuras públicas. Pero si su Directorio desarrolla actividades burocráticas, aún regularmente, la voz de la colectividad entera queda como un hecho secundario permitiendo que los personalismos y el sectarismo sustituyan sus decisiones.

El desprestigio de las instituciones —que se resume en la simple sentencia de que todos los políticos son iguales— tiene como causa central los juegos de poder que hacen que las estrategias electorales prevalezcan en lo interno corriendo el riesgo de recoger silenciosamente el juicio negativo de la población.

Lo expuesto deriva en una asfixia cultural que anula el trabajo en equipo y permite que todos los esfuerzos concentren su atención en los resultados de provisorias encuestas, y que lejos de alentar una sana competencia crean divisiones y fracturas que se profundizan por la fragilidad que se trasmite a su estructura orgánica.

A partir de allí todo se resume a que muchas personas puedan decir qué bien estuvo fulano o qué mal reaccionó mengano, pero son muchísimas más las que afirman, unas con dolor, y otras con satisfacción, que cuando el gobierno hace todo lo posible por perder las elecciones, la oposición hace lo imposible por no ganarlas. Puede interpretarse dura e injusta esta conclusión, pero es preferible plantearla a tiempo para que la realidad la pueda desmentir.

La situación se torna más acuciante cuando hasta por obligación democrática se hace necesario derrotar electoralmente al Frente Amplio antes que termine de demoler los valores básicos de nuestra sociedad. Y es en los órganos partidarios donde se hacen cada vez más valiosas las exigencias morales para que prevalezcan la honestidad, la competencia y la responsabilidad de todos sus dirigentes.

Ayudados por la modernidad tecnológica de las redes sociales y sus múltiples instrumentos, epítetos, insultos, calificaciones y etiquetas mentales pululan de forma tan sonora como vacías, al punto que nos olvidamos que es el Partido el que debe cumplir sus funciones para que los francotiradores se enfrenten a más ideas y principios que a las personas que eligen para disparar sobre ellas.

El Partido Nacional debe ser una oposición firme y seria. Plantear el problema va de la mano de una solución. Definir la precariedad de la situación económica y la pérdida de competitividad en todo el sector productivo; describir una gestión de gobierno que recauda como capitalista y gasta como socialista indisciplinado. Analizar objetivamente los resultados de la educación que comprometen el futuro de las nuevas generaciones; combatir la corrupción en la Administración y en las Empresas Públicas desde todas las posiciones que se ocupen. Insistir en que la ausencia de inversiones en infraestructura es suicida para nuestra ubicación geopolítica. Reclamar una política de fronteras con tecnología adecuada para combatir el crimen organizado y el narcotráfico. Y sin agotar la lista, desnudar una política exterior contradictoria sin otras definiciones que las que impulsa el Pit-Cnt en relación con la dictadura de Venezuela y hasta en el caso del plebiscito en Cataluña.

El FA ha hecho la diferencia; a cada solución ha respondido con un problema. Por eso el Partido Nacional debe exhibirse como una opción preparada para encarar con costos políticos la rectificación de varios rumbos. La historia nos ha dado ese rol que entusiasma y nos desafía.

La visión que el pueblo debe retener es la fuerza de un Partido compacto integrado por ciudadanos libres que se ajustan a la disciplina para mostrar que las ideas no son una fotografía del momento sino un proyecto de futuro respetado y respetable.

Cuando Wilson hablaba de que el Partido Nacional debía ser una "arrolladora fuerza de esperanza compartida" no se refería solo a símbolos y referencias emocionales cultoras del gesto romántico. La tradición rebelde y anárquica con que algunos nos quieren definir, hoy es el pensamiento liberal, el enemigo del "ogro filantrópico" del Estado, el defensor de las leyes, el Partido capaz de armonizar el círculo virtuoso de la estabilidad macroeconómica, la eficiencia en la gestión de gobierno y la equidad traducida en una auténtica inclusión social que rescate la dignidad de cada persona.

El pasado es el futuro si tenemos un Partido preparado para gobernar con dirigentes que podamos admitir que las nubes pasan y el azul queda.

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