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Irrelevancia, odio y tortura

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La República Argentina es sede de una reunión impactante. El G20 atrae la atención global con la presencia de gobiernos de los países más importantes del mundo.

La agenda es tan compleja y diversa que seguramente los resultados no tengan definiciones claras en problemas concretos que comprometen el futuro del planeta. Las cifras demográficas en calidad de vida, hambrunas, violencia, migraciones, desplazados, fanatismos, destrucción del ecosistema son tan alarmantes y simultáneas que provocan hasta indiferencia. Más allá de lo que sostiene Harari en sus famosos libros comparando unos tiempos con otros, lo cierto es que la respuesta de la gente y de muchos gobiernos se reduce a luchar por parcelas de poder en el día a día como única expresión comunitaria.

De todas maneras, la presencia de Xi, Trump, Putin, Erdogan, Macron y tantos otros protagonistas al menos le dan a la reunión una dimensión humana que facilita respaldos en situaciones impensadas. Basta el ejemplo de la ayuda recibida del Tesoro de los EE.UU. por el gobierno uruguayo en la crisis del 2001 surgida de la afinidad personal entre el presidente Batlle y el expresidente George W. Bush, circunstancia que evitó nada menos que el default de nuestra economía.

Estos contactos aún a nivel protocolar son de gran utilidad cuando gobernantes creativos con ideas y propuestas claras contribuyen a la discusión de los temas. La última ronda de negociaciones del GATT llevó el nombre del Uruguay; nuestro aporte en materia de derecho internacional siempre fue relevante incluyendo principios co-mo el de la no intervención; nuestro apego al Derecho y a la seguridad jurídica siempre fue motivo de reconocimiento por parte de la comunidad internacional, tanto que hasta ocupamos la Presidencia del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Sin embargo, a veinte minutos de avión se reúne el mundo en Buenos Aires y no estamos, pero sí está Chile que no integra el G20 pero participa de la reunión porque la Argentina hizo uso del derecho de invitar a otro Estado. ¡Cuidado! Lo que vamos a decir lejos está de incurrir en celos infantiles o en nacionalismos trasnochados, pero ¿nadie ha pensado que el Uruguay con su tradición y la estrecha relación con la Argentina pudo haber sido el invitado? Y si no lo fue ¿por qué razón no sucedió? ¿Por tamaño? ¿Por inquina? No, no participa por intrascendente, por irrelevante, porque no tiene mérito alguno para ser un interlocutor válido, porque el Sr. Mujica nos transformó en una caricatura, en un objeto de terapia personal que nos arrastró como Estado al nivel de una mediocre novela que esconde bajo la alfombra las miserias humanas que nos hicieron vivir la violencia y el odio de clases que él y su movimiento representan...

Por estas razones es lógico que no fuéramos considerados, porque ya dejamos de ser una referencia para ser una circunstancia. Lo que se conoce de nosotros es una perra de tres patas y un expresidente que transformado en un personaje extraño se vende como un modelo de jefe de Estado pobre conduciendo un auto antiguo. Y hasta eso hubiera pasado si esa imagen hubiera sido el reflejo de un buen gobierno, de la disciplina macroeconómica y de reformas de fondo como aquella que anunció al asumir el mando: ¡Educación! ¡Educación! ¡Educación!

Los profetas no son los que ven más que los otros sino los que ven antes; los que pueden predecir hechos y circunstancias para gobernar países como los nuestros en que la sola inmovilidad nos condena al fracaso y al rezago social.

La situación es más grave aún, porque los uruguayos medimos con una doble vara ética lo que dicen unos y lo que afirman otros y eso también se lee en el exterior. El fallecido exministro Fernández Huidobro y ahora el exsenador Mujica entienden que la única forma de acceder a la verdad es ¡la tortura! Imagine el lector que esto lo diga un común burgués con similares argumentos. Los escarches, las denuncias penales, las movilizaciones de todas esas oenegés terminarían con el acusado, su familia y su entorno.

Por otra parte el Sr. Mujica afirmó que hay gente que ¡lo odia! ¿Pero quién puede sentir odio por estos señores? Pues ninguna persona que defienda la vida y la tolerancia. Se podrá tener bronca, desprecio y malestar frente a ideas distintas y hasta poner énfasis en marcar distancias en una democracia. ¿Pero odio? Ese es un sentimiento relacionado con la extinción y la repulsión del odiado, la antesala de la intolerancia y de la violencia; el único que esclaviza a quien lo siente, el que transforma al hombre en lobo del hombre. Y eso no es así en el Uruguay y el exsenador lo sabe, ni aun cuando el mundo se asombre por documentales que hacen de sangrientos victimarios, víctimas de represores que odiaban a los luchadores por la causa de los postergados. ¿Qué éxito de taquilla puede tener uno de esos productores si narra la historia real de los que por odio fueron encerrados en las cárceles del pueblo? ¿Por qué no se hace un documental sobre la extradición de los terroristas de la ETA donde se llevó un ómnibus lleno de armas para resistir la decisión de la Suprema Corte de Justicia? ¿No se estaba defendiendo a los que odiaban y mataron inocentes en el país vasco sin que ninguno haya manifestado todavía su arrepentimiento? ¿Acaso no se sabe que el movimiento terrorista Sendero Luminoso fue quien pagó la multa aplicada a una radio clausurada por alentar a esa grave desobediencia?

El odio al que se refiere el Sr. Mujica ¿no será realmente el que exudan los gobiernos de Venezuela, Honduras y Cuba contra los que reclaman libertades, alimentos, trabajo y transparencia de los gobiernos? Ese odio dosificado ¿no será el que impulsó al ministro Bonomi a tratar de impedir una pancarta, ¡una pancarta!? ¿O el mismo que inspiró a una Ministra a catalogar de plaga a quien ejerciendo la libertad de culto cree en algo superior? ¿Cómo se combate una plaga? Pues extinguiéndola y combatiéndola hasta que desaparezca ¿y eso no será también la expresión de un odio inconfesado?

Por eso no estamos en el radar como antes, porque somos intrascendentes y solo conocidos por los disparates que dicen nuestros falsos profetas. Lo único que nos faltaba, que los únicos que no debieran decir una sola palabra nos hablen de odios y justifiquen la tortura.

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