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La imagen del Uruguay

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Sergio Abreu
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Nuestra inserción externa no tiene una expresión que la defina. Eso no es bueno para el Uruguay.

El interés nacional no puede ser frágil ni desdibujarse porque es lo que transfiere a la población las razones que defienden la convivencia pacífica, la prosperidad y el bienestar.

Siempre hemos sostenido la necesidad de buscar coincidencias en las líneas rectoras de la Política Exterior. Sin embargo, desde que asumió el gobierno del Frente Amplio la imagen del país está afectada por la ausencia de una política exterior principista, realista y pragmática.

Eso lo demuestran los hechos. En primer lugar, es bueno recordar que trece años atrás "el tren de los EE.UU.", que pasaría una sola vez como lo describió el presidente Vázquez, no se detuvo en la estación por resistencias internas dentro del gobierno. Posteriormente, "el tren chino" que inicialmente se dirigía al Uruguay cambió de destino y terminó descarrilando en el Mercosur a instancias de Brasil. Finalmente, el tren chileno en el que reservamos lugar y asiento para viajar, quedó parado en la estación del Parlamento por discrepancias en la bancada de gobierno. Lo mismo sucede con el interés del Uruguay de alcanzar el estatus de Estado Asociado en la Alianza del Pacífico, ya que, una vez más, el partido de gobierno tiene que definir si ese proyecto está o no en su programa de gobierno.

Pero las contradicciones siguen. A vía de ejemplo, el Ministro de Economía, que se posiciona por grageas, al tiempo de declararse a favor de una mayor apertura comercial impuso unilateralmente una ilegal tasa arancelaria a todas las importaciones. El fundamento fue que necesitaba recursos para enfrentar un indecente déficit fiscal de casi el 4%. En definitiva, una decisión que nos deja mal parados dentro y fuera del Mercosur, como lo mencionó con acierto el embajador argentino en nues-tro país.

En segundo lugar, otra consecuencia de tantas indecisiones es la negociación entre el Mercosur y la Unión Europea. Las propuestas se han entrecruzado y lo que parecía inminente se demora por la intransigencia del bloque en hacer concesiones en el sector agrícola. Ese nacionalismo que se esparce globalmente, salvo en China, es reflejo de la decisión del Brexit que alejó al Reino Unido del mercado común e instaló la incertidumbre política y económica en la integración europea. Aunque lo más preocupante ha sido que el Mercosur no ha concretado un solo acuerdo sustancial desde su creación en 1991. Y eso, debido fundamentalmente a los humores políticos, los desvaríos ideológicos y los altibajos populistas que sustituyeron las prioridades comerciales. En definitiva, no es de extrañar, que luego de anunciadas, reiteradas y truncas negociaciones estemos cerca de volver a fracasar. Ojalá nos equivoquemos porque los dos bloques necesitan emitir una señal política: Europa para recuperar credibilidad ante los riesgos nacionalistas que la amenazan y el Mercosur, para dar un primer paso con el Brasil cuya voluntad política, desde el inicio, ha sido un pesado lastre para la suerte y la madurez del proyecto.

En tercer lugar, hay un actor que disolvió la coherencia. El Pit-Cnt decidió monitorear las posiciones ideológicas del Poder Ejecutivo para evitar un "vuelco hacia la derecha"; y así fue, que en medio de un escenario comercial y político que reclamaba serenidad y firmeza, los dirigentes de esa Cancillería paralela viajaron a Venezuela, participaron de actos políticos y a su vuelta declararon que las instituciones políticas estaban garantizadas, que el pueblo venezolano respaldaba al oleaginoso Mussolini caribeño y que, como siempre, la CIA y el Imperio eran los causantes de esa tragedia humanitaria que sufre el hermano país. Posición que prueba la imposibilidad de los comunistas y tupamaros de metabolizar el capitalismo y el mercado; y que explica, además, los motivos que impulsaron al gobierno a proclamar que el juicio político que destituyó a Dilma fue un burdo golpe de Estado y que la justicia persigue al expresidente Lula por motivos ideológicos. Un tozudo dogmatismo que llevó a que el exvicepresidente Sendic y algunos legisladores participaran en San Pablo de actividades políticas que constituyeron una inaceptable injerencia en los asuntos internos de ese Estado.

Por estas razones, y muchas más que involucran a todo el sistema político, el Uruguay ha perdido credibilidad, imagen y sobre todo esa capacidad de propuesta que le hacía decir a un Canciller argentino que los uruguayos podrían ser chicos y pocos pero siempre capaces de hacer ruido del bueno. No es lo mismo que el ruido del personaje construido por el Sr. Mujica que desprecia el Derecho, que en su pasaje por la Presidencia integró el sublema populista del Mercosur y desde allí, reeditó la Triple Alianza contra Paraguay, facilitó el ingreso ilegal de Venezuela, recomendó viajar en el estribo del Brasil de Lula (hoy con un estribo en la cárcel) abordó con la procesada Cristina el tren de los pueblos libres en su único viaje, puso en la OEA a su Canciller y en poco tiempo se despidió de él por carta pública.

En conclusión: en el exterior nuestras posiciones son vistas como contradictorios y hacia adentro como un fracaso. Eso también explica la movilización de los llamados "auto convocados" que con el objetivo de trabajar por un solo Uruguay se enfrentan al gobierno de la forma en que toda la oposición organizadamente debió hacerlo; y que con fundamento reclaman acuerdos con otros países para aumentar el acceso de nuestros productos en más mercados y en condiciones más competitivas.

Lamentablemente, los que creemos en el Derecho, tenemos claro que la mitad del gobierno no se siente comprometida con la libertad, las instituciones y la democracia pluralista. Y este es el punto que la oposición debe atender. Porque más allá de los radicalismos enquistados en el gobierno, el resto de los partidos políticos tiene que demostrar que es capaz de tener coincidencias en políticas de Estado que en nada significa imponer un pensamiento único. No se trata de cálculos electorales ni de terminar cada jornada "orejeando candidaturas" o consultando encuestas. Se trata de dejar de luchar contra la lógica económica y de resistirse al silencio frente a la imposición de lo políticamente correcto.

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