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El tiempo futuro será mejor

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Los tiempos vividos y los que se viven alientan comparaciones que la literatura resume en el popular poema de Manrique que afirma que “a nuestro parecer, todo tiempo pasado fue mejor”.Esa melancólica apreciación de la vida no es aceptable; por lo contrario, una visión optimista indica que todo tiempo futuro será mejor si somos capaces de construirlo. Cuando tres generaciones conviven, la más vieja tiene la tendencia de añorar el pasado, de contar una y otra vez episodios de su vida que aburren a hijos y a nietos aunque con aproximaciones distintas.

Hablar de política y entusiasmar a dos generaciones con un discurso o una anécdota jugosa (sólo para uno) es algo excepcional. Pero hay una diferencia; una generación ya opina que vista la conducta de los servidores públicos, la conclusión es que “todos son iguales”; mientras que la más joven, en general, no conoce a ningún gobernante, “pasa” de todo lo político y se dedica a “hacer la suya” diciendo para sus adentros: “es lo que hay

Los tiempos vividos y los que se viven alientan comparaciones que la literatura resume en el popular poema de Manrique que afirma que “a nuestro parecer, todo tiempo pasado fue mejor”.Esa melancólica apreciación de la vida no es aceptable; por lo contrario, una visión optimista indica que todo tiempo futuro será mejor si somos capaces de construirlo. Cuando tres generaciones conviven, la más vieja tiene la tendencia de añorar el pasado, de contar una y otra vez episodios de su vida que aburren a hijos y a nietos aunque con aproximaciones distintas.

Hablar de política y entusiasmar a dos generaciones con un discurso o una anécdota jugosa (sólo para uno) es algo excepcional. Pero hay una diferencia; una generación ya opina que vista la conducta de los servidores públicos, la conclusión es que “todos son iguales”; mientras que la más joven, en general, no conoce a ningún gobernante, “pasa” de todo lo político y se dedica a “hacer la suya” diciendo para sus adentros: “es lo que hay valor “.

El Uruguay es un país de inmigrantes, a pesar de que si lo analizamos en todo su contenido cultural descubriremos que somos más indígenas de lo que creemos y de lo que queremos. Por esa razón, la movilidad social es nuestro sello; no hay castas ni aristocracias, ni familias que se sientan parte de un destino manifiesto. Y parecería que con eso ya estamos satisfechos.

Sin embargo, una inexistente lucha de clases se ha querido instalar planteando una renovada explotación del hombre sobre el hombre; con la novedad que connotados personajes de la vida nacional tienen como objetivo igualar hacia abajo y masificar el asistencialismo político a través del Estado.

El proceso es tan sutil que es difícil de identificar. Nuestra tradicional clase media basada en el esfuerzo y en la superación individual, se ha encontrado con otro modelo en el que parece que sólo se puede triunfar viviendo desaliñadamente, hablando sin respetar las formas y ganando las calles u ocupando oficinas públicas y privadas con tanta agresividad física como mental.

Entonces no es extraño que el primer objetivo sea la reforma de la Constitución, ese libro redactado “a favor de las clases dominantes”; y que el fracaso de la educación no sea el resultado de una mala gestión sino el derivado de una visión ideológica impulsada por las corporaciones que, con total conciencia, terminaron profundizando la brecha entre las necesidades del mercado y la oferta laboral.

Lo mismo puede decirse de la inseguridad y la violencia doméstica, pues éstas ya están insertadas en la cultura general; incluso los servicios de Salud acompañan esta sintonía transformándose en grandes negocios laterales en perjuicio del más desvalido.

Vivimos un tiroteo cruzado entre los integrantes de un mismo gobierno y hasta la corrupción parece una desviación secundaria. Escuchamos a un ex Presidente con una gran locuacidad, portador de un disparatario anárquico, ecuménico y sentimental; de un enorme efecto depredador en lo institucional, que despide a su gente por mensaje, como al Embajador Almagro, que insiste en que la democracia venezolana es excesiva o que el estribo del Brasil, aunque corrupto, sigue siendo el mejor socio populista.

El futuro es al que tenemos que mirar, viviendo la vida en vez de soñarla, construyendo tolerancia y libertad, que no es otra cosa que aprender a convivir entre mayorías y minorías surgidas de la soberanía popular.

Para el Uruguay, el quietismo tiene un efecto letal; por eso tenemos que replantear permanentemente nuestros ideales y esperanzas; aprender a olvidar, a ser menos jueces de los demás y más exigentes con nuestras obligaciones.

Una izquierda sectaria y autoritaria nos quiere hacer olvidar que somos más deudores que acreedores en todos los órdenes de la vida; y que el valor de la libertad es ajustable a sus intereses.

Tenemos que rescatar la idea de que la ambición es el motor de cualquier persona, pero sin que ésta deba medirse exclusivamente por las posiciones que se alcanzan, por el dinero que se gana o por el poder que se ejerce. Tener ambición es querer progresar material y espiritualmente; fortalecer los valores de la familia y escapar del fácil planteo de que el fin justifica los medios.

Por eso es que en este viaje fugaz de nuestra aventura humana no podemos olvidar a los que nos quieren y nos necesitan; y que a veces reclaman apenas una sonrisa o una caricia.

El amor y el dolor son los dos sentimientos de los que ninguno de nosotros puede escapar; y el secreto de la sabiduría es que, al primero hay que valorarlo en su tiempo y en cada momento y, al segundo, asumirlo como un amargo paso que nos ayuda a demostrar que queremos ser mejores.

El Uruguay necesita más afectos que bienes materiales y los que nos sentimos parte de esta generosa sociedad solo podremos mejorarla si en vez de tratar de hacer lo que queremos, queremos lo que hacemos. Así, hablaremos menos, nos esforzaremos más y seguiremos pensando que cualquier tiempo futuro será mejor; porque el fatalismo y el fanatismo siempre nos sumergen en lo más oscuro de la miseria humana. La vida empieza cada mañana con el desafío de encontrar adentro nuestro la causa de nuestras fallas y dejar de buscar en los demás el origen de nuestras debilidades.

Lo importante no pasa por la resonancia de nuestra voz o por creernos que somos una pieza insustituible en el engranaje de la sociedad. Tenemos que ser nosotros, trabajando, viviendo en familia, disfrutando el deporte, compartiendo la música, escuchando a los que siempre tienen algo que decir y construyendo armonías.

Muchos podrán pensar que la cursilería nos ha ganado. Está bien, están en su derecho. Pero ninguno de nosotros puede creer que todo gira a nuestro alrededor. Una sociedad se salva si su gente es capaz de entender a los otros; y su gente somos nosotros, que queremos mejores gobernantes, generaciones más educadas y preservar valores que nos permitan reconocernos en los que vienen.

De esa manera, cualquier tiempo futuro será mejor. Y eso no es poca cosa.

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Sergio Abreu

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