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SERGIO ABREU
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La Política Exterior de Estado se basa en la defensa de principios que hacen respetable a un país. Estos son las columnas del Derecho Internacional Público que tiene a la costumbre como una de sus fuentes.

Es por eso que el derecho es el escudo de los Estados débiles, porque desde los inicios de la historia, los imperios y las grandes potencias amenazaron y usaron la fuerza para imponer sus voluntades. Los intereses permanentes prevalecen. Desconocer las normas es la peor de las decisiones, sobre todo, en este mundo multipolar plagado de asimetrías económicas y militares.

La globalización exhibe la irrupción de China, la respuesta geopolítica de Rusia, las dificultades de Europa con el Brexit, la migración y los tuits de Trump arrasando con el multilateralismo y la seguridad jurídica. La tecnología transformó el comercio internacional en cadenas de producción que traspasan fronteras y unifican mercados. Todo eso convive con las pandemias, el terrorismo político, el fundamentalismo religioso y la exclusión.

El narcotráfico y el crimen organizado se extienden en todo el mundo, incluso en el Uruguay. En los últimos días, la prensa internacional definió a nuestro país como uno de los centros mundiales del contrabando y la distribución de drogas.

Los uruguayos nos sorprendimos, aunque el gobierno fue el primero en sorprenderse. Los controles fallaron. El delito transnacional avanza a más velocidad que los mecanismos de prevención y represión del Estado. Los radares no cubren la totalidad del territorio porque el país carece de recursos y de tecnología para combatir estos fenómenos.

El Frente Amplio es responsable de haber comprometido la imagen del Uruguay. Durante estos quince años se abrazó al Foro de San Pablo y utilizó la Cancillería como brazo ideológico. Lo prioritario fue lo político y por esa razón, atendió de forma aislada temas sensibles como los problemas de las fronteras secas y fluviales, de la plataforma continental y del espacio aéreo del territorio terrestre. Ignoró el trabajo interdisciplinario y en muchas situaciones reaccionó como el actual Ministro de Defensa, que enfrentado a lo inexplicable, opinó a favor de la “legalización global de las drogas” olvidando su investidura. Lo cierto es que su fuerza política es uno de los principales apoyos de la dictadura de Maduro. Por otra parte, el oscurantismo protege todavía los negocios que “el ungüento oloroso” impulsó de la mano de la fracasada moneda del Socialismo siglo XXI.

Por esas razones, el gobierno dejó de encarar su gestión con visión de Estado. La causa revolucionaria era suficiente y lo demás se atendería de forma aislada, como se hizo en incontadas circunstancias. Eso llevó a que las tareas de prevención e inteligencia deambulen en las chacras institucionales del Estado; los jerarcas dispuestos a compartir información y trabajar en conjunto se cuentan con los dedos.

Fue así que se produjo la fuga de un narcotraficante de la Jefatura de Policía, que aviones clandestinos entraron y salieron del territorio como “Perico por su casa”. A ello se agregó el escandaloso transporte de una tonelada de cocaína embarcada en nuestro país y descubierta en Alemania.

Pero como la causalidad está proscripta, la mayoría del Frente Amplio actúa como Trump; desprecia el derecho y se enfrenta a cada problema tomando una decisión para salir del paso. Claro está que con una diferencia, que de explicarse subestimaría la inteligencia del lector.

Mientras tanto, el Poder Ejecutivo habló por boca del Canciller que afirmó que de nada servía calificar de dictadura al régimen de Maduro; y acusó a los Estados Unidos de intervenir en nuestros asuntos internos al advertir a sus ciudadanos sobre la inseguridad del país. El ridículo internacional se consumó.

Lo expuesto demuestra que en el gobierno todos cooperan pero ninguno coordina. Los ministros lucen atornillados. La autocrítica no existe; sus declaraciones no tienen sentido ni consistencia. Algunos dicen una cosa y otros los contradicen. Las elecciones los obsesionan y atacan a la oposición definiéndola como “la derecha, conservadora, neoliberal y capitalista”. Un latiguillo antiguo y gastado.

Otros tiempos y otro gobierno vendrán pero las turbulencias globales no darán espacio a las profecías; las políticas públicas deberán centrar su atención tanto en la seguridad nacional como en la interna. Precisamente, lo que no hicieron las administraciones del Frente Amplio.

Los tiempos de la mediocridad complaciente se terminan. Un gran gobierno de coalición deberá acordarse con seriedad y visión de Estado. El Uruguay necesita un Presidente con carácter que tome decisiones y que convoque a prestar su concurso a los más preparados. En esa sintonía, la seguridad internacional y nacional deberán complementarse con la Política Exterior. Todo lo contrario a esta improvisación y rigidez ideológica que nos dejará una pesada herencia.

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