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Brasil y sus problemas

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Sergio Abreu
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El diagnóstico en todos los ámbitos es muy importante. En algunas disciplinas es el punto de partida para trabajar en mejorar los aspectos que lo definen. En cambio, en las democracias, las causas que han llevado a un país a determinada situación son más importantes que el mismo diagnóstico.

Ellas son las que construyen la memoria pública, las que permiten cotejar promesas con realizaciones, discursos preelectorales con gestión de gobierno. Por esa razón preocupa que los responsables de las serias crisis que se viven en Brasil y en otros países de la región, incluido el nuestro, traten de defenderse atacando y descalificando a los que se presentan como una alternativa a sus gobiernos. Más aún, indigna que los responsables de ese presente anarquizado hagan vaticinios apocalípticos sobre la estabilidad del sistema según sea el candidato que los desafía.

La primera vuelta de las elecciones que se celebran hoy en Brasil sirve de ejemplo. La polarización muestra dos candidatos que con mayores posibilidades compiten por el apoyo popular para enfrentarse en la segunda vuelta. Bolsonaro y Haddad. La pregunta que todos se hacen viene de la mano de una afirmación: ¿cómo es posible que el Sr. Bolsonaro lidere las encuestas cuando sus postulados son ultraderechistas, fascistas, pro dictadura militar y tantas cosas más? ¿Qué fundamentos tiene ese apoyo de la población si su eventual Presidencia implica tantos riesgos para la democracia?

Muy bien. Los que afirman esto no hablan de las causas que despiertan este apoyo popular. Estas no son otras que políticas, económicas y éticas y hacen a la gestión de los gobiernos del Sr. Lula da Silva y de la Sra. Dilma Rousseff. Es más, hace también a varios Presidentes del caquéxico Unasur que obtuvieron similares resultados en sus gobiernos como son los casos de Argentina, Venezuela y también el Uruguay. De este último ya nos ocuparemos.

En el ámbito político, el desprestigio de las instituciones ha sido un objetivo común de los gobiernos populistas. La separación de poderes es un obstáculo para las revoluciones radicales; si la Justicia procesa y condena a integrantes del Poder Ejecutivo y sometidos a juicio político de acuerdo a la Constitución son destituidos, esto configura un "golpe de Estado" orquestado por la "derecha". Simultáneamente, la defensa de esos gobiernos amigos es colectiva, y las visitas como la del Sr. Mujica a Lula en la prisión y los actos realizados en el Brasil y en otros países no son actos de intervención en los asuntos internos de otro Estado. Ahora bien, si esos gobiernos violan los derechos humanos practicando un deleznable terrorismo de Estado y se los denuncia a la Corte Penal Internacional, los que cumplen con sus obligaciones internacionales violan el "sagrado principio de la no intervención". Una verdadera hemiplejia moral.

En lo económico el desmadre macro es común. Los déficits fiscales de Brasil (8%) Argentina (4%) Venezuela (14%) y Uruguay (4%) son la causa principal de los desequilibrios de sus economías. Un gasto público clientelista sin control no se corresponde con reformas de fondo tan anunciadas como postergadas durante los años de gobierno que tuvieron el poder. La de la Educación y la del propio Estado son un claro ejemplo. La tasa de desempleo es impactante. 13% en Brasil, 9% en la Argentina, 8.5% en el Uruguay y más del 30% en Venezuela.

Esos gobiernos han llevado a la quiebra el potencial de crecimiento de sus economías. Han impulsado un anacrónico "nacionalismo progresista" negándose a la apertura comercial, fortaleciendo los monopolios públicos y alimentando corporativismos sindicales. Han agrandado un Estado que subsidia sin medir resultados obligando a los desasistidos a pagar la cuenta de ese clientelismo político. Han hecho que el Estado esté metido en todo como en tiempos del mercantilismo colonial. Y si algo faltaba en este acuñado socialismo del Siglo XXI, lo que no terminaron de "estragar" lo atribuyen a la influencia de un "neoliberalismo" que no saben cómo definir.

Pero en lo ético es donde el escenario es trágico. La corrupción se ha generalizado. Los gobiernos del circuito progresista no dejaron títere con cabeza. Piensan que la izquierda es tan solidaria que solo es delito robar con la mano derecha; es más, consideran lógico que los marxistas de tanto combatir el capital ajeno hayan decidido hacer el propio en perjuicio del pueblo que dicen defender; en otras palabras de los pobres contribuyentes que no tienen un sindicato que se manifieste. Así han aparecido lofts, apartamentos de lujo, casas en balnearios, autos de alta gama, latifundios en varios países, cuentas en el extranjero y hasta zoológicos propios. Lonjas que salen del cuero del pueblo, de los que ya dejaron de ser ciudadanos para ser súbditos.

Mientras tanto, la inseguridad es tal que el miedo paraliza al pueblo y sus reclamos pasan por pedir mano dura y ejemplarizante. Para el pueblo que "anda y arde en la calle" la democracia no parece ser un valor central. ¿Quién no lo escuchó? "Los trabajadores estamos presos en nuestras casas detrás de las rejas y los chorros y asesinos están libres asaltan y matan al que quieren".

Tras las elecciones, el nuevo gobierno brasileño, como otros que se irán renovando en el continente, recibirán un mandato revolucionariamente claro. El pueblo quiere moneda estable para que la economía crezca, quiere seguridad, quiere el fin del clientelismo y de la concentración de poder con sus recursos, quiere probidad y honestidad, quiere que se defiendan sus derechos y se abandonen los "abusos definidos".

Con un mandato como ese, y con la lucidez que se reclama al gobierno que surja de las urnas del Brasil, el nuevo Presidente que será electo en segunda vuelta tendrá como primera tarea combatir las causas de la crisis actual y conducir a la Terra de Vera Cruz y a su pueblo a un mejor destino.

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