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Seis mil pensamientos

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GINA MONTANER
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En la época de pandemia que nos ha tocado vivir ha sobrado tiempo para meditar extensamente. 

El periodo de confinamiento que en algún momento hemos pasado o bajo el cual algunos continúan ha propiciado reflexiones que antes del estallido del Covid-19 eran más tenues debido a un ajetreo cotidiano que se ralentizó con el encierro y una existencia más recogida.

Incluso el retorno a una rutina más parecida a la del pasado se ha visto marcado por una inflexión interior en la mayoría de las personas: la preocupación por las variantes del coronavirus que se esparcen. La división entre quienes acudieron rápidamente a vacunarse y aquellos que se resisten a la inmunización o la rechazan abiertamente. Una sensación de inseguridad a la hora de planificar una salida, una reunión o un viaje. Sin duda, con la pandemia se ha posado un nubarrón que al menos temporalmente ha alterado el estado anímico y las relaciones con otros.

Basta con ver las encendidas discusiones en las redes sociales en relación con el uso o no de mascarillas en los colegios. Se ha transformado en un debate inflamado entre unos y otros que ha contribuido aún más a la fractura existente y de índole ideológica que enfrenta a conocidos, vecinos y hasta padres de familia que en otros tiempos compartían conversaciones triviales a las entradas de las escuelas. Por momentos, la disputa en torno a un trozo de tela cuya función es aminorar el contagio se torna feroz a la vez que los niños regresan a las aulas.

Mientras en Estados Unidos la discusión sobre las mascarillas roza el delirio, con grupos que aseguran su uso provoca infecciones más “peligrosas” que el propio virus y que constituye una “violación de los derechos humanos”, en la mayor parte de Europa los chicos se prepararan para iniciar en septiembre el año escolar con tapabocas, distancia social y “burbujas” en las aulas que permitirían la cuarentena del grupo si uno de los alumnos enferma. Medidas de mitigación que se acatan sin riñas sonoras que acaban poniendo en peligro a la población.

La pandemia ha multiplicado las vacilaciones, pero también prevalecen algunas certezas: las personas vacunadas tienen menos riesgo de acabar hospitalizadas o muertas si contraen el virus, en comparación con los no vacunados que ahora ocupan las camas de las unidades de cuidados intensivos y corren peligro de morir intubados. Estos datos deberían bastar a la hora de sopesar los beneficios de vacunarse, sobre todo en relación a los más vulnerables como ancianos, individuos con problemas de inmunidad y menores que todavía no alcanzan la edad de vacunación.

De acuerdo con un estudio sobre el cerebro humano que se realizó en la universidad de Queen en Canadá, elaboramos unos seis mil pensamientos a diario, de los cuales el 80 por ciento son negativos y el 95 por ciento son repeticiones de pensamientos que tuvimos el día anterior. ¿Acaso bajo esta pandemia, con el tiempo a solas que produjo el obligado aislamiento, aumentó el número de pensamientos que pasan por la cabeza? Es natural suponer que los sentimientos negativos han aflorado durante esta grave crisis sanitaria que ha afectado a todos. En cuanto a las profundas diferencias que han surgido, es evidente que esta riada de pensamientos tiene una vertiente oscura y divisiva. Necesitaríamos otros seis mil para escapar de tantos desencuentros.

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