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Falsos antagonismos y quiénes somos (I)

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SANTIAGO GUTIÉRREZ SILVA
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En las últimas semanas, tanto el trágico fallecimiento de Jorge Larrañaga, como un nuevo aniversario de la vuelta de Wilson al país, llevaron a revivir ese desgastado debate sobre qué es el wilsonismo, y consecuentemente quién lo representa de mejor manera, o dónde está.

Los “ismos” luego de la muerte del líder sufren. Sufren cambios, vacíos, abandonos y reestructuras. Evolucionan o desaparecen. No existen marcas registradas en política sin un líder que la llene de contenido y esperanza.
Así es que los históricos números de listas no retienen votos por sí solas. Porque la gente no vota números ni etiquetas, sino proyectos.

Y aquí reside el principal desafío de cualquier “ismo”: Tener una identidad definida, ser sustancioso en su contenido, tener coherencia de acción y conformar un proyecto de país que ilusione.

En la constante retórica casi obsesiva sobre el wilsonismo, hemos caído los propios blancos en avalar por omisión falsos antagonismos y asimilaciones igual de falsas. Los vacíos discursivos se dan en varios carriles.

Primero nosotros mismos. Con asiduidad recurrimos a una misma faceta de Wilson, el héroe. La brillante épica de la resistencia a la dictadura, su maravilloso discurso el 27 de junio del 73, el exilio y su vuelta. Todo compromiso, intransigencia y lucha. Una verdadera epopeya.

En ese camino nos emocionamos hasta las lágrimas, pero silenciosamente nos olvidamos de los “otros” Wilson. (Recomiendo leer al respecto un virtuoso intercambio intelectual entre Juan Martín Posadas y Facundo Ponce de León en sus columnas de opinión pasadas).

Para poder sentar las bases de contenido que le den identidad a un sector, además de la épica, debemos rescatar su proyecto de país, su inspiración. Y aquí reside nuestra principal falencia a lo largo de los años. Nos olvidamos de rescatar y evolucionar al Wilson estadista, ministro de Ganadería, impulsor de la CIDE. Ese que quiso, pensó y planificó cómo reformar las estructuras sociales y productivas del país para ponerlo en el próximo siglo. No recrear Nuestro Compromiso con Usted, sino su vocación de estudio, transformación y desarrollo para la gente. Toda la gente.

En sus palabras: “Unir la fuerza tremenda de la tradición con el reclamo urgente de los tiempos nuevos”.

Por otro lado, desde otras tiendas constantemente se pretende definir, ubicar y juzgar qué es, a dónde pertenece y qué importancia tiene en la vida política del país esta corriente. En esa manipulación clásica que tergiversa hechos históricos, usa frases célebres fuera de contexto y hace un uso patético del olvido selectivo, se pretende ubicar al wilsonismo como antagónico al herrerismo, e incluso y por tabla, como algo parecido al batllismo, disparatada y ficticia pista de aterrizaje al Frente Amplio.

En la liviana discusión, se utilizan repetidamente distintos supuestos de azúcar: se pretende utilizar al falso ideal de wilsonismo como seguro o una suerte de freno frente un supuesto gobierno terrible y egoísta de mayor peso herrerista. Al mismo tiempo se susurra la idea de un Wilson fuera del Partido Nacional, o perteneciente a la actual izquierda. Difícilmente dejara de ser blanco el más blanco de todos nosotros.

Entonces creo necesaria una breve reflexión sobre quiénes somos los blancos y esa dificultad de encasillarnos en la dicotomía entre izquierdas y derechas.

El Partido Nacional nace, crece y evoluciona entorno a su interminable búsqueda del ser nacional; lo que nos identifica, nos define y une como comunidad. Allí encuentra su vocación de libertad y a partir de esta la proyección de un país desarrollado, e integrado adentro y hacia afuera.

Alrededor de ella hubo siempre dos columnas principales. En sus inicios una más caudillesca y otra más doctoral; que fueron evolucionando hacia una corriente más conservadora y otra más progresista, bajo el buen entendimiento de conservadurismo y progresismo, en el que ninguno se refiere a la vocación de revisión, cambio y evolución propia del Partido Nacional.

Estas dos no fueron ni serán antagónicas. Por el contrario, son dos expresiones de una misma cosmovisión sobre la Patria. Y aquí lo particular, que hace difícil de encasillar a la hora de un análisis clásico. Como bien desarrolla el Lic. Daniel Corbo en una de sus obras, la vocación de libertad blanca, no se forjó a partir del análisis de textos o revoluciones ajenas, sino nuestra propia entrega por afirmar y defender la dignidad de la gente. Toda la gente.

No son abstracciones o entelequias, ni textos europeos sagrados que oficien de corsé de ideas, sino una serie de valores y principios irrenunciables supremos que guían y evolucionan el pensamiento. Esos valores son la propia historia que hicimos, viviendo y muriendo por transformarla.
Al decir de Wilson: “Nosotros somos lo que nos ha hecho la historia y la vida, y no tenemos doctrina revelada”.

Fueron los dos últimos grandes jefes, Herrera y Wilson, cada uno en su tiempo, la síntesis histórica de nuestra colectividad.

El Partido Nacional, como un pájaro, sin dos alas no vuela.
Debemos volver a conformar otra ala fuerte, de identidad y contenido blanco-wilsonista, que tenga aterrizaje en algunos sectores de la sociedad que últimamente nos han resultado difíciles y lejanos a los blancos. Que marque una impronta, identidad e imagen clara y moderna. Que tenga siempre los zapatos llenos de barro y logre decodificar el código único de cada pago y sus necesidades.

Tendrá diferencias con el herrerismo, como siempre, pero con la consciencia y aprendizaje adquirido luego de años de disputas personales, de que esta blanca águila blanca, volará alto, lejos y mucho, siempre y cuando sus dos alas tengan fortaleza y vuelen al son de los mismos vientos.
Los vientos de la búsqueda del ser nacional, la libertad, la integración y el desarrollo.

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