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Falsos antagonismos y quiénes somos (II)

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SANTIAGO GUTIÉRREZ SILVA
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Decía en mi columna anterior que la dificultad de ubicar al Partido Nacional en la palestra del típico (y usualmente binomial) análisis político a lo largo de la historia, radica en su propio origen y derrotero.

Al ser el nuestro un “partido histórico”, es una construcción dinámica, colectiva y multigeneracional. Su acervo de ideas evoluciona a partir de la decantación de su acción en la realidad nacional. A diferencia de esto, de los “partidos de ideas” nutren su pensamiento en base a distintas vertientes ideológicas europeas, casi todas del siglo XIX, provenientes de los centros de dominación mundial y colonización (sic. Miguel Cecilio).

Llevándolo al estrechísimo binomio de izquierda-derecha, en sus casi 185 años de historia, los blancos tuvimos expresiones “más de derecha”, como lo fue Aguerrondo, y expresiones “más de izquierda” como Carlos Quijano, por mencionar vagamente dos ejemplos. Pero lo cierto es que la inmensa mayoría de los hombres y las mujeres al servicio del Partido Nacional jamás pisaron dogmas ni extremos.

¿Qué es lo que une a personajes aparentemente tan disímiles en una misma colectividad?

Su obstinada búsqueda del ser nacional y su vocación de libertad. Surge de allí una serie de valores y principios irrenunciables supremos que guían y evolucionan el pensamiento. De estos ha variado su interpretación y su aterrizaje en el mundo de las ideas. Que no es lo mismo que en el molde ideológico que no admite cambios ni evolución histórica.
Y allí nuestra diversidad.

De esa serie de valores me atrevo a señalar 3 pilares fundamentales que guían el curso de acción, con mayor o menor éxito a lo largo de la historia.
Primero: El amor y respeto a nuestra tierra, como recurso natural y productivo, como centro de arraigo y pertenencia, como elemento definitorio del ser nacional. El pago.

Materializado en la porfiada necesidad de descentralizar el país, el sinuoso camino a una patria más libre y justa.

Segundo: La interminable defensa de las minorías. Los alejados de la capital, el peón y el trabajador, las mujeres, la lucha por la representatividad, el sufragio libre y universal. Sobre esto no hay posible discusión histórica y sin embargo, es quizás este punto el que más nos ha costado evolucionar al siglo XXI. Comprender el cambio evolutivo de las sociedades modernas, la expresión de “nuevas” minorías que antes carecían de visibilidad y voz. Una renovada concepción, sumamente valiosa y válida, de derechos a adquirir, que reclamó y reclama el pueblo.

Tercero: El poder en segundo plano. Quizás el más importante de todos. La historia nacional esta minada de blancos que torcieron su rumbo desde el llano. Un partido con casi 185 años de historia y muy pocos en el poder, que se mantiene en una íntima relación con la Nación y su gente, abrazado a la raíz de la misma. El poder no es un fin en si mismo, sino el vehículo de cambio y evolución.

Lo definitivo, en el poder o en el llano, es la construcción de una consciencia nacional, de integración y desarrollo interno, y también con los de afuera, sobre todo regionalmente.

Fueron los dos últimos grandes jefes, Herrera y Wilson, cada uno en su tiempo y a su manera, la síntesis histórica de nuestro partido y esa conjugación de principios.

Luis Alberto de Herrera, destacado e indiscutido líder blanco-nacionalista hasta su muerte en 1959, fue la primera síntesis de las corrientes originarias de la vieja colectividad: lo blanco-oribista, y lo nacionalista-principista. De origen doctoral, se hizo caudillo a partir de ser uno de los 22 de Lamas en 1897 y soldado-paisano una vez más en 1904. Allí conoció las penurias del interior olvidado e ideó soluciones que llevó con valentía al parlamento. Herrera es producto de una acumulación política e histórica que logra unir el partido caudillesco de masas rurales, con el partido urbano de notables. Inspirado en la independencia americana fue agresivo defensor de la soberanía popular y la autodeterminación de los pueblos. Sentó las bases del pensamiento en política internacional. Llenó de contenido y propuesta al Partido Nacional durante varias décadas. Fue contundentemente nacionalista y popular. Con sus aciertos y errores marcó un mojón ineludible para ningún blanco que se precie de serlo. Herrera fue a la vez un sintetizador y modernizador de la tradición.

Wilson fue el hábil heredero de ese liderazgo. De origen nacionalista independiente, rescató y resignificó la figura de Herrera, logrando nuevamente ser síntesis de lo blanco y lo nacionalista. Hijo de su tiempo, entendió cabalmente que Uruguay necesitaba cambios estructurales que lo colocaran mirando al futuro. Con la misma valentía que Herrera, ideó detalladamente una serie de reformas pensadas para transformar las viejas y anquilosadas estructuras productivas y sociales del país. Posteriormente, y también como Herrera, defendió incansablemente la libertad de toda la gente, lo irrenunciable de nuestras instituciones, nuestra soberanía y autodeterminación.

Entendió cabalmente la importancia de unir el sentido ético y la vocación principista por la libertad de un ala del partido, con el sentido popular y nacional de la otra tendencia. Allí rescata a Herrera y con él la acumulación histórica que venía detrás. Fue por lo tanto, tremendamente nacionalista y popular y una vez más, sintetizador y modernizador de la tradición oriental.

Herrera con Wilson ya no era sólo de los herreristas, sino de todos los blancos, como lo es hoy Wilson.

Aquí lo definitivo. Seguirán existiendo dos columnas principales, con claras diferencias entre ellas, con aterrizajes distintos y acercamiento a los problemas del país de distinta manera. Pero con una columna indiscutible de ideal común.

El desafío es acompasar la evolución de las necesidades de la gente con las viejas deudas del Uruguay, en soluciones reales y posibles.

Como reza nuestro escudo: Somos Idea y La Unión nos Hará Fuerza.

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