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Salir del poder por la puerta grande

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claudio fantini
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“El cálculo de las constantes de velocidad de las reacciones elementales en los hidrocarbonos simples” se tituló la tesis con que se doctoró en Química Cuántica en la Academia de Ciencias de Berlín. A la licenciatura en Física de la Universidad de Leipzig también la obtuvo con notas sobresalientes.

Pero para alcanzar el doctorado, en la RDA había que acompañar la disertación final con un ensayo sobre marxismo-leninismo. Y que a ese trabajo lo aprobara con un modesto “suficiente” prueba que, para ella, las teorías de Marx y de Lenin no eran científicas como proclamaban sus autores.

Si el partido comunista hubiera contrastado la excelencia de sus trabajos científicos con la pobreza de sus ensayos ideológicos, se habría dado cuenta de que la afiliada Angela Dorothea Kasner no creía en el “socialismo científico” que en la RDA imponían Walter Ulbricht y Erich Honecker.

Ni bien el totalitarismo quedó sepultado bajo los escombros del Muro de Berlín tiró el carné y corrió a afiliarse a la Unión Cristiano Demócrata (CDU), el partido de los conservadores alemanes. En ese momento comenzó a gestarse un fenómeno político imponente: el liderazgo de la mujer que superó los récords de permanencia en el poder de Adenauer y Helmut Kohl.

Todo era novedoso en ella, empezando por la decisión de conservar el apellido de su primer marido, el físico Ülrich Merkel, a pesar de haberse divorciado. No volvió a llamarse Kasner ni adoptó el apellido de su actual marido, el químico Joachim Sauer, sino que siguió llamándose Angela Merkel.

Más novedoso fue que, por primera vez, una mujer gobernara Alemania y que viniera del Este. Pero el rasgo más relevante de la líder que está dejando el escenario político, fueron sus cambios de posición y el rol de su humildad en la conducción.

Schopenhauer señaló en un lúcido opúsculo un rasgo de mediocridad humana, explicando que, en las discusiones y debates, a las personas no les interesa arribar a la razón, sino tener razón, o simplemente derrotar al adversario en la discusión. En las antípodas, Merkel explicó que su fórmula para dialogar y debatir es la búsqueda conjunta de la razón, evitando generar al interlocutor la sensación de que ella cree tenerla.

Llegó al poder con convicciones moldeadas en el cristianismo luterano del que su padre era pastor, y en el conservadurismo que abrazó tras la reunificación. Su mentor fue quien lideró la absorción de la RDA por la RFA: Helmut Kohl. Por eso comenzó su gestión con reticencias hacia la diversidad sexual, con medidas para reducir la inmigración y con recetas de ajuste y austeridad frente la crisis financieras del 2008.

Por entonces muchos hablaban de “die frau aus eisenstahl”, la “mujer de acero”, que parecía el reflejo alemán de la “dama de hierro” Margaret Thatcher.

La diferencia entre Merkel y la profesora de química que lideró a los conservadores británicos y batió el record de permanencia en el 10 de Downing Street, es que la baronesa Thatcher creció, gobernó y murió aferrada con rigor fundamentalista al conservadurismo que le transmitió su padre, un predicador metodista. En cambio Merkel fue abriéndose a la lógica del feminismo y a la comprensión de la diversidad sexual. También fue girando hacia un humanismo que la llevó, de expulsar inmigrantes, a abrir la puerta de Alemania a la ola de refugiados que provocaron las guerras en Irak y Siria, cambio de posición que potenció el surgimiento de la ultraderechista Alternativa por Alemania.

Empezó oponiéndose al matrimonio igualitario y terminó allanando el camino para que el Bundestag lo apruebe.

De jamás haber dado muestras de feminismo, a apoyar la conquista de derechos de la mujer y a imponer a Úrsula von der Leyen al frente de la Comisión Europea y a Annegret Kramp-Karrenbauer al frente de la CDU. Y de las recetas ortodoxas en la crisis del 2008, pasó al keynesianismo para atajar los efectos económicos de la pandemia.

Ciertamente, también hay cuestionamientos. Por caso, se preocupó más por mantener la poderosa producción alemana de carbón y de automóviles que por profundizar la lucha contra el cambio climático. Y aunque estableció el salario mínimo, cayeron las jubilaciones y pensiones, y creció la precarización laboral con los llamados “contratos de actividad reducida”.

Pero lo que entendió es lo que la convirtió en una estadista admirada: la necesidad de defender el centro, conjurando el avance de las radicalizaciones y el surgimiento de engendros demagógicos por izquierda y derecha. Por eso hizo lo que antes habían hecho socialistas como Felipe González y Mitterrand. Admitió la parte de razón que tiene la vereda opuesta y las incorporó a su agenda de gobierno.

Desde su entendimiento con Gerhard Schröder, convirtió en regla lo que había sido una excepción, sólo aplicada entre 1966 y 1969, cuando cogobernaron CDU y SPD con Kurt Kiesinger como canciller y Willy Brandt como vicecanciller.

Más allá de sus errores y falencias, Angela Merkel se atrevió a correrse hacia el centro y reivindicarlo, en un tiempo de radicalización y anti-sistema. Por eso deja el escenario político con la apatía de los populistas, la ultraderecha y el conservadurismo duro, y aplaudida por el progresismo centrista y los socialdemócratas del mundo.

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