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Traslado de Embajada a Jerusalén

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RUBENS BARBOSA
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Durante la campaña electoral, el candidato Bolsonaro dijo que si era electo, transferiría la Embajada de Brasil de Tel Aviv a Jerusalén.

“Israel es un Estado soberano, que decide cuál es su capital y nosotros vamos a seguirlos”.

La promesa respondía a la reivindicación de la comunidad evangélica, que apoyaba fuertemente al candidato. Después de electo, el presidente decidió dar prioridad a las relaciones con Israel y se comprometió a concretar el traslado nada más ni nada menos que con el Primer Ministro Benjamín Netanyahu que, en una entrevista, dijo que la “cuestión no era si, sino cuándo”.

Posteriormente, Bolsonaro dio marcha atrás al afirmar que “esa no era una cuestión de honor” y “por ahora” no habría traslado, lo que debe haber estimulado a que el Vicepresidente Mourão recibiera a dos delegaciones árabes y afirmara públicamente que “no se trasladará la embajada a Jerusalén”. El Ministro del Exterior, Araujo, se refirió a declaraciones anteriores y dijo que “la decisión sería parte de un proceso para elevar el nivel de las relaciones con Israel, eso sí, una determinación independiente del traslado o no de la embajada”. La comunidad evangélica reaccionó e hizo saber que le va a exigir al presidente la decisión para concretar el traslado.

Como era previsible, la idea provocó reacciones en diversos frentes. En el área diplomática porque representaría un giro radical a la política externa brasileña que desde 1947 se mantiene coherente con el apoyo a la política de una solución negociada para el conflicto Israel-Palestina con la implementación de la política de dos Estados, con la creación también del estado Palestino.

En caso de que se concrete, Brasil quedará en Jerusalén al lado solamente de Guatemala, que se alineó automáticamente a los EE.UU. Por otro lado, la Liga Árabe y la Unión de las Cámaras Árabes de comercio manifestaron preocupación ante esa eventual decisión y una comitiva ministerial brasileña tuvo su visita a Egipto cancelada.

En el área económica, hubo una reacción más explícita con la mención a la perspectiva de que las exportaciones brasileñas de pollo y carne bovina pudieran ser suspendidas. El Ministerio de Agricultura y Asociaciones de productores manifestaron aprehensión en cuanto a las consecuencias negativas para las exportaciones brasileñas y la balanza comercial.

En las prioridades para los primeros cien días de gobierno, Itamaraty incluyó la visita presidencial a Israel y el interés en ampliar la colaboración en las áreas de defensa, seguridad y tecnología.

El gobierno brasileño tiene así entre sus manos, una cuestión delicada para resolver, buscando evitar al mismo tiempo un desgaste innecesario con Israel y una pérdida significativa para el negocio agropecuario. Cualquiera que sea la decisión del gobierno, no está en cuestión el interés en elevar el nivel de relacionamiento bilateral con Israel, manteniendo la posición tradicional de excelente relación con ese país.

En ese contexto, cabe mencionar un antecedente histórico que podría ayudar en la búsqueda de una solución de compromiso para ese tema.
Brasil siempre tuvo una histórica relación con Israel, desde que el entonces presidente de la Asamblea General de la ONU, Oswaldo Aranha, coordinó personalmente la aprobación de la resolución de 1947, que determinó la creación de dos Estados, Israel y Palestina.

En el gobierno de Juscelino Kubitschek se instaló la representación diplomática con la creación de la Legación de Brasil en la capital, Tel Aviv.

El 27 de marzo de 1958, la Legación fue elevada al estatus de embajada. Como medida de rutina diplomática, y a los efectos de evitar contrariar la política de los dos estados, por decreto de 22 de abril del mismo año, el gobierno brasileño decidió crear un Consulado General en Jerusalén. En 1993, con Itamar Franco y Celso Amorim, el decreto fue revocado. La misión nunca llegó a ser efectivamente abierta.

Crear nuevamente el Consulado General en Jerusalén podría ser una solución para evitar un cambio dramático de una directriz de política externa de más de 60 años.

Desde el punto de vista brasileño, esa solución -amparada en precedente histórico- sería hasta mejor que otras soluciones, como la creación de una oficina comercial en Jerusalén, a ejemplo de lo que hizo Australia.

Al anunciar el establecimiento de una oficina, el Primer Ministro australiano mantuvo la coherencia de su Administración y confirmó su posición favorable a la política de dos Estados.

De presentarse de manera adecuada, el gobierno israelí y la comunidad evangélica entenderían la decisión de Brasil, coherente con su actitud tradicional, comprendiendo las dificultades internas para cambiar una política tan consolidada y evitar el aislamiento internacional.

Rubens Barbosa, presidente del Instituto de Relaciones Internacionales y Comercio Exterior (IRICE)

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