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Paren el mundo

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RODRIGO CABALLERO
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Lo pidió Quino, en la voz de Mafalda, y su reclamo se convirtió en frase célebre.

“Paren el mundo que me quiero bajar” suplicó, agobiada por la realidad, la niñita rebelde que durante tantos años acompañó a nuestros lectores al pie de la portada de este mismo diario, transmitiendo la particular visión con que el humorista gráfico que la animaba leía a la humanidad.

También lo hizo aquel icónico músico brasileño, el recordado Raúl Seixas, padre del rock n’ roll en el país vecino y socio creativo del gurú máximo del new age, el escritor Paulo Coelho.

“Pare o mundo que eu quero descer”, cantaba el legendario músico bahiano en su pieza “Eu tamben vou reclamar”, lanzada a mediados de los años 70.

Es difícil saber si Seixas leía a Mafalda o si Quino se castigaba con las composiciones del “Maluco Beleza”, pero lo cierto es que el metafórico reclamo de ambos artistas acabó por ser escuchado.

Demoró, pero ocurrió. En marzo del año 2020, el mundo paró.

De golpe y sin aviso, el continuo devenir de los acontecimientos pegó una frenada que hizo que muchos que no se habían agarrado del pasamanos o viajaban sin el cinturón de seguridad, se estrellaran contra el parabrisas de ese vehículo imaginario que nos transportaba a todos, a una velocidad quizá excesiva, vaya a saber a dónde diablos.

Una enfermedad tan cotidiana y universal como la gripe, controlada y dominada en todos sus aspectos, se despachó con una mutación que ofició de literal palo en la rueda a un mundo que parecía blindado contra todo mal.

Se reinventó con la forma de un enemigo común de la humanidad. Sin cuerpo para dispararle y sin territorio para bombardearle.

Un ser de otro mundo, o mejor dicho de otro plano. Invisible. Mortal. Sin bandera, ni religión, ni ideales.

Pero que a la vez, otorga, a quienes la tienen que enfrentar, justamente esa misma fortaleza: la obligación de dejar a un costado las banderas, las religiones y los ideales y hacer que el mundo sea uno solo, como se cansó de pedir John Lennon.

Este virus está logrando juntar a la humanidad en un mismo y único equipo.

Por un lado, se trata de algo muy bueno. Por otro, cualquiera que ha estudiado a la humanidad en los últimos ocho o diez mil años, sabe que para que eso ocurra, tiene que suceder algo gravísimo.

Tan grave como lo que está pasando en este preciso momento.

Por ahora ha sido una frenada. Brusca como ella sola. Pero aún no se ha consumado el choque. Todavía venimos derrapando.

¿Podremos evitar la colisión? ¿Será suficiente el freno o apenas aplazará el golpe final por un tiempo?

Quizá el mundo no se ha detenido para que nos bajemos, como quería Mafalda, y en cambio lo hizo para que podamos comprender algo en él que la velocidad con la que se venía moviendo lo impedía. Vaya uno a saber.

Lo cierto es que ahora estamos quietitos, sobre un planeta parado, jugándole a la escondida a un virus y esperando que, de no encontrarnos bobeando por ahí, pierda poder. O que nosotros lo ganemos, ya sea en forma de anticuerpos o de una vacuna salvadora.

Mientras tanto, lo más atinado es quedarse en casa. Con el cinturón puesto.

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