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El odio a la conquista

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RODRIGO CABALLERO
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Nunca logré comprender el resentimiento hacia la Conquista, manifiesto en la actualidad como nunca se dio en 500 años gracias a la capacidad de expresión que brindan las redes sociales.

¿Qué esperaba el bienpensante oriental, hijo o nieto de españoles, que se indigna ante las injusticias que ocurrieron en este suelo cinco siglos atrás?

¿Que los europeos de aquel entonces, pleno Medioevo, recién bajados de una travesía casi suicida, tras meses de durísimas condiciones de vida, se maravillaran con el arte precolombino? ¿Que percibieran el inconmensurable valor antropológico del descubrimiento que estaban, por obra y gracia del Señor, llevando a cabo y que cambiaría el rumbo de la humanidad para siempre? ¿Que hallaran en el intercambio cultural intercontinental un nuevo camino hacia la paz planetaria? ¿Hacia la evolución del ser humano como especie diferente al resto de los animales que habitan sobre el orbe?

Por momentos me enojan los comentarios al respecto y por otros me provocan la carcajada. Sobre todo las citas a Eduardo Galeano, que se lamenta porque le dejaron la Biblia y le robaron la tierra. Como si la tierra en aquellas épocas fuera del primero que llegara y no del que tuviera la espada más larga o las técnicas de guerra más desarrolladas.

Desde el preciso día en que el vigía Rodrigo De Triana gritó tierra con una mano en la frente a modo de visera y la otra al costado de la boca para que oficiara de caja de resonancia, pasaron quinientos y pico de años en los cuales América, principalmente Hispanoamérica y Brasil, tierras apropiadas por las fuerzas luso-castellanas, fue saqueada y abusada como era natural que sucediera.

Sí, natural.

El hombre, desde que camina en dos patas, o tal vez desde antes, oprime a su semejante más débil. El más fuerte siempre se queda con la mejor porción de la torta y, si puede, con el pastel entero.

Mande el lector hoy día a doscientos presos de la cárcel de su preferencia -que por cierto será infinitamente más evolucionada y humana que una prisión castellana del siglo XV- a un mundo en el cual sus habitantes acep- tan espejitos de colores a cambio de lingotes de oro y crea, si es 28 de diciembre, que los muchachos les van avisar que no están haciendo un buen negocio.

Al mismo tiempo, antes de la llegada de los españoles, en América ya imperaba la ley del más fuerte: las culturas más poderosas, como la Azteca o la Maya, habían desarrollado verdaderos imperios mediante la opresión de los pueblos más débiles.

La esclavitud era la modalidad de trabajo más corriente y los sacrificios humanos eran parte del día a día.

Es de suponer, siguiendo una lógica no demasiado compleja, en el hipotético caso que el viaje trasatlántico se hubiera dado a la inversa, que el hombre cobrizo hubiera conquistado y sometido al blanco. Dos más dos es igual a cuatro, en América o en Europa.

Nada debe ser analizado por la limitada percepción de uno mismo. La perspectiva y la comprensión cabal de las diferentes realidades pueden ayudarnos a evitar el bochorno de compartir un cuadrito de Galeano en nuestro muro de twitter o facebook.

No se pide aquí celebrar. Apenas recordar. Con el único fin de conocernos mejor.

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