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Me siento mal

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RODRIGO CABALLERO
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Mal. Muy mal me siento cuando sé que un varón como yo, mi par de género, ejerce violencia física y sexual sobre una par de género de mi mamá, de mi esposa, de mis hermanas, de mis amigas. Me siento triste, conmovido. A veces me embarga la bronca. Pero jamás me he sentido culpable.

Tan mal me siento como supongo ha de sentirse una mujer cuando otra mujer, su par de género, par de género de mi mamá, de mi esposa, de mis hermanas, prende fuego su vivienda con el marido, mi par de género, durmiendo dentro. Cuando me entero de una noticia como esa, me siento tan mal como se debe de sentir cualquiera, varón o mujer, par de especie con la víctima y par de especie con el victimario. Mal, triste, enojado. Lleno de bronca. Pero jamás voy a creerme que debo culpar a todas las mujeres del mundo, ni a todos los seres humanos. Solo considero culpable a quien prendió el fósforo. Y por suerte la ley piensa igual.

Me siento muy mal cuando un hincha de Peñarol, mi par de hinchada, asesina a un simpatizante de Nacional, par de hinchada de mi tío, de mis primos y de varios de mis amigos. Me siento mal, triste, enojado. Lleno de bronca. Pero no culpable. De hecho me siento tan mal como lo haría si el asesino hubiera sido el de Nacional y la víctima el manya. En ese caso tampoco creería culpables a todos los hinchas del bolso. Solo al asesino. Por suerte la ley, también en este caso, piensa igual que yo.

Siguiendo la lógica expresada por la diputada comunista Verónica Mato en el Parlamento, unos pocos días atrás, las personas deberíamos sentirnos responsables ante hechos negativos perpetrados por personas del grupo dentro del cual nos hemos o se nos ha incluido, entiéndase congéneres en el caso concreto de Mato, pero bien podría extrapolarse, como se hizo arriba, a los cuadros de fútbol o cualquier otro grupo en los que a muchas personas les gusta encasillarse o bien hacerlo con el prójimo. Lo que se llama etiquetar. O dicho de manera más dura: discriminar. La discriminación, la arrogación de culpas o responsabilidades por el mero hecho de formar parte de un colectivo, sobre todo si uno no lo ha elegido, como yo no elegí nacer uruguayo ni petiso, es lo que no puede existir en un parlamento democrático.

Al que le gusta encasillar debe saber que los asesinos, los violadores, los ladrones, los corruptos, componen grupos que no están definidos por género, raza o religión, sino las acciones que llevan a cabo las personas que los componen. En el grupo de los ladrones pueden haber hombres y mujeres de Angola y de Suecia. De Miramar Misiones y del Barcelona. Y en el grupo de los discriminadores pueden integrarlo diputadas comunistas, senadores de Cabildo Abierto y militantes del Partido Independiente. En definitiva, los pueden haber de todo pelo y color.

Lo único que define a las personas es su comportamiento. El resto es cuento, discriminación o bien eslóganes políticos vacíos de contenido y cargados de falacia. Un claro ejemplo es aquel célebre silogismo acuñado por el destituido exvicepresidente de Tabaré Vázquez, Raúl Sendic: si es de izquierda no es corrupto y si es corrupto no es de izquierda. El peso de la realidad lo desestimó de manera implacable. Como seguramente lo hará con todos los intentos de encasillar, discriminar o adjudicar culpas por razones de orden casual e inevitable, como nacer hombre, nigeriana o pelado.

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