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El otro es el malo

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RODRIGO CABALLERO
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No fueron grupos de izquierda buscando desestabilizar al país para luego salir con la caña al hombro en ese río revuelto que habrían generado.

Tampoco bandos de la derecha atrás de una misma inestabilidad que, según aseguró un periodista en televisión el domingo por la noche, es lo único que les permitirá continuar un crecimiento que alcanzó su techo.

No se trató de una maniobra del gobierno para justificar un viraje hacia la mano dura en el accionar de las fuerzas de seguridad, ni una operación de grupúsculos de extrema izquierda para abastecerse de un armamento que emplearán en un futuro cercano para recrear hechos perpetrados en los años sesenta y principios de los setenta.

No fue una jugada del ala más facha dentro de la coalición multicolor, atrás de legitimar el envío de los militares a las calles, de eliminar las garantías básicas, de abusar de las libertades individuales, o de pisotear los derechos adquiridos. Tampoco fue un plan de los tupamaros que revelaba que la derrota sufrida por la izquierda en las urnas, tras quince años de gobierno, los había empujado a retomar el camino de la lucha armada.

Si bien por las características del crimen, podía parecer una represalia de los narcotraficantes en respuesta a las operaciones llevadas a cabo por el Ministerio del Interior en su contra, tampoco lo fue. Ni siquiera un mensaje enviado por ellos a las autoridades, advirtiéndoles que donde se sigan haciendo los vivos con esos operativos de saturación, la venganza será terrible.

Se descartó también que se tratara de un ajuste de cuentas entre delincuentes, lo cual asegura que no hubo una deuda impaga ni una actitud indebida de parte de las víctimas que motivara el hecho.

Lo concreto fue que a los infantes de marina que cumplían funciones de guardia en un puesto de control de la Fortaleza del Cerro, los asesinó un drogadicto con síndrome de abstinencia al que no se le ocurrió mejor idea que robar las armas de quienes fueron en un pasado sus compañeros, motivada por pleno conocimiento de que se trataba de una jugada fácil y ayuna de todo riesgo. Pan comido, como se dice vulgarmente. Yo los conozco, debe haber pensado el autor del crimen al planear el ataque, son tres, a esa hora hay uno dormido y los otros dos están mirando el celular, aburridos, con la cabeza en otra cosa, ajenos a cualquier peligro.

El delincuente que apretó el gatillo no sabía de inestabilidades políticas ni de milicos ni de tupas. Apenas buscaba hacerse sin demoras de algunas dosis de pasta base para calmar al mono enardecido. Un puñadito de sustancia química de la más baja calaña que le alcanzara para evadirse momentáneamente de una realidad que con toda seguridad le es adversa.

El crimen de los tres jóvenes militares ocurrido en el Cerro, no responde a ninguna teoría conspirativa de las tantas que se elucubraron y que corrieron como reguero de pólvora en las pocas horas que transcurrieron entre el descubrimiento de los cuerpos, el domingo por la mañana, y la conferencia de prensa que dio el Ministro Jorge Larrañaga el lunes por la noche. A ninguna.

Los unos no perdieron tiempo en buscar responsabilidades en los otros ni los otros en los unos, surgiendo así suposiciones que dejaron a la intemperie la extrema polarización que impera en nuestra república.

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