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El fuego, iluminando

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RODRIGO CABALLERO
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En una etapa temprana de la evolución, los antepasados del Hombre confeccionaban herramientas básicas valiéndose de huesos y piedras. Con ellas cazaban y cortaban la carne de sus presas.

Según los antropólogos, las herramientas se mantuvieron inmutables, sin una sola mejora o avance técnico, por un período cercano al millón de años.

Resulta difícil imaginar que una mente humana no lograra evolucionar sus herramientas en un período tan largo como el mencionado. Pero así fue. Nuestros antepasados construían sus herramientas como el hornero construye su nido o la mulita excava la tierra para hacer una cueva: por puro instinto.

Los hombres primitivos carecían de algo que los alejaba del actual y a la vez los acercaba al resto de los animales: imaginación. Su mente era tan literal como el mundo que sus sentidos le mostraban. Eran incapaces de crear sin que un elemento que oficiara como disparador les mostrara el camino.

Probablemente las hachas y los cuchillos que manejaban surgieron como fruto de la casualidad, cuando alguno de estos hombres tropezara con una piedra filosa que le produjera un corte; o bien al patear un hueso de animal muerto que lacerara su piel.

Allí pudo haber percibido que esa piedra servía, tal como lo acababa de comprobar, para cortar carne.

En algún momento de la evolución, hace mucho tiempo, aún en ese estado en el cual se mantuvo durante un par de millones de años, el hombre aprendió de dominar el fuego. Acaso un fuego generado por un rayo que cayó sobre un árbol o por un sol radiante sobre hojas secas. Y encontró en este fenómeno una herramienta de importancia mayúscula que cambiaría, como ninguna otra, la historia de la humanidad.

Gracias al fuego el hombre se separó definitivamente de la bestia pues logró alterar el orden natural del tiempo y decidir por sí mismo su propio día y su propia noche. La vida ya no se reducía a la mera supervivencia, a cumplir las necesidades primarias -el fuego se encargaba de suplir muchas de ellas: daba luz, calor y ahuyentaba a los depredadores- sino que además le otorgó un valor inconmensurable: el ocio.

Junto con el fuego nació el tiempo libre, que desde entonces fue utilizado para meditar, proyectar, abstraerse y divagar. Tiempo libre que le permitió ver un mundo nuevo y diferente al que sus sentidos le permitían percibir. Un mundo ilimitado.

Así, en un período de unos 500 mil años, la evolución derivó en los humanos que hoy pueblan la Tierra. Una especie de mamíferos que manejan teléfonos celulares, rayos láser, computadoras y aviones supersónicos.

Todo gracias al fuego; gracias a la posibilidad de divagar.

La sociedad actual se asemeja, en cierto modo, a la etapa humana anterior al fuego. Hoy el hombre vive una continua supervivencia: desde que se levanta hasta que se acuesta corre atrás del salario que le permitirá satisfacer sus necesidades primarias. Y no le queda tiempo para recorrer los pagos de la fantasía.

Quizá estas épocas de recogimiento generadas por el coronavirus acaben siendo un nuevo mojón en la evolución del pensamiento humano. O tal vez las pantallas y los videojuegos lo impidan. Vaya uno a saber.

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